Dios nos llama a dar refugio a los inmigrantes
Monday, December 8, 2014
Fr. Fernando E Heria
Estados Unidos de América es una nación de inmigrantes.
Tras haber aclarado eso, es desafortunado que debamos aceptar el hecho de que en las páginas más oscuras de la historia de nuestra nación, quedó registrado que buscamos “limpiarnos” a nivel social y étnico a través del exterminio sistemático de la población indígena que habitó esta hermosa tierra de Dios.
Por eso, en la actualidad casi todos somos una asimilada aglomeración de inmigrantes, pero muchos se resisten a convertirse en parte de un crisol. Aun así, nos esforzamos por cohabitar unos con otros de manera respetuosa y pacífica en medio de esta sociedad desalentada, miope y temerosa, mientras intentamos mejorar nuestras vidas y las de nuestras familias en “el país de la libertad y los valientes”.
A mi entender, algunas personas han tomado desde una perspectiva “política” la acción ejecutiva del presidente Obama sobre inmigración (emitida el 22 de noviembre). Yo la tomo desde una perspectiva “pastoral”, a la luz de las enseñanzas de la Iglesia Católica sobre justicia social, cuyas raíces se encuentran en la Sagrada Escritura y en la tradición.
La migración y el exilio siempre han sido un elemento central en nuestra identidad como pueblo de Dios. Los israelitas, nuestros predecesores en la fe, fueron un pueblo nómada que se desplazó a través del llamado Medio Oriente, hasta que el Señor los llevó a la “tierra de leche y miel” que les tenía predestinada. Se pudiera decir que cuando Adán y Eva fueron expulsados del paraíso de Dios, nos convertimos en un pueblo inmigrante sobre la faz de la Tierra.
Al leer las historias sobre la infancia de Jesús en el Nuevo Testamento, nos damos cuenta de que Jesús, José y María fueron judíos desplazados de su propia patria, una familia que huyó bajo el velo de la noche para ponerse a salvo, y corriendo gran peligro debido al despotismo y la persecución política, social y religiosa por parte de un rey abusivo. Por eso uno pudiera describir a la Sagrada Familia de Nazaret como los primeros inmigrantes exiliados del Nuevo Testamento.
¿Cómo es posible que cerremos los ojos ante una verdad tan abrumadora? En conciencia, no podemos. Dios nos llama ahora a darle refugio a nuestras hermanas y hermanos necesitados. ¿No es eso lo que ha hecho el presidente Obama?
Además, y ahora hablo como cubano exiliado, ¿los cubanos hemos olvidado lo que se hizo por nosotros?
¿No fue el ejercicio del poder ejecutivo de los presidentes Eisenhower y Kennedy lo que nos permitió venir con exención de visado a esta nación que ahora llamamos hogar, para evitar las persecuciones políticas, sociales y religiosas de la Cuba comunista?
¿Hemos olvidado el éxodo del Puerto de Camarioca (1965) y el discurso misericordioso del presidente Johnson a la nación, a los pies de la Estatua de la Libertad, por medio del cual extendió con clemencia el estado de refugiados políticos a los cubanos? Esto permitió en última instancia que el Congreso concediera un estatus inmigratorio privilegiado a quienes huíamos de la Cuba comunista en los Vuelos de la Libertad. Lo que comenzó con el ejercicio de los poderes ejecutivos del Presidente, culminó con el trato inmigratorio preferencial que se nos ha concedido hasta el día de hoy.
¿Hemos olvidado la toma de la embajada peruana en La Habana el Viernes Santo de 1980? ¿No nos dieron refugio nuestros hermanos y hermanas de las Américas debido a nuestro temor y a la amenaza de violencia por parte del régimen comunista cubano de Castro?
¿Hemos olvidado el éxodo desde el Puerto de Mariel y el ejercicio del poder ejecutivo del presidente Carter, que permitió que más de 130,000 cubanos buscaran asilo en los Estados Unidos, la mayoría al llegar a las costas de Key West? Yo no lo olvido, no sólo porque participé en el éxodo como uno de los que intentaba traer familiares a estas costas, sino también porque tuve el honor y el privilegio de ser uno de los 80 abogados principales que representó a los capitanes de los botes del Mariel en el caso de los Estados Unidos de América vs. Francisco Anaya.
¿Hemos olvidado el éxodo de los balseros y otros desde la Bahía de La Habana en 1994? Fue a través del ejercicio de los poderes ejecutivos que el presidente Clinton nos extendió un estatus preferencial de inmigración bajo lo que ahora se conoce como “pies secos-pies mojados”.
En 1963, san Juan XXIII habló al mundo a través de su reconocida encíclica “Pacem in Terris” (Paz en la Tierra), y señaló que “ha de respetarse íntegramente también el derecho de cada hombre a conservar o cambiar su residencia dentro de los límites geográficos del país; más aún, es necesario que le sea lícito, cuando lo aconsejen justos motivos, emigrar a otros países y fijar allí su domicilio”.
Ahora tenemos la declaración más reciente del Papa Francisco en el Congreso Mundial de la Pastoral de los Emigrantes, al concluir su reunión en Roma del 17 al 21 de noviembre: “Por lo tanto, en virtud de su propia humanidad, incluso previo a sus valores culturales, los migrantes amplían el sentido de la fraternidad humana. Al mismo tiempo, su presencia es un llamado a la necesidad de erradicar las desigualdades, injusticias y abusos. De este modo, los migrantes pueden convertirse en colaboradores con el fin de edificar una identidad más rica para las comunidades que los acogen, y para las personas que las reciben, estimulando el desarrollo de una sociedad incluyente, creativa y respetuosa de la dignidad de todos”.
Hagamos un esfuerzo por ver a Jesús en el rostro de nuestras hermanas y hermanos. Él está allí, ¿por qué negarlo? “Ámense los unos a los otros como Yo los he amado” (Jn 13:34-35).
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