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Hay una bienaventuranza en el Evangelio que dice: “Bienaventurados aquellos que son pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios”.

Hijos de Dios, porque nuestro Dios es un Dios de paz, no es un Dios de venganza, no es un Dios violento, es un Dios que busca el amor, porque Él mismo es amor. Sin embargo, la mayoría de las veces, cuando nos maltratan, reaccionamos violentamente y dejamos de ser pacíficos, y es porque nos faltan la oración y limpiarnos nuestros oídos para poder escucharlo.

La historia de la Iglesia ha tenido hombres y mujeres maravillosos, y en el mundo actual también existen hombres y mujeres que son verdaderos santos, aunque nunca irán a los altares, ni nadie se acordará de ellos; son santos porque lo demuestran en su diario vivir. Ejemplos como Francisco de Asís. Él caminaba; de pueblo en pueblo, de aldea en aldea; iba por los montes y por todos lados alabando y glorificando al Señor, amando y respetando hasta los animales del campo, las flores, y más aún a las personas. En su diario vivir se reconciliaba con todo, amando a todos, aun y a pesar de que al principio, lo echaban de los pueblos a pedradas, porque decían que era un loco. Más tarde comprendieron que era un gran santo, y como él, han existido y existen miles de verdaderos santos.

Qué importante sería en estos momentos, en que tantos inocentes mueren en la guerra del Medio Oriente, que apareciera un santo como Francisco de Asís, y llevara al corazón de los que deciden, que esta guerra cese y regrese la paz.

La santidad se manifiesta por la paz que uno vive dentro de sí, por la paz que uno transpira, y principalmente por la paz que da. Los hombres y las mujeres de Dios son mensajeros de paz; ellos en su diario vivir ayudan al necesitado y al que nada tiene, viendo en el pobre al mismo Jesús, porque Él es amor. Una incongruencia, una falta de lógica entre los que nos llamamos católicos o cristianos, y la forma en que vivimos y nuestros egoísmos; es una distancia radical entre el evangelio de Cristo y nuestra forma de vivir.

Nuestro Dios es el Dios de la justicia, es el Dios de la armonía, de la unidad y de la alegría. Es el Dios que quiere un mundo nuevo y fraternal. Es el Dios que quiere que todos, absolutamente todos, tengamos con qué vestirnos, que todos podamos educarnos, que todos podamos llevarnos un bocado de comida diariamente, que podamos participar en las decisiones de nuestra ciudad, y que no sea un grupo quien nos dirija y nos obligue a seguir sus decisiones, casi siempre equivocadas. Es el Dios que hizo un mundo maravilloso, y nosotros estamos acabando con su mundo. Pecados personales, pecados sociales, pecado ambiental. Nuestro Dios es un Dios de paz, no de guerras fratricidas. Y a nosotros nos toca luchar porque esto sea posible; todos tenemos la obligación de poner un granito de arena para enmendar las grandes distancias sociales, y que nos amemos todos los unos a los otros y que seamos capaces de dar un poquito de lo que Él nos regala todos los días.

Fuera con los rasgos de orgullo, de vanidad ridícula; a las mujeres les decimos, dejen la coquetería extrema, porque es un arma de doble filo, es jugar con fuego; más bien imiten a María Santísima: limpia, pura, sana y virginal. Una mujer sencilla siempre, siendo la madre de Dios no estaba exhibiendo ni hablando de su maternidad, sino que caminaba detrás de Cristo, sumisa y dócil.

A los hombres les recordamos que sean como San José, siempre pendiente de Cristo, sin vanagloriarse de que era el padre putativo de Jesús, guardando la compostura de un gran padre y un gran esposo, trabajando y prodigando a su casa el alimento, no yéndose de parranda todos los fines de semana, engañando a su esposa, y no pensando en sus hijos, con los que ustedes tienen obligaciones, porque ustedes los trajeron a este mundo sin pedirles su consentimiento.

Cristo Jesús, el más grande sobre los grandes, fue el más pobre, el más sencillo; recuerden la frase “el Hijo del hombre no tiene donde reposar su cabeza”. Traten de imitarlo: sigan sus pasos y serán invencibles.

Este blog se publicó originalmente como columna en la edición de diciembre 2023 de La Voz Católica.

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