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No es ningún secreto que, mientras las filas de quienes acuden a comulgar han crecido, la fila de quienes acuden a confesarse es cada vez más corta. Sin embargo, la crisis espiritual de nuestra época –la pérdida del sentido del pecado– no podrá superarse a menos que nuestro pueblo católico redescubra las consolaciones de hacer una “buena confesión”.

Aumentar las oportunidades de que uno se acerque al sacramento, podría ayudar. La experiencia de los sacerdotes que escuchan confesiones diariamente en la Ermita, el Santuario Nacional de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, demuestra que las personas acuden a confesarse cuando la confesión está realmente a su alcance. Durante la Cuaresma, nuestras parroquias, en efecto, programan servicios especiales de penitencia, en los que los fieles pueden participar en el Rito de la Reconciliación con confesiones y absolución individuales.

Este año, varias de nuestras parroquias participarán en un Fin de Semana de la Reconciliación. El 15 y el 16 de abril, inmediatamente antes del Domingo de Ramos y del comienzo de la Semana Santa, iglesias designadas para ello abrirán sus puertas más temprano el viernes por la tarde y durante todo el día del sábado, y habrá sacerdotes disponibles durante todo ese tiempo para escuchar las confesiones de los fieles.

En las palabras del Papa Benedicto XVI, la Cuaresma es “una época privilegiada de peregrinación interior hacia Aquel que es la fuente de la misericordia”. Nuestra Cuaresma será fructífera si nos ayuda a salir de nosotros mismos para que podamos abrirnos –con abandono confiado– al abrazo misericordioso de nuestro amoroso Padre. Este “abrazo misericordioso” se ofrece a cada católico que, con la disposición apropiada y con el firme propósito de la enmienda, se acerca al Sacramento de la Penitencia. La recepción provechosa de este sacramento también puede ayudarnos a abrirnos a los demás en sus necesidades: por haber experimentado la misericordia de Dios, podemos aprender a ser misericordiosos.

La jornada de la Cuaresma es una conmemoración del bautismo, a través del cual nos hemos reconciliado con Dios, al participar en la muerte y la resurrección del Señor. Por esta razón, en el Domingo de Resurrección los fieles –habiéndose preparado para las solemnes celebraciones de la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor mediante las prácticas religiosas de la Cuaresma– renovarán sus promesas bautismales. De esta manera, renovamos nuestro compromiso con esa búsqueda de la santidad que debe ser lo que nuestra vida en Cristo signifique para nosotros como cristianos, como católicos.

Si buscamos la santidad, entonces –tal como el Papa Juan Pablo II nos recordó– “sería una contradicción que nos conformáramos con una vida de mediocridad marcada por una ética minimalista y una religiosidad superficial”. La Cuaresma –si la observamos adecuadamente mediante la oración, el ayuno y las limosnas (u otros actos de abnegación) – puede ayudarnos a resolver “esas contradicciones” de nuestras vidas que nos impiden la búsqueda de la santidad. Y al hacerlo así, la Cuaresma debe conducirnos a la recepción fructífera del Sacramento de la Penitencia. La Penitencia ha sido llamada “el segundo bautismo”, pues sigue siendo “la manera ordinaria de obtener el perdón y la remisión de los pecados mortales cometidos después del bautismo”.

En el Miércoles de Ceniza, escuchamos la exhortación de San Pablo: “Somos embajadores de Cristo, tal como si Dios suplicara por medio de nosotros. Les imploramos en nombre de Cristo: reconcíliense con Dios”. San Pablo pide una reconciliación personal, pero, hablando como un embajador de Cristo, también nos exhorta a que nos reconciliemos con Dios, como él dijo, “por medio de nosotros”, es decir, por medio de los representantes de la Iglesia a los que Cristo les dio el poder de perdonar los pecados. La Cuaresma es una temporada de gracia y salvación. Y, por lo tanto, es “el momento favorable” para que cada católico redescubra, una vez más, el Sacramento de la Penitencia.

¡Reconcíliense con Dios!

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