Alentemos a los ancianos en nuestra Iglesia
Monday, March 12, 2018
*Sr. Constance Veit
En julio del año pasado, participé en la Convocatoria de Líderes Católicos en Orlando, Florida. El propósito de este gran encuentro sin precedentes entre obispos y laicos de los Estados Unidos fue estudiar lo que el Papa Francisco ha denominado las “nuevas periferias” y capacitar discípulos misioneros.
Me invitaron a la Convocatoria para hablar sobre los ancianos. La sesión de 90 minutos sería el único momento en el que se discutirían las necesidades y aspiraciones de las personas mayores.
Oré para que nuestro panel representara eficazmente a los ancianos como agentes y receptores de la misión caritativa y evangelizadora de la Iglesia, pero según escuchaba las discusiones sobre las “periferias” – término del Papa Francisco para los marginados de la sociedad – el Espíritu Santo me inspiró con una nueva e inesperada perspectiva.
Numerosos oradores se refirieron a inmigrantes y adultos jóvenes como el futuro de la Iglesia en los Estados Unidos. De repente, al revisar las estadísticas que yo pensaba presentar sobre el envejecimiento exponencial de las sociedades occidentales, me di cuenta de algo: ¡el grupo demográfico más significativo y de rápido crecimiento en la Iglesia no es hispano, asiático o joven adulto, sino el de las personas mayores!
Los ancianos ya llenan de manera desproporcionada los bancos de nuestras iglesias católicas, y sirven en grandes números en todos los ministerios imaginables. De acuerdo al conocido periodista católico John L. Allen, Jr., 6.8 millones adicionales de católicos en los Estados Unidos entrarán en sus años de jubilación para el año 2030, la etapa de la vida cuando las personas tienen más probabilidades de orar e ir a la iglesia. En 2050, los estadounidenses de edad avanzada superarán a los jóvenes por más de 16 millones. ¡Las personas mayores no son una periferia sino el pilar, el baluarte, de nuestra Iglesia!
Durante el panel, mis copresentadores y yo compartimos nuestra experiencia práctica y nuestras convicciones sobre la dignidad de cada vida humana, y el papel insustituible de los ancianos como figuras de sabiduría con muchos dones que ofrecer. Me inspiró el compromiso y la compasión de los que participaron en la sesión, pero lo que realmente me sorprendió fue cómo Dios me llevó a numerosos encuentros con personas mayores inspiradoras durante el resto de la convocatoria.
Conocí a un profesor universitario retirado que estaba allí para ayudar a su hija, una vibrante joven discapacitada a quien habían sido seleccionado para asistir a la convocatoria. Un grupo de viudas de la Florida me invitó a cenar con ellas, y compartieron con entusiasmo cómo sus vidas habían sido transformadas a través del movimiento de Cursillos. Una pareja de ancianos describió sus experiencias en la capacitación de generaciones de monaguillos en su parroquia, y otro detalló su ministerio de preparación de parejas comprometidas para el sacramento del matrimonio.
Conocí varias mujeres del grupo Católicos por la Libertad de Religión (CFFOR, por su sigla en inglés), con sede en Long Island, iniciativa lanzada en 2012 en respuesta al mandato del Departamento de Salud y Servicios Humanos para financiar anticonceptivos. El propósito de CFFOR es “preservar la Primera Enmienda de los Estados Unidos sobre la libertad de religión para nuestra era y para los tiempos y los millones que aún no han nacido”. La organización no partidista establece grupos parroquiales para educar y abogar por la libertad religiosa, según la intención original de la Constitución de los EE.UU. CFFOR patrocina todos los años actividades diocesanas durante la Quincena por la Libertad, realiza presentaciones en las parroquias y escuelas, y desarrolla y distribuye los recursos educativos sobre la libertad religiosa para los niños en edad escolar. ¡CFFOR ya se ha extendido a cinco estados, con el apoyo absoluto de sus obispos locales!
Mientras compartía con las mujeres de CFFOR, recordé una homilía del Papa Francisco en la que comparó a los ancianos como “el buen vino añejo y el buen pan”, y una homilía muy reciente en la que les dijo a los cardenales en Roma que son “abuelos” llamados a compartir su sabiduría y su experiencia, y para transmitir sus sueños a la juventud de hoy.
Con esas cifras enormes y mucho que compartir, los ancianos no pueden ser considerados una periferia en la Iglesia. Solo se convertirán en una periferia si las generaciones más jóvenes los echan a un lado y se niegan a aceptar los dones que tienen que ofrecer. ¡Apoyemos, pues, la nueva acogida entre jóvenes y ancianos que tanto anhela el Papa Francisco!
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