By Archbishop Thomas Wenski - The Archdiocese of Miami
Homilía del Arzobispo Thomas Wenski durante la celebración eucarística por la Fiesta de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre. 8 de septiembre de 2025.
“Con desesperanza y sin alegría no hay futuro para ningún pueblo”. Delante esta realidad dolorosa y apremiante que experimenta el pueblo de Cuba desde ya hace demasiado tiempo, acudimos a esta pequeña Ermita, la casa de la Madre, implorando a la Virgen Mambisa, la Madre de la Caridad, para que ella ayude a los cubanos, dondequiera que se encuentren, a no tener miedo ni tampoco darse por vencido, porque como dicen los obispos de Cuba, “hay que hacer algo para salvar a Cuba y devolvernos la esperanza.”
Aquí en Miami, estamos rodeados de islas y tierras de mucho dolor y sufrimiento. Cuba, por supuesto, pero también Venezuela y Nicaragua, sin olvidar a Haití y también otros países de nuestro continente donde la pobreza y la falta de un Estado de derecho conspiran para privar a sus ciudadanos de un futuro de esperanza.
Y aquí en Estados Unidos, y en este estado, y en esta ciudad y condado, hay tantos inmigrantes que buscaron en estos lares un futuro de esperanza, pero que sin un estatus legal permanente viven en la desesperación y el miedo, presos de la incertidumbre y la confusión ante un presente trágico y un futuro incierto.
En este Santuario Nacional de la Virgen de la Caridad, se abrieron las puertas para todos los devotos de la Virgen; gente creyente y fiel de todos los pueblos de Hispanoamérica sigue acudiendo a diario para visitar agradecidos a la virgen morena, que extiende su manto para acogernos a todos.
Hace poco se instalaron aquí en los terrenos de la Ermita dos nuevas obras de arte. Ambas nos recuerdan que no debemos dejarnos llevar por la globalización de la indiferencia, sino redescubrir la solidaridad, acoger al extranjero como hermano o hermana, y mostrar hospitalidad. En una, se ve una barca sobrecargada de inmigrantes y refugiados de toda la tierra y de todos los tiempos, y la otra presenta una figura que por un lado parece un pobre extraño y por el otro lado parece un ángel. Así, estas obras nos recuerdan una cita de la Carta a los Hebreos 13: 2 que dice: "No os olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles".
San Lucas, después de contarnos la escena donde el ángel Gabriel le anuncia a María que ha sido elegida para la importante misión de ser el puente en el que Dios y el hombre se encuentran, y así dar inicio a la obra de la redención, nos dice que ella se puso inmediatamente en camino hacia la casa de su anciana prima; una visita impulsada por fidelidad a Dios, que le ha dado un signo: el humanamente imposible embarazo de Isabel. Una visita también motivada por el gran servicio que podrá ofrecer a su prima, en los últimos meses de la gestación de Juan.
El evangelista, nos ha descrito a una mujer valiente, fuera de serie, que dialoga de tú a tú con Dios; que decide personalmente, y sin esperar por la aprobación de una figura masculina como era costumbre en aquellos tiempos. María aparece en la historia dentro del marco de lo extraordinario, con una fidelidad y una confianza a toda prueba que la convierte en modelo para todo creyente; en ejemplo para todo aquel que decida seguir los planes de Dios, aún sin comprender casi, o nada, de lo que el Señor tiene entre manos.
Y es que María de la Caridad no deja de interceder por nosotros. Como en las bodas de Caná, ella sigue diciéndole a Jesús: Hijo, les falta el vino de la esperanza; necesitan regresar a los valores del espíritu; no permitas que les falte la alegría, ni el don de la solidaridad; no permitas que olviden sus raíces o que las frustraciones, el tiempo y la distancia, les amarguen el corazón.
Ella ha llegado hasta nosotros para escucharnos, para consolarnos, para compartir nuestras penas y nuestras alegrías. para arrimar el hombro y darnos una mano; para estar a nuestro lado en todo momento y en todo lugar.
Así la encontraron aquellos tres jóvenes, flotando serenamente sobre las aguas después de la tormenta. Llegó a Cuba como una celestial misionera balsera, empinada sobre un frágil madero; milagro de la delicada providencia de Dios.
Santa María de la Caridad, desde la bahía de Nipe subió a las montañas del Cobre y de ahí a los hogares y a la vida de todos los cubanos. No sólo vino a visitarnos, sino que vino para quedarse para siempre en todos los eventos del devenir de un pueblo en ciernes.
Ella, pequeña y callada, pero firme y tenaz, ha mantenido vivo el fuego de una fé que ninguna de las tormentas que ha azotado al pueblo cubano ha podido apagar. Ni siquiera la más agresiva campaña atea del gobierno comunista pudo sacarla del fondo del corazón de su pueblo, que hoy la aclama con las palabras de Santa Isabel: ¡Bendita tú entre todas la mujeres y bendito el fruto de tu vientre!
Pequeña como los pobres de la tierra y mestiza como su pueblo, nos dice una y otra vez, con toda la fuerza de su amor, señalando al hijo que lleva en sus brazos: ¡Hagan lo que él les diga!
Como hijos desterrados de Eva, debemos caminar por los desiertos de este mundo. Hay muchos desafíos: situaciones de dolor, guerra, desigualdad e injusticia en todo el mundo.
Pero también, somos hijos de la nueva Eva, de Maria, la doncella de Nazaret, quien al decir “sí” al Señor en la Anunciación abrió las puertas del mundo a la esperanza. Y así, como hijos de Maria peregrinamos por este “valle de lágrimas” confiados en la victoria de Jesucristo, la esperanza que nunca nos defraudará.
Una vez más pedimos a la Patrona de Cuba que interceda ante su hijo Jesucristo por todo el pueblo de Cuba y los pueblos vecinos que también sufren. Santa María de la Caridad, escucha al pueblo que esta noche te ha venido a visitar una vez más, y adelanta para Cuba la hora de la reconciliación en la verdad, acompañada de la libertad y la justicia.
Que este pueblo decida reclamar sus derechos y que ponga la proa de su destino rumbo a la libertad. Es un pueblo que parece haber perdido la esperanza, porque se ha cansado de vivir en cadenas, que es vivir, como nos recuerda el Himno Nacional de Cuba, en afrenta y oprobios sumidos.
Madre de la Caridad, revivifica la esperanza de este pueblo noble y emprendedor, que quiere vivir sin miedos ni vigilancias, en una nación donde no se persiga el pensamiento ni se ahoguen los sueños.
Como dicen los obispos de Cuba en su mensaje en el Año Jubilar: “Con desesperanza y sin alegría no hay futuro para ningún pueblo… hay que hacer algo para salvar a Cuba y devolvernos la esperanza!”