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Columns | Saturday, August 22, 2015

�Dios est� en las vidas de todos�, incluso los que est�n en la c�rcel

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El próximo mes, cuando el Papa Francisco visite los Estados Unidos, una de las paradas de su itinerario será una prisión en las afueras de Filadelfia. Ha visitado las cárceles de Italia y otros países para recordarnos la dignidad, incluso, de quienes han sido condenados por algún delito. El Papa Francisco ha dicho: “Dios está en las vidas de todos. Incluso si la vida de una persona ha sido un desastre, incluso si es destruida por vicios, drogas o cualquier otra cosa: Dios está en la vida de esta persona”.

Si bien las condiciones en las cárceles de Estados Unidos podrían ser un poco más humanas que las de la famosa prisión de Palmasola, que el Papa visitó en Bolivia el mes pasado, nuestro sistema de justicia penal se encuentra, sin embargo, quebrantado, y sigue quebrantando, innecesariamente, a familias y comunidades en todo nuestro país.

Como nación, encarcelamos a una parte mayor de nuestra población que cualquier otro país occidental; más, incluso, que la propia Unión Soviética en su época. Hoy se encuentran en Estados Unidos más de 2.2 millones de personas en prisión en un día cualquiera, y en el curso de un año, unos 13.5 millones pasan a través de nuestras instituciones correccionales. En la Florida, nuestras prisiones estatales, que albergan a unas 100,000 personas, se han visto manchadas por los escándalos de los últimos años, con varias denuncias de abusos a prisioneros, e incluso prosiguen las investigaciones sobre posibles asesinatos por parte de guardianes.

¿Cómo se ha llegado a esto? Hay muchísimas razones, por supuesto. La crisis de nuestras familias — la ruptura y la disolución de las familias estadounidenses, especialmente entre los pobres — sin duda ha dejado a muchos jóvenes sin timón. Muchos no sólo han perdido el camino: nunca llegaron a aprenderlo.

El acceso a una mejor asesoría legal y a mejores recursos, permite a menudo que los delincuentes más ricos y mejor educados aplacen o eviten la cárcel. Los que van a la cárcel suelen ser los que poseen una baja educación, los enfermos mentales, los drogadictos o los pobres. Y debido a la existencia de severas y poco meditadas leyes de sentencia, y de leyes más estrictas de libertad condicional, que se proponen más bien castigar que rehabilitar, nuestras poblaciones carcelarias siguen creciendo. Las llamadas leyes de “Tres strikes” terminan a menudo condenando a delincuentes de poca monta a pasar su vida en la cárcel por delitos relativamente menores, de tercera categoría. Se supone que la justicia sea ciega, pero, teniendo en cuenta las desigualdades del sistema de justicia penal existente, uno podría decir con razón que la justicia se ve mermada.

Nuestra tradición judeocristiana ha pedido siempre el tratamiento humano de los prisioneros, y ha hecho hincapié en que el encarcelamiento debería conducir a la rehabilitación de los presos, para que puedan volver a la sociedad y retomar su lugar como ciudadanos productivos. La realidad de las cárceles de hoy está lejos de este ideal. Aunque la sociedad debe ser protegida de los peores de entre nosotros, hay poco esfuerzo por rehabilitar a los transgresores no violentos y a los equivocados. Y si bien nuestra Constitución prohíbe el castigo cruel e inusual, lo que vemos que sucede en nuestras prisiones es cruel e inhumano. La propagación de las enfermedades infecciosas en las prisiones, incluido el SIDA, y la violencia sexual que ocurre entre las paredes de las cárceles, indican hasta qué condiciones inhumanas ha llegado en la actualidad el sistema penitenciario de nuestro país.

Todo esto refleja la triste realidad en que viven los encarcelados de hoy, tanto si están en una pequeña cárcel del condado o en una gran prisión federal. Su mundo es de dolor y desesperación. Puesto que nadie quiere vivir al lado de una institución correccional, éstas se construyen, generalmente, en zonas rurales aisladas, de manera que los presos terminan por verse “almacenados” lejos de sus familias y, por lo tanto, “fuera de la vista, fuera de la mente”, y el resto de la sociedad se permite, simplemente, ignorarlos.

La violencia engendra violencia: la inhumanidad del hombre hacia el hombre consiste no sólo en el crimen en sí, sino también en la forma en que nosotros, como sociedad, tratamos al malhechor. El recluso es nuestro hermano o hermana en Cristo, un hijo de Dios que, a pesar de cuál sea el delito que él o ella haya podido cometer, no pierde su dignidad de hijo de Dios.

Como Iglesia, debemos proclamar y promover el respeto de la dignidad de cada persona, y esto debe incluir a los que están por nacer, a los discapacitados, los migrantes, las personas mayores… y no podemos dejar de incluir también a quien está en prisión.

En la Arquidiócesis de Miami, muchos de nuestros sacerdotes, diáconos y fieles ejercen su ministerio entre los encarcelados. Su ministerio es una verdadera obra de misericordia. Toman al pie de la letra lo que Jesús dijo en su parábola sobre el Juicio Final (cf. Mateo 25): “Yo estaba en la cárcel, y me visitaron”. Después de todo, el propio Jesús fue encarcelado y sufrió la crucifixión, que era el método de aplicar la pena capital en su época. Y desde su cruz, beatificó a un delincuente común que la historia conoce ahora como el “buen ladrón”, porque se “robó” el cielo y llegó allí incluso antes que la inmaculada Virgen María.

Con su visita a una prisión de Estados Unidos en el mes de septiembre, el Papa Francisco nos recordará que “Dios está en las vidas de todos”.

Comments from readers

Beth Cioffoletti - 08/15/2015 06:01 AM
Thank you Archbishop Wenski for this. However if he thinks that prison conditions in the USA are "more humane" than those in Italy, he hasn't visited very many Florida prisons. I hope that he will follow Pope Francis' example and go to the local jails and prison and personally minister to these inmates. And I hope that he will take the local media with him.

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