'Una crisis del coraz�n y una crisis del alma'
Monday, February 11, 2019
*Tony Magliano
Al culpar a los inmigrantes indocumentados por un gran número de asesinatos violentos, agresiones, delitos sexuales y sobredosis de drogas, el presidente Donald Trump, en su primer discurso en horario estelar el 8 de enero desde la Oficina Oval, dijo: “Esta es una crisis humanitaria, una crisis del corazón y una crisis del alma”, e insistió en que el Congreso proporcione $5.7 mil millones para una extensión del muro a lo largo de la frontera de Estados Unidos y México.
Las palabras del presidente Trump son absolutamente correctas: “Esta es una crisis humanitaria, una crisis del corazón y una crisis del alma”. Pero la manera en que aplica estas palabras es absolutamente incorrecta.
Es cierto que existe una crisis humanitaria. Pero no es una ficticia de innumerables migrantes peligrosos que invaden a los Estados Unidos para aterrorizar a los ciudadanos estadounidenses. Más bien es una verdadera crisis de migrantes que sufren —especialmente aquellos en el Triángulo Norte de Centroamérica (Guatemala, Honduras y El Salvador) que son víctimas de la violencia de las pandillas de narcotraficantes, extorsión, secuestros y falta de empleo— y buscan una vida segura y decente para ellos y sus familias. ¿No es eso lo que todos buscamos?
Kevin Eckery, vicecanciller de la Diócesis de San Diego —que limita con México— me dijo durante una entrevista: “Esta es una crisis inventada, no hay invasión. Lo que necesitamos es encontrar maneras de ser generosamente compasivos”.
Un gran número de estudios confirman que los inmigrantes son menos propensos a cometer crímenes violentos que los ciudadanos nacidos en Estados Unidos. De hecho, los inmigrantes enriquecen en gran medida nuestras iglesias, la cultura y la economía.
De acuerdo con The Hill (http://bit.ly/1rm6iF0), algunos segmentos de la economía de los Estados Unidos, como la agricultura, dependen en gran medida de los inmigrantes indocumentados. “En términos de cifras generales, el Departamento del Trabajo informa que de los 2.5 millones de trabajadores agrícolas en los Estados Unidos, más de la mitad (53 por ciento) son inmigrantes ilegales. Los agricultores y los sindicatos de trabajadores colocan esta cifra en 70 por ciento”.
Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, hay más de 25 millones de refugiados y más de 3 millones de solicitantes de asilo en todo el mundo (https://www.unhcr.org/figures-at-a-glance.html). Y, lamentablemente, solo un pequeño porcentaje de ellos puede construir nuevas vidas en los países de acogida.
En promedio, solo a unas 24,000 personas se les concede asilo en los Estados Unidos anualmente (https://bit.ly/2bqdgre). Y en el año fiscal 2018, los EE. UU. redujeron drásticamente el número de refugiados admitidos a solo 22,491 (https://cnn.it/2xY0QFi).
Según el instituto conservador CATO, 49 países tuvieron tasas más altas de aceptación de solicitantes de asilo y refugiados que los EE. UU. en 2017. Y el pequeño y pobre Líbano, la nación más hospitalaria del mundo, ha aceptado solicitantes de asilo a razón de 73 veces más que los Estados Unidos. (https://bit.ly/2FiqUjE)
Es esencial que los fieles católicos en los Estados Unidos y otras naciones ricas presionen a los líderes de sus gobiernos para que permitan más refugiados y solicitantes de asilo en sus países.
También es muy importante que los ciudadanos de los EE. UU. se comuniquen con sus dos senadores y congresistas (número telefónico del Capitolio: 202-224-3121) para instarles a que aprueben una legislación integral, justa, compasiva y exhaustiva sobre la reforma migratoria, y para que aumenten significativamente los recursos diplomáticos y financieros que ayuden a remediar las causas que obligan a millones de seres humanos a huir de sus países.
Como fieles católicos, es absolutamente esencial que pongamos nuestras convicciones políticas a un lado y tomemos en serio la enseñanza que el Papa Juan XXIII nos dio en su encíclica Pacem in Terris (Paz en la Tierra): “Ha de respetarse íntegramente también el derecho de cada hombre a conservar o cambiar su residencia dentro de los límites geográficos del país; más aún, es necesario que le sea lícito, cuando lo aconsejen justos motivos, emigrar a otros países y fijar allí su domicilio”.
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