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Aunque noviembre está cercano al último mes del año, nos invita a los católicos a reflexionar en lo que los escritores espirituales han llamado las “Últimas Cosasâ€. Por supuesto, estas “Últimas Cosas†son la Muerte, el Juicio Final, el Cielo (para muchos, si no, por vía del purgatorio para la mayoría de nosotros), y el Infierno.

El mes comenzó con la solemnidad de Todos los Santos, seguida de la festividad de Todos los Difuntos.

Para nosotros los católicos, estas conmemoraciones son una lección en eclesiología, o sobre cómo la Iglesia se entiende a sí misma. La Iglesia, como nos lo recordó el Concilio Vaticano Segundo, es esencialmente una comunión: a través del bautismo, entramos a la vida misma de Dios – Padre, Hijo y Espíritu Santo. Nos convertimos en miembros de un solo cuerpo, el Cuerpo de Cristo.

Esa comunión, que es nuestra en Cristo, es invocada en el Credo: “la Comunión de los Santosâ€. Y esa expresión es una manera maravillosa de contestar la pregunta: “¿Qué es la Iglesia? Porque, ¿qué es la Iglesia sino la asamblea de todos los santos, vivos y muertos?

Y esa comunión sólo se rompe por el pecado mortal. La muerte no rompe nuestra comunión con los santos. Por lo tanto, la tradición habla de tres estados de la Iglesia:
-    la Iglesia triunfante – aquella de los números que ya han entrado a la gloria de la vida eterna;
-    la Iglesia sufriente – aquella de los fieles difuntos que pronto entrarán al cielo pero que ahora experimentan la purificación final que nosotros los católicos llamamos purgatorio;
-    y la Iglesia militante, aquellos de nosotros que, aunque somos ciudadanos del cielo a través de nuestro bautismo, aún peregrinamos en la tierra, atravesando, por así decirlo, una tierra extraña hasta que lleguemos a nuestra verdadera patria, el Reino de los Cielos.

Estas fiestas también ayudan a enfatizar para nosotros una de las enseñanzas principales del Concilio Vaticano Segundo; una enseñanza que, ciertamente, no es nueva u original al Concilio, sino una a la que el Concilio deseaba dar un énfasis renovado, a saber, el llamado universal a la santidad que cada cristiano recibe en el bautismo.

Catherine de Hueck Doherty, quien escribió un clásico espiritual titulado “Poustiniaâ€, expresó, citando al escritor espiritual del siglo 19, Leon Bloy: “Permanece tranquilo, y mira profundamente a las motivaciones de la vida. ¿Podrán construirse sobre ellas los verdaderos cimientos de la santidad? Ciertamente hemos nacido para ser santos – ¡amantes del Amor que murió por nosotros! Sólo existe una tragedia: no ser santoâ€.

Durante noviembre, cuando los días se hacen más cortos, hacemos bien en recordar cuán cortas son nuestras vidas, y meditar en esas Últimas Cosas que nos esperan a todos. Pero gracias a las fiestas de Todos los Santos y Todos los Difuntos, nuestras reflexiones de noviembre no tienen que ser sombrías, sino que deben ser esperanzadoras.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña: “La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santoâ€. (CIC Núm. 1817)

Nuestra creencia en el purgatorio – la purificación final de los elegidos – nos ayuda a los católicos a permanecer firmes en esa esperanza, evitando de esa manera tanto la desesperación como la presunción. La desesperación es contraria a la bondad de Dios, a Su justicia, pues el Señor es fiel a sus promesas y a su misericordia. Porque hay un purgatorio, no tenemos que desesperarnos sobre nuestra salvación personal o la de nuestros seres queridos si, al fallecer, nos quedamos cortos de la santidad perfecta necesaria para entrar a la presencia de Dios. Y mientras nos protege de la desesperación, nuestra creencia en el purgatorio también nos protege de caer en la presunción de que podemos salvarnos por cuenta propia, sin la ayuda de la gracia de Dios, o de que podemos obtener el perdón sin la conversión, o la gracia sin el mérito. (Ver CIC, núms. 2091, 2092).


Comments from readers

Linda P - 11/10/2010 05:43 PM
....and after this our exile, may we be worthy of the promises of Christ...
Norma T. Molina - 11/09/2010 07:33 PM
Dear Archbishop,
Thank you for this article, which reflects so well your office of teaching. When I ponder on the beauty of our Catholic Tradition and doctrine, the more I see our need as Christians and Catholics to be so much more committed to the new evangelization that our beloved late Pope, the Venerable John Paul II called us, especially in America.

Today I heard the preaching of a priest that said: purgatory is the doctrine of God's mercy toward mankind. And then, I heard another priest saying: saints are people in love with God. I thought it was so fitting to make this comment after reading your article.

May we all truly live a life in love with Christ, our Savior, so that we may attain that place in heaven that the Lord himself has prepared for each one of us.

With sincere thanks.
Sharon miller - 11/08/2010 03:26 PM
Thank you Archbishop Wenski for this beautiful light on the Four Last Things, which we are determining in our every day, minute to minute decisions in the here and now. I was meditating on how this time every year, there is an extra joy in the air- which I always attributed to the preparation of the Birth of Christ. I came to realize that it is the joy of the suffering souls taking flight to heaven during this special month devoted to them- a joy that we too share, as we pray for them and offer up sacrifices for their speedy release. May their souls, and all the souls of the faithful departed, rest in peace. Amen.
Michael Kramer - 11/08/2010 09:09 AM
WOW. Thank you Your Excellency for this beautiful article instructing us on the Four Last Things and the Communion of the Saints. AD MULTOS ANNOS!

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