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San Lucas, después de contarnos la escena donde el ángel Gabriel le anuncia a María que Dios la ha elegido para la importante misión de ser el puente en el que Dios y el hombre se encuentran para iniciar la obra de la redención, nos dice que ella se puso inmediatamente en camino hacia la casa de su anciana prima; una visita impulsada por fidelidad a Dios, que le ha dado un signo, el humanamente imposible embarazo de Isabel; señal que por obediencia debe comprobar; y por la gran ayuda material que podrá aportar en esos tres meses últimos de la gestación de Juan.

El evangelista nos ha descrito a una mujer valiente, fuera de serie, que dialoga de tú a tú con Dios, que decide personalmente, sin esperar a la aprobación de una figura masculina, como se esperaba entonces que hiciera. Su historia comienza en el marco de lo extraordinario donde una fidelidad a toda prueba convierte a María de Nazareth en modelo para todo creyente dispuesto a secundar los planes de Dios aun sin comprender casi o nada lo que el Señor tiene entre manos.

Imagen de la Virgen de la Caridad en el Bank United Center durante la celebración anual de su fiesta, el 8 de septiembre.

Fotógrafo: ANA RODRIGUEZ-SOTO | FC

Imagen de la Virgen de la Caridad en el Bank United Center durante la celebración anual de su fiesta, el 8 de septiembre.

De manera semejante, María entra así en la historia de nuestros pueblos. Como a Isabel, ella también ha venido a visitarnos; pero no como una visita de médico o de compromiso, sino como una verdadera visita de familia; por eso se ha quedado para escucharnos, para consolarnos, para compartir nuestras penas y nuestras alegrías; para estar a nuestro lado en todo momento y en todo lugar.

Así la encontraron flotando serenamente sobre las aguas, después de la tormenta; llegó a Cuba como celeste misionera balsera, empinada sobre un frágil madero; milagro de la delicada providencia de Dios; y no sólo vino a visitarnos, sino que llegó para quedarse en todos los eventos del devenir de un pueblo en ciernes, que apenas comenzaba a serlo. 

Ella acompañó la pobreza y el desamparo de nuestros campesinos; el dolor de las madres cuyos hijos perdieron su vida por la libertad de la patria; sostuvo la esperanza de los balseros que enfrentaron el fiero mar que separa a Cuba de la libertad; y sigue alentando en nosotros todos los caminos que conducen a la fe en el Señor que es el único salvador.

Santa María de la Caridad, desde la bahía de Nipe subió a las montañas del Cobre y de ahí a los hogares y a la vida de todos los cubanos; marchó con los libertadores a la manigua redentora y cada mambí llevó su imagen en el bolsillo de su camisa y su nombre en los labios al marchar a la batalla por la libertad de Cuba.

Pequeña como los pobres de la tierra y mestiza como su pueblo, su imagen mestiza nos dice una y otra vez, con toda la fuerza de su amor, señalando al hijo que lleva en su brazos: ¡Hagan lo que él les diga! Porque sólo hay un camino seguro hacia la libertad y la vida; y ese camino es seguir el Evangelio, vivir el Evangelio, anunciar el Evangelio; y en ese rumbo en que la fe nos pone en camino solo vale confiar y esperar contra toda esperanza. Así nos afirma que en esa andadura no estamos solos, porque nos acompaña cada día ella, la santísima Virgen María de la Caridad.

Su imagen llegó a estas tierra miamenses como una exiliada más, custodiada por un exiliado político, justo a tiempo para acompañarnos en la primera gran eucaristía de los cubanos, donde le mostró al episcopado norteamericano ese aluvión de sus hijos recién llegados en busca de libertad, paz y futuro. Treinta mil católicos que se congregaron para su fiesta, con el pan de la esperanza encerrado en el corazón y con el gozo de tener a la Virgen de la Caridad por madre y aliento en ese momento y en ese camino que apenas empezaban. Aquí se quedó, en la Ermita junto al mar, para prodigar amor y consuelo a todos, para acoger al recién llegado; al que está en problemas, al que sufre la enfermedad o la nostalgia, al que quiere dar gracias por tantas alegrías y regalos.

En el Santuario Nacional de la Virgen de la Caridad se abrieron las puertas no sólo para sus hijos cubanos, sino también para toda la gente creyente y fiel de todos los pueblos y naciones de América; le han nacido hijos de todos los colores y modos de pensar, ricos y pobres que acuden a postrarse a los pies de la imagen; agradecidos a la virgen morena que extiende su manto para acogerlos a todos.

Como en las bodas de Caná, en la hora presente, ella implora a su Hijo: “a los cubanos les falta el vino de la esperanza; necesitan aliento, necesitan regresar a los valores del espíritu; no dejes que les falte la alegría, ni el don de la solidaridad; no permitas que olviden sus raíces; ni que la distancia y el tiempo le amarguen el corazón o les borren los recuerdos”.

El año pasado, todos los cubanos nos vestimos de fiesta para celebrar los 100 años de la petición de los Veteranos del Ejército Libertador Cubano, los mambises, al santo padre Benedicto XV, para que declarara a la Virgen de la Caridad como celestial Patrona de Cuba; fue además un tiempo de preparación para la gran celebración de este 2016, cuando se cumple el primer siglo de la declaración oficial de la iglesia, la proclamación del patronazgo de la Virgen Mambisa sobre todos los cubanos. Una realidad que de hecho ya lo era desde siglos en el corazón de todo un pueblo fiel.

La Virgen de la Caridad vino hace cuatro siglos a visitar a un pueblo para quedarse con él. Incansable visitadora la Virgen recorrió toda la Isla en el año 1902 para celebrar el centenario de la república cubana y volvió a caminar nuevamente para encender una fe que parecía dormida, cuando visitó cada ciudad, cada pueblo, cada batey, cada capilla y cada parroquia, para anunciar y preparar la visita del ya anciano papa Juan Pablo II. Ella, pequeña y callada, pero firme, tenaz y audaz, mantuvo vivo el rescoldo de una fe que ninguna de las tormentas que ha azotado al pueblo cubano pudo apagar. Ni la mas feroz campaña atea del gobierno comunista pudo sacarla de lo hondo del corazón de sus hijos que la aclaman junto con santa Isabel: ¡Bendita tú entre todas la mujeres y bendito el fruto de tu vientre!

Santa María de la Caridad, oye a tu pueblo que has venido a visitar y que una vez más te implora confiado: ¡Adelanta para tu Cuba la hora de la verdad, la liberad y la justicia!

 

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