Blog Published

Blog_archdiocese-of-miami-the-power-of-tenderness_S

archdiocese-of-miami-the-power-of-tenderness


Si algún sentimiento proporciona belleza y sentido a la existencia del hombre, es, sin dudas, el amor. La ternura es la expresión más plácida, íntegra e inquebrantable del amor. Y esa emoción, nacida desde los confines del ser; ese estremecimiento que mueve las fibras del corazón, es el vínculo que une a los seres humanos. El respeto, el reconocimiento, el afecto expresado en un abrazo, en un detalle sutil y en la mirada cómplice, son las claves para experimentar la fragancia divina del amor.

Gracias a la ternura, las relaciones afectivas crean raíces de acoplamiento, de compenetración y de consideración entre dos personas. Sin la ternura, es muy difícil que una relación prospere y se extienda hasta la sublimidad, cubierta en sacrificio y abnegación.

Sin embargo, la ternura es el secreto para que todo ser humano aspire a sentir la delicadeza de su devoción, y lo observamos en nuestros hijos —que también viven y sienten nuestra ternura— desde la cuna, desde la misma característica que enriquece y hace prosperar al ser humano en su inmensa totalidad.

La ternura no es un sentimiento dócil, sino enérgico, dinámico y valiente. ¿Y por qué digo esto? ¿Acaso no parte del sentir que ennoblece y dignifica a una persona desde el amanecer hasta el ocaso, sin omitir los dolores que embargan su esencia sin igual? ¿Es que, al hablar de la ternura, me pierdo en el puritanismo creyendo que la ternura es la importante cadencia que mueve montañas y aparta al ser humano del desamor? Y lo es: la ternura va más a fondo y se encumbra por su virtud de ser incondicional ante la presencia de Dios.

Quien no siente amor hacia otros seres humanos y hacia las cosas simples de la vida, está muerto. Su poder enaltecedor levanta al abatido, lo recoge desde los cimientos del cuerpo y lo habita; lo habita desde un cantar insondable que se arraiga en el corazón y lo custodia.

El ser humano rechaza las conductas despóticas. De manera que, al entrar en una relación de índole tiránica y ofensiva, la ternura se escapa sigilosamente y se pierde, como se extravía el amor y, al final, se destruye.

Mas yo quiero insistir en la total oposición entre la ternura y la brutalidad. Yo quiero que piensen en el significado entre estos dos comportamientos, que no caminan a la par, sino separadamente, alejados el uno del otro, apartados del purísimo afecto y de la voluntad límpida del ser humano.

El abuso no marcha de la mano con la ternura, ni con la injusticia, ni con el atentado de una persona contra otra. No admite una relación física y emotiva, sino que las rechaza, las demuele, las lincha en el palo más alto de la vida. La infracción del abuso no se define como fiel a las enseñanzas de Dios, sino más bien es una transgresión contra el ser humano, creado en la semejanza de Dios.

La ternura se deshace y perece en un hueco hondo del que le es difícil salir —pero no imposible brotar— de una relación sin trascendencia. El atropello es una acción imperdonable.

Mas la ternura, ¡ay!, se ensancha, se vive y se perfecciona cuando aprendemos que solo el amor es justo, honrado y perfecto cuando es verdadero. Permaneciendo en la ternura, todo se amplifica y nada es pequeño, sino colosal y sorprendentemente maravilloso. La ternura es la bóveda en donde reside la luz de la vida por medio del amor, por los siglos de los siglos.

Add your comments

Powered by Parish Mate | E-system

This site is protected by reCAPTCHA and the Google Privacy Policy and Terms of Service apply