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Durante el año transcurrido, las Hermanitas de los Pobres hemos celebrado 150 años de la llegada de nuestra congregación a los Estados Unidos.

Nuestro sesquicentenario finaliza oficialmente el 30 de agosto, día de la fiesta de nuestra fundadora, Santa Juana Jugan. Este aniversario ha presentado una maravillosa oportunidad para redescubrir las experiencias de nuestras Hermanitas pioneras, y para familiarizarnos con las numerosas personas que les ayudaron.

Mientras leía la historia de nuestras primeras comunidades, reconocí un patrón. A partir de agosto de 1868, pequeños grupos de Hermanitas, en su mayoría jóvenes que no hablaban inglés, zarparon valientemente desde Francia con destino a una ciudad estadounidense tras otra: primero Brooklyn, luego Cincinnati, Nueva Orleans, Baltimore y Filadelfia. La oleada de caridad, que había comenzado en el humilde corazón de nuestra fundadora, se extendió rápidamente a través de esta vasta nación.

Estas Hermanitas llegarían a su destino sólo con los suministros más básicos, tomando posesión de edificios vacíos, a menudo sucios o deteriorados, que habían sido adquiridos por ellas. Comenzaban colocando las imágenes de la Virgen María y San José, que habían llevado con sumo cuidado en un manto desde la casa madre, y luego se arrodillaban en oración para pedir la bendición de Dios sobre su nueva vivienda y sobre quienes la convertirían en su hogar.

Gracias al trabajo arduo y a la generosidad de los ciudadanos locales, estos edificios vacíos pronto quedaban limpios y equipados con todo lo necesario para el cuidado de los ancianos indigentes que llegaran a sus puertas.

En cada ciudad, el clero local y las comunidades de mujeres y hombres religiosos ayudaban a las Hermanitas.

La primera donación que las Hermanitas recibieron en este país fue un billete de $20 del Padre Isaac Hecker, fundador de la comunidad de los Padres Paulistas, recién establecida.

Las religiosas también recibieron el apoyo generoso de los laicos, personas de todas las edades y todos los estratos sociales, católicos y no católicos. Los estudiantes locales llevaban sus humildes ofrendas, unos pocos platos o una hogaza de pan.

En Cleveland, una familia alemana se puso completamente al servicio de las Hermanitas como una manera de cumplir una deuda con Dios. La mujer más rica de Boston compró rosarios, naranjas frescas y buen vino para los ancianos. El mejor hotel de Louisville donó una cena navideña de la calidad de un restaurante. En Filadelfia, tres jóvenes ricas vendieron sus regalos de Navidad y donaron las ganancias a las Hermanitas. Eventualmente, una de ellas sería declarada santa.

Durante los primeros meses de la fundación en Pittsburgh, dos Hermanitas jóvenes murieron de fiebre tifoidea en cuestión de días. Las otras Hermanitas quedaron devastadas, pero el obispo y las comunidades religiosas locales se acercaron a las recién llegadas y les apoyaron durante su terrible experiencia.

Las Hermanitas escribieron que Dios había hecho uso de esta tragedia para dar a conocer su trabajo en la ciudad. De hecho, nuestras Hermanitas pioneras vieron la providencia de Dios en todos los acontecimientos de su vida diaria, y en todas las personas que encontraron.

Si tuviera que resumir en una palabra la historia de nuestra congregación en los Estados Unidos, sería solo esa: providencia.

Durante los años en que se establecieron nuestras primeras fundaciones en los Estados Unidos, los Padres del primer Concilio Vaticano escribieron: “Dios en su providencia vigila y regula todas las cosas que él hizo, llegando con su fortaleza desde un extremo al otro y disponiendo de todas las cosas con delicadeza”.

Dios no sólo sabe lo que está pasando en el mundo; dirige todo, hasta el detalle más pequeño e insignificante, sostiene todo lo que existe y lo guía todo de acuerdo a su plan misterioso.

Los Padres del primer Concilio Vaticano enseñaron que Dios gobierna el mundo con delicadeza. No es ruidoso ni llamativo; no nos enfrenta ni exige nuestra atención, y esto es un problema en nuestra cultura, saturada por los medios y con sobrecarga sensorial.

Es fácil pasar por alto los signos de la providencia de Dios en nuestras vidas, no darnos cuenta de que, bajo esa delicadeza, hay omnipotencia. Dios realmente está a cargo. Y Él gobierna todas las cosas según su plan de amor.

Nuestras Hermanitas pioneras sabían esto en lo más profundo de sus corazones. En su fe sencilla, pudieron ver las huellas de la providencia de Dios tanto en las dichas como en las tristezas, en los buenos tiempos como en los malos.

Esta es la lección más importante que he aprendido durante la celebración de nuestro sesquicentenario. No importa cuán oscuro o cargado de problemas pueda parecer nuestro mundo, todos somos hijos de la providencia delicada y amorosa de Dios. ¡Confiemos en Él!

Comments from readers

Maria Maguire - 08/22/2019 09:10 PM
Thanks so much, Sister Constance, for your blog which describes so vividly the hardships, steadfast faith and loving service to our Lord of the Little Sisters of the Poor. Indeed God's love and omnipotence is in control in our world, to EVERY ONE who wishes to open the eyes of the heart to God's faithfulness. A huge shower of blessings to you from "little ol' me". Glory to God our Father in heaven. Your lives have touched thousand and thousand of souls with your work through the years.

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