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Todos los días llevo unas “medallas de honor”: círculos oscuros debajo de los ojos, el pelo grasoso y canoso recogido en una cola, y mocos en mis camisetas (los de mis hijos, no los míos). Me siento bien con eso… la mayor parte del tiempo.

Aunque me considero una persona que disfruta sentirse presentable, la mayoría del tiempo descuido mi apariencia. Después de todo, es bastante difícil perseguir a cuatro niños, mantener la casa algo mejor que desastrosa, cocinar comidas “gourmet” rápidas, e intentar trabajar desde la casa a la vez que sirvo como árbitro en las peleas de los niños. Entonces, ¿por qué preocuparme con echar un vistazo al espejo o cambiarme la ropa de dormir?

Sin embargo, el problema con esta filosofía es que es contraria a lo que Jesús nos enseñó sobre el sacrificio. Al hablarle a sus discípulos sobre el ayuno, Jesús les dice en Mateo 6:16-18: “…no pongan cara triste, como hacen los hipócritas, que desfiguran su rostro para que se note que ayunan”. Él sugiere: “Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro”.

Aunque siempre está presente la tentación de permitir que mi exterior se ajuste a mi a veces agitado interior, sé que debo hacer un esfuerzo adicional para asegurarme de que tengo un rostro fresco y no ser como los hipócritas.

Al dirigirse a los padres, el Catecismo de la Iglesia Católica dice: “El hogar es un lugar apropiado para la educación de las virtudes. Esta requiere el aprendizaje de la abnegación, de un sano juicio, del dominio de sí … Es una grave responsabilidad para los padres dar buenos ejemplos a sus hijos” (CCC 2223).

Al reconciliar la idea de la abnegación con la importancia del cuidado propio, debemos recordar que cuando nos cuidamos a nosotros mismos como padres – al comer bien, ejercitarnos con regularidad, dormir bien, y asegurarnos de que nos vemos limpios y decentes – lo hacemos no por razones de vanidad o egoísmo, sino con el fin de honrar la creación en la que nos hizo Dios.

Si quiero que mis hijos se peinen y vistan con modestia, necesito darles el ejemplo. Si quiero que mis hijos sirvan con alegría, ya sea dentro o fuera de la casa, entonces debo llevar una sonrisa en mi rostro y demostrarles qué es servir con alegría.

San Pablo recuerda a los corintios que “sus cuerpos son templo del Espíritu Santo, que habita en ustedes … y ustedes no se pertenecen, sino que han sido comprados, ¡y a qué precio! Glorifiquen entonces a Dios en sus cuerpos” (1 Corintios 6:19-20).

Una mañana vestía una camisa rota, pantalones de dormir a cuadros, chinelas sucias y el cabello sin peinar, recogido en un moño. Al verme, mi segundo hijo exclamó: “¡Qué linda, Mami!” Tuve que reír porque él me veía con los ojos del alma, pero me recordó cómo Dios nos ve: “tú eres de gran precio a mis ojos, porque eres valioso, y yo te amo” (Isaías 43:4).

Pero, a pesar de este amor incondicional e inmerecido, sé que necesito glorificar a mi Creador cada día con mente, corazón, espíritu y cuerpo. Yo no llegaría a la misa vistiendo chinelas y ropa de dormir para ver al Señor. ¿Lo harían ustedes?

Comments from readers

Carmela - 05/04/2011 01:46 PM
Your words hit close to home! Isn't there a saying, "Cleaniness is next to Godliness"? You made it extremely clear how it truly is. I have two toddlers and work mainly at home, so dressing up consists of wearing sandals instead of flip flops. LOL! May you and all mommies be blessed!
Teresa - 05/03/2011 08:12 PM
As a mother of 3 I not only sympathize but I have been there! Thank you Angelique for reminding me that I to deserve to get "dolled up" not for anyone in particular (although my hubby would appreciate it I'm sure) but for me! Happy Mother's day to all the mom's who wear the "badges of honor," LOL!

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