By Archbishop Thomas Wenski - The Archdiocese of Miami
En este agosto se conmemora el 65to aniversario del rendimiento de Jap�n y del fin de la Segunda Guerra Mundial. Como americanos, podemos sentirnos orgullosos de nuestra defensa exitosa contra las graves amenazas que presentaban las fuerzas del Eje a la humanidad. Recordamos el valor y los sacrificios de todos los soldados y los civiles que pelearon por una causa que era absolutamente justa. Murieron much�simos, y los sobrevivientes se convirtieron en la �gran generaci�n� que enfrent� la amenaza del comunismo en la Guerra Fr�a, a la vez que constru�a una naci�n de una prosperidad sin precedentes.Sin embargo, en este mes tambi�n se conmemora el aniversario de los bombardeos at�micos de Hiroshima y Nagasaki. Estados Unidos fue la primera naci�n, y confiamos que la �ltima, en utilizar armas nucleares en la guerra. Despu�s de todos estos a�os, eso es motivo para la introspecci�n. A pesar de que nuestra causa era justa � y quiz�s dichos bombardeos aceleraron el fin de la guerra � los ataques indiscriminados y desproporcionados sobre estas dos ciudades violaron las normas fundamentales de la moral, a saber, que una finalidad noble no justifica medios nefastos.
Como lo ense�� el Vaticano II, �toda acci�n b�lica que tienda indiscriminadamente a la destrucci�n de ciudades enteras o de extensas regiones junto con sus habitantes, es un crimen contra Dios y la humanidad que hay que condenar con firmeza y sin vacilaciones� (Gaudium et Spes 80). Al igual que los bombardeos at�micos de Hiroshima y Nagasaki, el bombardeo japon�s de ciudades chinas en la d�cada de 1930, los ataques terroristas alemanes en Londres y Coventry, al igual que los bombardeos aliados de Dresden, Hamburgo y Tokio, no distinguieron entre civiles y combatientes. Todos fueron producto de una �mentalidad de guerra total� y representaron el abandono de nuestra tradici�n cristiana, que insiste en que la guerra justa debe estar limitada tanto en su fin como en sus medios. El hecho de que nuestros adversarios no respetaron estos mismos principios, no nos liber� a nosotros de la responsabilidad de hacerlo.
Hoy, tras el colapso de la Uni�n Sovi�tica, se ha evaporado la amenaza de la aniquilaci�n nuclear mundial que defini� a la era de la posguerra. Sin embargo, han surgido nuevas amenazas. La actual Guerra contra el Terrorismo nos tiene ocupados con un enemigo poco convencional, de una �mentalidad de guerra total� que no reconoce l�mites morales. La posibilidad de que estos grupos terroristas o reg�menes parias como Corea del Norte utilicen armas de destrucci�n masiva, nos mantiene comprensiblemente preocupados, aunque las fuerzas de la coalici�n contin�en pacificando a Irak y Afganist�n.
Mientras respondemos a las amenazas del presente, debemos recordar las lecciones del pasado y rehusar a someternos a la �mentalidad de la guerra total�. Tenemos el derecho a defendernos contra el terrorismo. Pero es un derecho que, como siempre, debe ejercerse con relaci�n a los l�mites morales y legales, al escoger los fines y los medios.
Hace 15 a�os, el Papa Juan Pablo II dijo que �la Segunda Guerra Mundial es un punto de referencia necesario para todos aquellos que desean reflexionar en el presente y en el futuro de la humanidad�. Sesenta y cinco a�os despu�s de Hiroshima y Nagasaki, podemos reconocer c�mo el crecimiento de las tecnolog�as de la violencia hace muy poco por la seguridad de las naciones y de los pueblos. No se pueden satisfacer los anhelos por la paz a trav�s de carreras armamentistas o almacenando arsenales de armas cada vez m�s mort�feras.
Este mes, hace 65 a�os, finaliz� la Segunda Guerra Mundial. El mundo libre celebr� el D�a V-J exhausto pero esperanzado en que se podr�a forjar una nueva paz. Hoy debemos recuperar aquella paz, y atrevernos a orar por la paz en la Tierra.
A s�lo semanas despu�s de aquel fat�dico 11 de septiembre de 2001, el Papa Juan Pablo II nos exhort�:
�Orar por la paz significa abrir el coraz�n humano a la irrupci�n del poder renovador de Dios. Con la fuerza vivificante de su gracia, Dios puede abrir caminos a la paz all� donde parece que s�lo hay obst�culos y obstrucciones; puede reforzar y ampliar la solidaridad de la familia humana, a pesar de prolongadas historias de divisiones y de luchas. Orar por la paz significa orar por la justicia, por un adecuado ordenamiento de las Naciones y en las relaciones entre ellas. Quiere decir tambi�n rogar por la libertad, especialmente por la libertad religiosa, que es un derecho fundamental humano y civil de todo individuo. Orar por la paz significa rogar para alcanzar el perd�n de Dios y para crecer, al mismo tiempo, en la valent�a que es necesaria en quien quiere, a su vez, perdonar las ofensas recibidas.�
Comments from readers
For example as stated in part of the article "Several American historians led by Robert Newman have insisted vigorously that any assessment of the end of the Pacific war must include the horrifying consequences of each continued day of the war for the Asian populations trapped within Japan's conquests. Newman calculates that between a quarter million and 400,000 Asians, overwhelmingly noncombatants, were dying each month the war continued."