Monday, February 24, 2014
Rogelio Zelada - Office of Lay Ministry

Photographer: FOTOS CORTESÍA DE ROGELIO ZELADA | LVC
Mons. Boza Masvidal junto a una pequeña imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre, Patrona de Cuba.
Con toda la mala intención del mundo, el Ministerio del Interior revocaba los contenidos del permiso concedido para la tradicional procesión de la Virgen de la Caridad, que ese año debía realizarse el domingo 10 de septiembre. No podría ser a las 5 de la tarde, sino a las 7 de la mañana. Querían mostrar un acto religioso deslucido, al que hubieran asistido poquísimas personas, ya que la Iglesia no tenía acceso alguno a los medios de comunicación para informar del cambio de horario. Una imagen de una procesión muy poco concurrida, que sería presentada como una evidente falta de apoyo popular a la Iglesia.
Que el obispo suspendiera la procesión, nada resolvió. La maquinaria del poder se encontró con una muchedumbre exaltada y molesta, que no sólo gritó “¡Libertad!”, sino que de todas maneras intentó llevar a cabo la procesión. Esa tarde la Iglesia cubana contó con un joven mártir, Arnaldo Socorro, abatido por los disparos de los milicianos cuando, sobre los hombros de un amigo, llevaba en alto un cuadro de la Virgen de la Caridad.
A partir de ese momento se multiplicaron los atropellos, vejaciones, intimidaciones; proliferaron las detenciones injustas, verdaderos atentados contra la dignidad y el decoro de sacerdotes y religiosos; se procedió al desmantelamiento de todas las estructuras educativas y sociales de la Iglesia.
La salida de casi todas las religiosas y la expulsión de cientos de sacerdotes dejaban a los católicos cubanos en la más absoluta pobreza y desamparo espirituales. Junto con los 131 sacerdotes sacados a la fuerza de sus parroquias y obligados a embarcar en el vapor español Covadonga, subió, como último pasajero, Mons. Eduardo Boza Masvidal.
El obispo había nacido en Camagüey, el 18 de septiembre de 1915, el decimotercero de catorce hermanos. Para que los hijos mayores pudieran asistir a la universidad, en 1922 la familia se trasladó a La Habana, donde Eduardo Boza cursó la enseñanza primaria y la secundaria con los Hermanos de la Salle.
Mientras estudiaba Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana, ingresó en la Agrupación Católica Universitaria y en 1935 entró al Seminario de San Carlos y San Ambrosio, como alumno externo, hasta terminar sus estudios universitarios.
Mons. Manuel Arteaga y Betancourt lo ordenó presbítero el 27 de febrero de 1944, en la Catedral de La Habana, y celebró sus dos primeras Misas en la capilla de las Esclavas del Sagrado Corazón y en la de las Religiosas de María Reparadora, porque en ambas comunidades tenía una hermana religiosa.
Como joven sacerdote trabajó pastoralmente en la parroquia del Cerro, enseñó Historia en el recién construido Seminario del Buen Pastor, fue párroco de Madruga y finalmente de la centenaria parroquia de Nuestra Señora de la Caridad, en la calle Salud, entonces el único templo dedicado a la Patrona de Cuba en la Arquidiócesis de la Habana.
En enero de 1959, el P. John Kelly lo invitó a sustituirlo como rector de la Universidad de Santo Tomás de Villanueva, regentada por los Padres Agustinos, cuando comenzaban grandes tensiones y presiones por parte del gobierno comunista de Cuba.
Recibió el episcopado, junto con Mons. José Domínguez, el 15 de mayo de 1960, y su lema fue: “No he venido a ser servido, sino a servir” (Mt. 20, 28).
Hombre de palabra clara y valiente, luchó incansablemente para defender la libertad y el derecho de todos, especialmente de los creyentes, y por eso tuvo que sufrir hostigamiento, prisión y la humillación de verse exiliado a la fuerza.
Su expulsión fue un drama para la Iglesia cubana y una bendición para los católicos que tuvimos que abandonar nuestro país. Su presencia, su testimonio de vida santa, su pasión por Cuba y por Cristo nos iluminaron y nos hicieron más suave la lejanía de la tierra. Él nunca dejó solo a su pueblo, nunca dejó de predicar el Evangelio de Cristo, de iluminar las conciencias con firmeza y claridad, y su ideario sigue siendo fuente de inspiración para todos los que hemos tenido que dejar la patria para comer en el exilio el pan de la libertad. Para unir y fortalecer la fe y la cubanía de los exiliados, fundó la Unión de Cubanos en el Exilio (UCE), organización que permanece viva todavía.
Su vida consistió en desgastarse sacerdotalmente en todos los campos del apostolado y del servicio; recorrió cada uno de los países donde había grupos de cubanos y pasó a servir a la iglesia de Venezuela como obispo auxiliar de Los Teques, diócesis donde falleció el 17 de septiembre de 2003.
A petición de los obispos de Venezuela se acaba de abrir el proceso canónico de la causa de beatificación de este gran obispo cubano. La Congregación para la Causa de los Santos concedió el 31 de enero de 2013 el Nihil Obstat para que la Conferencia Episcopal Venezolana pudiera iniciar este proceso, que comenzó oficialmente el 14 de diciembre de ese mismo año, en la diócesis de Los Teques, en cuya catedral reposan sus restos.
El obispo Freddy Jesús Fuenmayor Suárez presidió la ceremonia oficial que abrió el proceso de beatificación de Mons.
Eduardo Boza Masvidal, que ya puede ser llamado Siervo de Dios. Comienza así un largo y complicado camino, que finalmente elevará al honor de los altares a este gran obispo del exilio cubano, una de sus voces más valientes y claras, el que nos convocó a conservar nuestra fe, nuestra identidad, nuestros valores y nuestro amor por Cuba, por la Iglesia, y por la Virgen de la Caridad.
Un faro de Dios por su palabra y por el testimonio de santidad de su vida.

Photographer: FOTOS CORTESÍA DE ROGELIO ZELADA | LVC
Mons. Eduardo Boza Masvidal con un grupo de Boy Scauts cubanos, durante la década de 1950.
Comments from readers
!Amor sin l�mite! Primero de Enero de 1959.
Cuba estaba en el albor de un cambio que nos entristecer�a por casi 50 a�os.
La residencia donde viv�amos estaba situada a una cuadra de la Parroquia de La Virgen de la Caridad de la calle Salud en La Habana..
Ese d�a nuestra casa fue asaltada por una de las turbas enfurecidas que recorr�an la euf�rica Habana. A mis hermanas y a mi, nos hab�an llevado en la madrugada a casa de mi t�a Carmen. Quedaban en casa, mi abuela Matilde, y mi madre, Margarita.
En medio de los destrozos que estaban ocurriendo, ellas se habian refugiado en una esquina de la sala para protejerse.
Es en ese momento en el que apareci� la figura de Monse��r Boza, qui�n se lanz� por la misma ventana por donde hab�a penetrado la turba, y de hecho, y en mi estimaci�n, aceptando la corona roja del martirio al situarse frente a la multit�d que amenazaba con asesin�r a mi madre y abuela con los postes de los parqu�metros arrancados de la calle, as� evitando que ocurriera.
Aunque no muri�, por este valeroso hecho, el Padre Boza, con el nombre que cari�osamente siempre lo recordar�, al enfrentarse valerosa y santamente a la muerte, estaba dispuesto a renunci�r a su vida por salv�r la de dos de sus semejantes.
� Am�r sin l�mite ! Un H�roe de la Caridad.
Que inmensa suerte haber conocido a alguien a qui�n debo la vida de dos seres queridos.
Deus caritas est.