By Archbishop Thomas Wenski - The Archdiocese of Miami
Homil�a de Mons. Thomas Wenski durante la misa con representantes de los movimientos apost�licos hispanos en la Arquidi�cesis de Miami celebrada en el Seminario St. John Vianney el 9 de enero del 2011.Saludo con afecto a todos Ustedes que representan los movimientos apost�licos hispanos en la Arquidi�cesis de Miami. Como su Arzobispo estoy muy agradecido por todo lo que Uds. hacen para promover el anuncio de la buena nueva aqu� en el Sur de la Florida. Les aprecio mucho y espero poder seguir contando con su colaboraci�n.
Hoy, en este domingo que sigue a la Fiesta de la Epifania, celebramos el Bautismo del Se�or, concluyendo as� el tiempo lit�rgico de la Navidad. El Padre manifiesta en el Jordan a Jes�s, como su Hijo amado, ungido por el Esp�ritu, revelando tambi�n as� el misterio del nuevo bautismo por el que llegamos a ser en verdad hijos suyos.
Como el mismo Juan Bautista reconoci�, Jes�s no tenia necesidad de ser bautizado por el. Sin embargo, Jes�s insist�a que Juan lo bautizara para ense�arnos su solidaridad con el g�nero humano. El Hijo amado del Padre se hace hermano nuestro � lo hemos conocido semejante a nosotros en todo, menos en el pecado - para que as�, participando en su muerte y su resurrecci�n, podamos llegar a ser hijos adoptivos de su Padre. En otras palabras, as� como el sacerdote o el diacono dice al preparar el c�liz para la Misa: �El agua unida al vino sea signo de nuestra participaci�n en la vida divina de quien ha querido compartir nuestra condici�n humana.�
Los obispos de America Latina en el a�o 2008 en su quinta conferencia que tuvo lugar en Aparecida retaron a los fieles que fueran de verdad �disc�pulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en el tengan vida�. Y si hoy la Iglesia de Miami puede contar con tantos �disc�pulos y misioneros� es gracias a los movimientos apost�licos. Los movimientos han promovido un laicado maduro, co-responsable con la misi�n de anunciar y hacer visible el Reino de Dios. Y esto se logra cuando los movimientos se convierte, cada cual de acuerdo con su carisma, en la �escuela� de Jes�s donde uno puede aprender una �vida nueva� dinamizada por el Esp�ritu Santo y reflejada en los valores del Reino.
Hoy, al recordar el Bautismo del Se�or es oportuno que reafirmemos nuevamente las promesas de nuestro propio bautismo para que seamos estos disc�pulos y misioneros con que la Iglesia puede contar para llevar un mensaje de esperanza a tantos que aunque fueron bautizados todav�a no conocen al Se�or. En un mundo donde la paz es muy fr�gil y las promesas quedan sin ser cumplidas, necesitamos cat�licos fieles que puedan dar testimonio de vida de que si se puede vivir en gracia; necesitamos laicos comprometidos que pueden ser modelos de c�mo puede ser un mundo reconciliado. Los movimientos no deben ser clubes sociales sino la levadura en la masa promoviendo as� la conversi�n de los hombres a Cristo. Necesitamos disc�pulos y no apostatas; misioneros que vivan por la Iglesia y no mercenarios que vivan de ella.
Los obispos de America Latina � en su documento final de Aparecida � nos dicen, citando al Santo Padre, el Papa Benedicto:
�No resistir�a a los embates del tiempo una fe cat�lica reducida a bagaje, a elenco de algunas normas y prohibiciones, a pr�cticas de devoci�n fragmentadas, a adhesiones selectivas y parciales de las verdades de la fe, a una participaci�n ocasional en algunos sacramentos, a la repetici�n de principios doctrinales, a moralismos blandos o crispados que no convierten la vida de los bautizados. Nuestra mayor amenaza es el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad.
A todos nos toca recomenzar desde Cristo, reconociendo que no se comienza a ser cristiano por una decisi�n �tica o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientaci�n decisiva.
La figura del profeta Juan el Bautista puede servirnos de ejemplo � pues por ser el precursor fue, tambi�n, disc�pulo y misionero del Se�or. Cuando apareci� el Se�or, Juan declar�: es necesario que el crezca y que yo disminuya. No quiso que la gente se convirtiera en seguidores de el sino en disc�pulos de Cristo. No gritaba: M�renme a m�, sino m�renle a el, al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Que la intercesi�n de la Sant�sima Virgen Mar�a les ayude a ser imagen de aquel que hemos conocido semejante a nosotros en la carne y renueve en todos la vocaci�n a la santidad a la que estamos llamado por el bautismo.