
Belleza y simbolismo litúrgicos: Misa de inicio del pontificado de León XIV
Monday, May 19, 2025
*Fr. Richard Vigoa
Ayer, en el corazón de Roma y ante los ojos del mundo, el Papa León XIV tomó solemnemente posesión de su ministerio como Obispo de Roma, sucesor de San Pedro y Sumo Pontífice de la Iglesia Universal. La ceremonia, celebrada en la Plaza de San Pedro, no fue un mero acto protocolario o de pompa. Fue un momento profundamente teológico y litúrgico que dio testimonio de la comprensión que la Iglesia tiene de la belleza, la tradición y la misión.
Desde entonces, me han hecho muchas preguntas -especialmente los jóvenes- sobre los símbolos que vieron: "¿Qué lleva puesto el Papa?” "¿Qué es esa banda de lana que lleva sobre los hombros?” “¿Por qué el anillo se llama anillo del pescador?”. Estas preguntas no son triviales. Reflejan un deseo más profundo de comprender lo que celebra la Iglesia. Y la respuesta, sencillamente, es ésta: lo que vemos en la liturgia revela lo que creemos.
El mundo está observando a la Iglesia en este momento. Las búsquedas en Google sobre “cómo hacerse católico” han aumentado un 33% desde el cónclave. La gente siente curiosidad. Conmovida. Atraída. Y gran parte de esa curiosidad se ha despertado no sólo por las palabras, sino por la pura belleza de lo que vieron durante la Misa, una belleza que apunta a Dios más allá de sí misma.
Como afirmaron los Padres del Concilio Vaticano II, “la liturgia es la cumbre hacia la que se dirige la actividad de la Iglesia” y “la fuente de la que mana todo su poder” (Sacrosanctum Concilium, 10). Esta Misa de inauguración no fue una coronación, sino una celebración Eucarística, centrada en la Palabra de Dios y el sacrificio del altar. Sin embargo, la vestimenta y el ritual tenían un gran significado.
El palio -quizás la prenda más visiblemente singular que vistió el Papa León- es una estrecha banda de lana blanca, adornada con cruces negras y tres alfileres. Confeccionado con lana de corderos bendecidos cada año en la fiesta de Santa Inés, representa el papel de pastor del Papa. Pero no un pastor cualquiera. Un pastor que lleva a las ovejas sobre sus hombros, como hace Cristo en el Evangelio.
Los arzobispos metropolitanos, incluido nuestro arzobispo, también llevan palio. Para ellos, significa su unidad con el Papa y su autoridad pastoral dentro de su provincia eclesiástica. Es un poderoso signo de que su liderazgo no está aislado, sino enraizado en la comunión con el sucesor de Pedro y en el servicio al rebaño que se les ha confiado.
Los tres alfileres insertados en el palio no son un mero adorno. Evocan los clavos de la Crucifixión, un recordatorio aleccionador de que pastorear la Iglesia es dar la vida.
Luego se presentó el Anillo del Pescador. Este anillo de oro, grabado con la imagen de San Pedro echando la red, enraíza la autoridad del Papa en la vocación del primer discípulo que dijo: “Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador” (Lucas 5:8). El anillo no es sólo un signo del poder papal: es un recordatorio de la carga de ser pescador de almas.
Históricamente, el anillo se utilizaba para sellar los documentos papales. Hoy, sigue siendo una expresión visible de la continuidad del Papa con Pedro, cuyo ministerio no se forjó en la ambición, sino en el perdón y la fidelidad.
En una época en la que se desconfía de los símbolos, ¿por qué debería importarnos lo que lleva el Papa? Como dijo una vez el Papa Benedicto XVI, “La belleza no es mera decoración, sino un elemento esencial de la acción litúrgica, ya que es un atributo de Dios mismo y de su revelación” (Sacramentum Caritatis, 35).
Las vestiduras no son disfraces. Son declaraciones teológicas. Hablan a los ojos lo que la liturgia habla al corazón. La capa, la mitra, el palio, el anillo revelan la identidad y la misión de quien los lleva. Cuando el Papa aparece con vestiduras de esplendor, no es para glorificarse a sí mismo, sino para señalar la majestad de Cristo que nos reviste de gracia.
En 1294, cuando el humilde ermitaño Pietro del Morrone fue elegido Papa -más tarde conocido como el Papa Celestino V- llegó descalzo a su coronación, vestido con su hábito monástico. Los cardenales insistieron en que vistiera las vestiduras papales tradicionales. Al parecer, lloró mientras lo vestían, abrumado no por el orgullo, sino por el peso del cargo y el simbolismo.
Esta historia nos recuerda que lo que viste el Papa no tiene que ver con él. Se trata de lo que cree la Iglesia, y de cómo comunicamos esa creencia a un mundo en busca de sentido.
La Misa de ayer no fue sólo un acontecimiento histórico. Fue una proclamación litúrgica: Cristo sigue llamando, el Espíritu sigue moviéndose y la Iglesia sigue brillando.
Que el Papa León XIV, revestido de humildad y verdad, sea un pastor según el corazón del Buen Pastor. Y que nosotros, inspirados por la belleza de nuestra liturgia, seamos cada vez más audaces a la hora de compartir el Evangelio con un mundo que nos observa.
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