
El contagio de la alegría: Cómo el servicio en el altar despierta vocaciones
Monday, September 1, 2025
*Fr. Richard Vigoa
Cuando entro en la sacristía antes de la Misa y veo a los monaguillos afanosos, buscando sus casullas, atándose los cinturones, encendiendo velas, susurrando instrucciones al chico nuevo, no puedo evitar sonreír. Pueden ser estudiantes de secundaria, adolescentes o incluso jóvenes adultos, pero saben que están a punto de hacer algo importante. Una y otra vez, he visto cómo esos pequeños gestos; llevar la cruz, sostener el misal y preparar el altar, se convierten en los primeros pasos de algo mucho más profundo: el despertar de una vocación. Lo sé porque así es como empezó mi propia vocación.
El Papa León XIV se refirió precisamente a eso en su reciente discurso ante más de 350 monaguillos franceses que habían peregrinado a Roma con motivo del Año Santo. Les instó a no considerar nunca su ministerio como una rutina, sino como un privilegio: “La Eucaristía es el tesoro de la Iglesia, el tesoro de los tesoros”. Les recordó que servir en el altar no es simplemente “ayudar al sacerdote”, sino adentrarse en el misterio mismo. Y luego les lanzó un reto: “Permanezcan atentos al llamado que Jesús pueda hacerles para seguirlo más de cerca en el sacerdocio”.
Esas palabras suenan ciertas en mi propia parroquia. Por la gracia de Dios, varios jóvenes de nuestra comunidad están ahora discerniendo el sacerdocio o la vida religiosa. Sus caminos son variados, algunos se sienten atraídos por la Compañía de Jesús, uno por los Legionarios de Cristo, otro por la Fraternidad Sacerdotal de San Pedro, mientras que otros se preparan para el servicio en nuestro seminario diocesano. Uno de ellos, un talentoso jugador de fútbol americano de la Universidad de Miami me ha confiado que, una vez que se gradúe, espera ingresar en la formación. Y una joven que antes cantaba fielmente en el coro de nuestra parroquia ahora está discerniendo en una comunidad religiosa. Cada historia es diferente, pero todas tienen su origen en el santuario: en la veneración, en la belleza y el misterio que encontraron, y en la alegría que vieron en sus sacerdotes.
Esa es la verdad: el servicio en el altar siembra semillas. Pero es la vida del párroco la que las riega. La alegría de un sacerdote es contagiosa. Su amor visible por Cristo y su disposición a dar su vida hablan más alto que cualquier programa o iniciativa. A los jóvenes no les inspira la eficiencia o la buena gestión, les inspira la autenticidad, la alegría, la santidad vivida de forma transparente ante ellos.
Y esto es lo que el Papa León quería subrayar. La llamada “crisis vocacional” no es solo un problema que hay que resolver, sino una invitación a redescubrir la alegría y la belleza del sacerdocio en sí mismo. “¡Qué vida tan maravillosa tiene un sacerdote”, les dijo a los monaguillos, “encontrándose con Jesús cada día de una manera tan única y llevándolo al mundo!”.
La historia lo confirma. Durante siglos el altar ha sido el semillero de las vocaciones. San Juan Berchmans, el joven santo jesuita del siglo XVII, sintió por primera vez su llamado mientras servía en la Misa diaria. San Juan Bosco, que inspiraría a generaciones de jóvenes, descubrió su vocación mientras servía en el altar en Piamonte. Incluso el Papa San Juan Pablo II recordó que su propia vocación se nutrió al observar el testimonio silencioso de los sacerdotes en la Misa durante los oscuros años de la ocupación nazi. Una y otra vez se repite el patrón: el santuario es más que un lugar de servicio, es donde Dios susurra un llamado.
No hay, sencillamente, tarea más importante en la Iglesia que llevar las almas a Cristo. Esa misión da sentido a cada Misa, a cada homilía, a cada visita nocturna al hospital. Y cuando los jóvenes ven esa misión encarnada con alegría, comienzan a preguntarse: “¿Podría Dios estar llamándome también a mí?”.
Aquí es donde entra en juego toda la comunidad. Los padres animan a sus hijos a servir. Los párrocos celebran la liturgia con reverencia, mientras que las parroquias fomentan las vocaciones involucrando a los fieles en la labor diaria de oración y apoyo a quienes disciernen el llamado de Dios. En un mundo que anima a los jóvenes a perseguir el dinero, la comodidad o el estatus, la Iglesia debe atreverse a mostrarles algo más grande: la aventura de la santidad.
Así que, la próxima vez que veas a un monaguillo llevando la cruz o encendiendo una vela, fíjate en él. Ese simple acto podría ser el comienzo de una vocación para toda la vida. Podría ser la semilla de una vocación, anímalo.
Porque la Eucaristía es, en efecto, el tesoro de la Iglesia. Y desde ese tesoro, Cristo sigue susurrando: Ven, sígueme.
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