Sobre la abnegaci�n y el cuidado propio
Tuesday, May 3, 2011
Angelique Ruhi-Lopez
Todos los dĂas llevo unas “medallas de honor”: cĂrculos oscuros debajo de los ojos, el pelo grasoso y canoso recogido en una cola, y mocos en mis camisetas (los de mis hijos, no los mĂos). Me siento bien con eso… la mayor parte del tiempo.
Aunque me considero una persona que disfruta sentirse presentable, la mayorĂa del tiempo descuido mi apariencia. DespuĂ©s de todo, es bastante difĂcil perseguir a cuatro niños, mantener la casa algo mejor que desastrosa, cocinar comidas “gourmet” rápidas, e intentar trabajar desde la casa a la vez que sirvo como árbitro en las peleas de los niños. Entonces, Âżpor quĂ© preocuparme con echar un vistazo al espejo o cambiarme la ropa de dormir?
Sin embargo, el problema con esta filosofĂa es que es contraria a lo que JesĂşs nos enseñó sobre el sacrificio. Al hablarle a sus discĂpulos sobre el ayuno, JesĂşs les dice en Mateo 6:16-18: “…no pongan cara triste, como hacen los hipĂłcritas, que desfiguran su rostro para que se note que ayunan”. Él sugiere: “TĂş, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro”.
Aunque siempre está presente la tentación de permitir que mi exterior se ajuste a mi a veces agitado interior, sé que debo hacer un esfuerzo adicional para asegurarme de que tengo un rostro fresco y no ser como los hipócritas.
Al dirigirse a los padres, el Catecismo de la Iglesia Católica dice: “El hogar es un lugar apropiado para la educación de las virtudes. Esta requiere el aprendizaje de la abnegación, de un sano juicio, del dominio de sà … Es una grave responsabilidad para los padres dar buenos ejemplos a sus hijos” (CCC 2223).
Al reconciliar la idea de la abnegaciĂłn con la importancia del cuidado propio, debemos recordar que cuando nos cuidamos a nosotros mismos como padres – al comer bien, ejercitarnos con regularidad, dormir bien, y asegurarnos de que nos vemos limpios y decentes – lo hacemos no por razones de vanidad o egoĂsmo, sino con el fin de honrar la creaciĂłn en la que nos hizo Dios.
Si quiero que mis hijos se peinen y vistan con modestia, necesito darles el ejemplo. Si quiero que mis hijos sirvan con alegrĂa, ya sea dentro o fuera de la casa, entonces debo llevar una sonrisa en mi rostro y demostrarles quĂ© es servir con alegrĂa.
San Pablo recuerda a los corintios que “sus cuerpos son templo del EspĂritu Santo, que habita en ustedes … y ustedes no se pertenecen, sino que han sido comprados, ¡y a quĂ© precio! Glorifiquen entonces a Dios en sus cuerpos” (1 Corintios 6:19-20).
Una mañana vestĂa una camisa rota, pantalones de dormir a cuadros, chinelas sucias y el cabello sin peinar, recogido en un moño. Al verme, mi segundo hijo exclamĂł: “¡QuĂ© linda, Mami!” Tuve que reĂr porque Ă©l me veĂa con los ojos del alma, pero me recordĂł cĂłmo Dios nos ve: “tĂş eres de gran precio a mis ojos, porque eres valioso, y yo te amo” (IsaĂas 43:4).
Pero, a pesar de este amor incondicional e inmerecido, sĂ© que necesito glorificar a mi Creador cada dĂa con mente, corazĂłn, espĂritu y cuerpo. Yo no llegarĂa a la misa vistiendo chinelas y ropa de dormir para ver al Señor. ÂżLo harĂan ustedes?
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