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Homilies | Saturday, November 07, 2015

La Sagrada Familia de Nazaret: Modelo para todas las familias

Homilía del Arzobispo Wenski en el Congreso Hispano Respeto a la Vida

El Arzobispo Thomas Wenski predicó esta homilia durante la Misa de clausura del Congreso Hispano Respeto a la Vida: La Familia a la Luz de Dios, que tuvo lugar el 7 de noviembre en la iglesia Immaculate Conception en Hialeah. 

El tema de este congreso ha sido, “La familia a la luz de Dios”. Así, en María, José y el niño Jesús, o sea la sagrada familia, vemos reflejado lo que es el plan de Dios para la familia cuando no existe mancha de pecado. 

Que las oraciones y el ejemplo de los padres de Jesús fortalezcan a los padres de hoy en sus esfuerzos por criar a sus hijos de acuerdo a la voluntad de Dios. En la realización de su plan de salvación para la humanidad, Dios no necesitó la ayuda de José para crear al niño Jesús. Sin embargo, Dios decidió que la ayuda de José sí era necesaria en la “crianza” del santo niño. José, como casto esposo de la Virgen Maria, jugó un papel indispensable en la vida de Jesús como su padre de crianza. No fue un padre ausente o indiferente. De hecho, a él le fue encomendada la seguridad y bienestar de María y de Jesús. Vemos esto en el episodio de la huida a Egipto. Percibimos esto en la narración del niño perdido y hallado en el templo de Jerusalén. Se puede deducir que José jugó un papel crucial en la vida de Jesús antes de empezar su vida pública por el hecho de que sus conciudadanos lo tenían por “el hijo del carpintero”. 

Dios quería lo mejor para su Hijo, y así hizo posible que Maria se casara con José, porque solamente el matrimonio asegura el compromiso entre los padres y para con sus hijos. Los niños se crían mejor cuando esta labor es realizada por un padre y una madre. Fue así antes y es así ahora: todo niño necesita de un padre, todo niño se merece un padre – un padre como José. Por eso, la Iglesia nos propone como modelo la familia de Nazaret; y si por una razón u otra nuestra familia terrenal no cuenta con la presencia de una madre o un padre, la Iglesia nos invita a contar con Maria y Jose. No nos defraudarán.  

Hoy en día, las familias son muy vulnerables: por la pobreza, la soledad de los ancianos, los jóvenes desorientados, víctimas de dependencias y esclavitudes. "Estas personas” explica el Papa Francisco, “son iconos de aquel hombre del Evangelio que recorriendo el camino de Jerusalén a Jericó encontró unos bandidos que le robaron y golpearon".  

“También en nuestro tiempo”, subrayó, “existen tantos heridos a causa de los bandidos de hoy que los despojan de sus haberes y también de su dignidad”. 

Frente a esta realidad, nos toca a nosotros ser como el buen samaritano. O sea, para ser discípulos de Cristo, es necesario estar al lado de quien sufre, haciéndose cargo de sus fragilidades y dolores.

Así, para promover el respeto a la vida y la dignidad de cada ser humano hay que construir una cultura de la vida compartida y del respeto a lo que nos rodea. Este es un trabajo arduo que demanda perseverancia pero nunca debemos cansarnos de obrar por la tutela de las personas más indefensas.

Como afirma el Papa Francisco, “Contra la llamada cultura de la muerte, la familia constituye la sede de la cultura de la vida”. La vida familiar es donde los niños aprenden, según el Papa, “los primeros hábitos de amor y cuidado de la vida, como por ejemplo el uso correcto de las cosas, el orden y la limpieza, el respeto al ecosistema local y la protección de todos los seres creados”, así como a ser agradecidos por lo que se nos ha dado, y pedir perdón cuando hemos causado daño.

Cada feligrés tiene algo para aportar para la promoción y defensa de la familia y, sobre todo, en referencia al don de los hijos y en la afirmación de la dignidad de la mujer”. Es trabajo de todos – y hay trabajo para todos y por eso les ruego que cada uno de Uds. diga “presente”. 

Pues, así en la Iglesia como en la familia, no hay nadie que es tan pobre que no tiene nada que dar; ni tampoco hay alguien que es tan rico que no puede recibir. Y este es el mensaje de las lecturas de hoy. Como el profeta contaba con la asistencia de esa viuda en la primera lectura, así nuestras familias cuentan contigo hoy. Hagamos grandes cosas para Dios y Dios hará grandes cosas para nosotros también. Pues, si Dios nos llama a sacrificarnos en su servicio, si nos pide humildad y verdad, esto no es para nosotros un camino hacia la pérdida, sino todo lo contrario. Ser cristiano no es una carga, es un don. Jesús no nos pide nada; quiere darnos algo, quiere darnos todo. 

A veces, pensamos que Dios nos pide demasiado. Y, con espíritu de Fariseo, decimos a Dios lo mucho que hemos hecho por él. O peor todavía, decimos a los demás lo mucho que estamos haciendo para Dios y su Iglesia. ¡Pero, cuidado! En el evangelio de hoy, los que dieron mucho no agradaron al Señor; fue la pobre viuda que ofreció dos monedas que le agradó. No dio mucho, pero tampoco dio poco. Dio todo. 

De acuerdo a San Pablo, hay dos posibles maneras de vivir: “o para uno mismo o para el Señor” (cf. Romanos 14:7-9.) Vivir “para uno mismo” significa vivir como si uno tuviese control sobre nuestro propio principio y final. Indica una existencia centrada en sí mismo, orientada exclusivamente hacia nuestra propia satisfacción y gloria, sin ningún prospecto de eternidad. Hoy, vemos individuos y hasta sociedades completas que han optado por vivir “para sí mismos”. Y ese “vivir para sí mismo” está al fondo de la crisis que amenaza la familia. Frente a esta amenaza, la Sagrada Familia de Nazaret se muestra como un icono de lo que la familia debe ser, y lo que la familia puede ser cuando se llena de gracia.  

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