By Archbishop Thomas Wenski - The Archdiocese of Miami

Dietrich Bonhoeffer fue un pastor luterano que vivió en la Alemania nazi; fue ejecutado pocas semanas antes del final de la guerra por haber participado en un complot fallido para matar a Hitler. En un libro que escribió, titulado “El costo del discipulado”, fue muy crítico con el estado de la iglesia en Alemania en el momento en que los nazis tomaron el poder. Bonhoeffer creía que la complacencia llevó a los cristianos a ablandarse en su adhesión a las exigencias de la vida cristiana. El Evangelio ya no se veía como exigente porque muchos llegaron a creer en lo que él llamó “gracia barata”.

Según Bonhoeffer, la “gracia barata” es la predicación del perdón sin requerir el arrepentimiento, el bautismo sin disciplina, la comunión sin confesión, la absolución sin conversión personal. “La gracia barata”, entonces, es gracia sin discipulado, gracia sin cruz, gracia sin Jesucristo, viviente y encarnado.

Ciertas actitudes pueden revelar la creencia en una “gracia barata”, como la actitud que se expresa en la frase: “Dios me acepta y me bendice tal como soy”. Ciertamente, Dios nos ama tal como nos hallemos. Él no nos ama sólo cuando somos buenos, porque Jesús murió por nosotros cuando aún éramos sus enemigos. Sin embargo, porque Dios nos ama, podemos llegar a ser buenos. Dios desea nuestra conversión, quiere que nos volvamos a Él y que no nos quedemos “tal como somos”. ¡Debemos pedirle a Dios que perdone nuestros pecados, no que los bendiga!

Otra actitud que encubre un enfoque de “gracia barata” en la vida espiritual se expresa al decir: “¡Soy salvo, y punto!” “No importa lo que haga, si hago el bien o el mal, porque todos vamos al cielo de todos modos”. O bien, decimos: “No puedo hacerlo mejor; y Dios lo entenderá”. Como si a Dios no le importara si superamos nuestros resentimientos o nuestros hábitos pecaminosos. Una “gracia barata” que no requiere esfuerzo, ninguna lucha de nuestra parte, es una “gracia falsificada”.

Como cristianos, estamos comprometidos todos los días en una guerra espiritual por resistir la tentación y hacer lo correcto, lo que es agradable a Dios. La “gracia barata” nos dice que podemos abandonar la batalla, que no tenemos que luchar, que batallar. ¿Por qué no deberíamos renunciar a la batalla? Porque es sólo en la batalla donde experimentaremos la gracia de Dios. Algunas veces lo intentamos, y encontramos que verdaderamente “podemos hacer todas las cosas a través de Aquel que nos fortalece” (Filipenses 4:13). A veces lo intentamos y fracasamos, y yaciendo heridos a un lado del camino, Su gracia nos llega como el buen samaritano para vendar nuestras heridas con bálsamo curativo.

¿Fue solo una mera coincidencia que, al mismo tiempo que el crucifijo comenzara a desaparecer de nuestros santuarios y hogares, la confesión frecuente también fuera abandonada por tantos católicos? La gracia es gratuita, pero no es barata: cuesta mucho, porque el precio de la gracia fue la muerte de nuestro Señor Jesucristo en la cruz. La gracia se da gratuitamente, pero es un regalo que debe ser aceptado por nosotros al tomar la cruz y seguir a Cristo en el camino del discipulado.