¿A dónde nos dirigimos ahora?
Monday, July 22, 2019
*Tony Magliano
Es natural que un cumpleaños sea un momento para celebrar el regalo de vida que Dios nos ha dado —el año que pasó y todos los años con los que el Todopoderoso ha bendecido a cada uno de nosotros.
Un cumpleaños también nos presenta una oportunidad ideal para evaluar con honestidad y humildad dónde nos encontramos en la vida. Es un tiempo para discernir en oración en qué dirección Dios nos pide dirigirnos.
Como sucede con cada uno de nuestros cumpleaños personales, también sucede con el cumpleaños de nuestra nación.
Acabamos de celebrar el cumpleaños de los Estados Unidos, y la mayoría de las personas que viven en este país tiene mucho que celebrar. Por ejemplo, cualidades ideales en una nación son las de la Declaración de Derechos, que consagra las libertades humanas fundamentales de religión, de expresión, de prensa, de reunión pacífica, y de solicitar al gobierno soluciones a las injusticias.
Sin embargo, en medio de la celebración sería prudente prestar atención al otro lado de la moneda.
Lemas como “Mi país, con o sin razón” y “Estados Unidos: lo amas o lo dejas” no son patrióticos, sino dañinos para la salud del país. Los estadounidenses que defienden tales sentimientos ignoran los muchos males críticos de la nación.
Si un ser querido tiene una adicción grave, ¿sería sabio y amoroso decir que mi cónyuge o mi hermana, mi hijo adolescente o mi mejor amigo están totalmente bien y sanos y, por lo tanto, ignorar su adicción? ¡Por supuesto que no!
Lo mismo ocurre con el país.
Los estadounidenses que verdaderamente aman a su país, y gente de todas las naciones que verdaderamente aman a sus países, identificarán con honestidad y madurez los males de la nación y se esforzarán por tratar esos problemas con remedios de amor que den vida y ayuden a todas las personas a estar bien en cuerpo, mente y alma.
En una nación y en un mundo que van de muchas maneras contra el Evangelio de Jesucristo, los discípulos fieles deben ser contraculturales.
Necesitamos exhortar incansablemente a los Estados Unidos y otras naciones a crear las condiciones políticas, económicas , culturales y espirituales donde el aborto, el infanticidio, la eutanasia, la pena de muerte, el racismo, la pobreza, el hambre, la falta de agua potable, la falta de vivienda, la falta de asistencia médica, la educación deficiente, el desempleo/subempleo, el uso de drogas ilícitas, el cambio climático/calentamiento global, la fabricación de armas, el tráfico de armas, la preparación para la guerra, y la falta de sensibilidad hacia los migrantes y refugiados ya no existan.
En cambio, necesitamos desarrollar con urgencia políticas nacionales e internacionales y condiciones sociales que fomenten de manera integral la justicia social, la paz y el amor hacia todas las personas —nacidas y no nacidas— como hacia la tierra, el hogar común que todos compartimos.
Hace 12 años tuve el gran privilegio de entrevistar al sacerdote jesuita Daniel Berrigan, valiente activista por la paz, ya fallecido. Con sabiduría penetrante dijo: “Debemos preguntarnos: ‘¿Somos cristianos que, por alguna razón, también somos estadounidenses, o somos estadounidenses que, por alguna razón, también somos cristianos?’” Esa es una pregunta crucial. Una pregunta crucial para nuestra salvación y para la salvación de nuestra nación. Y es una pregunta que se aplica de igual manera a los cristianos en todas las naciones.
Entonces, ¿qué es lo que realmente nos importa? ¿Tener un “patriotismo” ciego ante los males de la nación, o tener una fe en Cristo y en el progreso del Reino de Dios en la tierra?
¿Permitimos que las creencias políticas, económicas y culturales triunfen sobre la Buena Nueva de Jesús? O, en un mundo turbulento, ¿estamos firmes sobre los cimientos sólidos del Evangelio?
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