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Las caravanas inundan la ciudad santa hasta desbordarla, y tejados, patios, jardines y terrazas se han acomodado para que todos los que han llegado puedan cumplir con el viejo rito de la Pascua. La población de Jerusalén, unas 30,000 personas, intentan compartir los espacios disponibles con los más de 125,000 peregrinos llegados de todas partes del país y de la diáspora.

Era casi imposible albergar a tan extraordinaria aglomeración, que, para cumplir con la interpretación del libro del Deuteronomio, (Dt 16, 7) debía no sólo sacrificar y comer el cordero pascual en Jerusalén, sino además dormir allí esa noche. Unos peregrinos se quedaban en la casa de algún amigo o pariente; otros lo hacían en las tiendas que se levantaban en la llanura norte de la ciudad, y la mayoría, a pesar de lo fresco de la estación, dormía a campo raso o donde encontraba lugar.

Para facilitar el cumplimiento de esta norma, se ampliaron entonces los límites de Jerusalén, como si sus murallas se extendieran hasta Betfagé, lo que incluía el Valle del Cedrón y una buena parte del monte de los Olivos.

Por esa razón Jesús y su grupo de seguidores, después de cumplir con los ritos pascuales, no parten como era su costumbre, rumbo a Betania, sino que se encaminan al monte de los Olivos, a Getsemaní, un huerto situado en la vertiente oriental de torrente Cedrón. No es un terreno solitario o baldío, porque allí miles de personas intentan pasar el frío de la noche calentándose como pueden, entre familiares, amigos o compañeros de peregrinación.

Los evangelistas nos dibujaron ese momento centrándonos la mirada en lo que acontece en Jesús y su grupo, ajenos a la multitud que los rodea por todas partes; dejándonos ver la intimidad de Jesús con su Padre, en el tremendo prólogo de su pasión y muerte. Lucas describe la escena en el marco de una oración de tal intensidad que provoca un sudor de sangre que corre hasta la roca donde el Señor se ha postrado. Es la imagen de una pasión interiorizada, una lucha tremenda, terrible, que deja el testimonio de la oración más perfecta para todo creyente que quiera seguir a Cristo de veras: “pase de mi este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”.

Bernanós, ese gran escritor católico francés, al meditar sobre el pavor de esa noche, pensaba que Jesús había sentido miedo en el huerto de los Olivos, para que a nosotros no nos diera vergüenza sentir miedo ante la proximidad de la muerte; una delicadeza extrema del maestro que conocía muy bien nuestra humana flaqueza.

Jesús sufre abandono, incomprensión, soledad; los más terribles sentimientos que ser alguno pueda padecer. Por tres veces busca la compañía de los cercanos, pero los encuentra cansados e incapaces de compartir con él ese momento; de estar también en vela, ni siquiera una hora. Lucas, en su proverbial cortesía para con los apóstoles, los justifica añadiendo que “los encontró dormidos, pues estaban rendidos por la tristeza”.

Los jefes de los sacerdotes, las autoridades del templo, han necesitado de los servicios de Judas para localizar a Jesús entre el hervidero de peregrinos que llena todo el monte. Vienen bien armados para desanimar a los que pudieran defender al nazareno; se lo llevan como una malhechor, atado y humillado como un retrato fiel del siervo sufriente cantado por Isaías.

Jesús inicia su camino hacia el martirio no solo entre insultos y vejaciones sino sobre todo en la más absoluta soledad; en el abandono cobarde de los que hasta ese momento habían asegurado, sin lugar a dudas, que darían hasta la vida por él.

En el huerto de los Olivos ha quedado impreso el testimonio de la enorme fragilidad humana, de la debilidad de nuestra naturaleza, de la veleidad de las decisiones cuando se basan solamente en nuestra capacidad o fortaleza, de lo que somos capaces. Los evangelistas han escrito un alegato de enorme actualidad y vigencia: nada podemos sin la oración, nada depende de nosotros, y sin embargo, cada día, en el sagrado huerto de la vida, Dios sigue confiando en nosotros y sigue esperando nuestra respuesta.

Comments from readers

Gustavo Beltre - 03/23/2015 11:11 PM
Levantemos nuestra mirada hacia el cielo. Se�or ten misericordia de nosotros.
Gustavo Beltre - 03/23/2015 10:59 PM
Lord hear our prayers.

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