Blog Published

Blog_141315972814000_S


Durante mucho tiempo, el cardenal Carlo Caffarra, de Bolonia, ha apoyado abiertamente la enseñanza de Humanae Vitae sobre los medios moralmente apropiados de planificación familiar. Por eso fue digno de atención que el cardenal Caffarra admitiera recientemente que, mientras las conclusiones de Humanae Vitae fueron acertadas, la presentación de tales verdades dejaron algo que desear. El cardenal dijo que “no hay duda de que cuando la Humanae Vitae fue publicada, la antropología que la sostenía era muy frágil y no estaba ausente un determinado biologismo en la argumentación”. 

Eso me recordó un documento que descubrí en 1997 en una polvorienta biblioteca de Cracovia mientras ingería abundantes cantidades de antihistamínicos: “Los Fundamentos de la Doctrina de la Iglesia en los Principios de la Vida Conyugal”. A pesar de su título un tanto académico, el documento representa uno de los mayores “momentos hipotéticos” en la historia católica moderna. 

El documento fue el informe final de una comisión teológica establecida en 1966 por el arzobispo de Cracovia, Karol Wojtyla, para ayudarle en su trabajo en la Comisión Pontificia sobre Población, Familia y Natalidad, descrita inevitablemente por los medios de comunicación mundiales como la “Comisión para el Control de la Natalidad”. De acuerdo con uno de los autores del documento, el Padre Andrzej Bardecki, los teólogos polacos en la comisión de Wojtyla habían visto dos borradores de una encíclica sobre la moralidad conyugal y la regulación de la fertilidad. Uno había sido preparado por el Santo Oficio (ahora la Congregación para la Doctrina de la Fe), y conectaba varias declaraciones papales sobre el asunto, sin tan siquiera mencionar el endoso de Pío XII a la planificación familiar natural. Bardecki me dijo que a los teólogos de Cracovia eso les pareció como “conservadurismo estúpido”. El otro borrador había sido patrocinado por el cardenal alemán Julius Doepfner y, según creían los cracovianos, representaba una interpretación errónea grave de lo que Dios había marcado en la sexualidad humana “en el principio”, y lo hacía de una manera que anulaba la importancia moral de las selecciones y los actos individuales. 

Entonces, ¿el “conservadurismo estúpido” o la deconstrucción de la teología moral católica eran las únicas opciones? 

Los cracovianos no pensaban que fuera así. Pensaban que la verdad de la enseñanza de la Iglesia sobre la moralidad conyugal y la regulación de la fertilidad podía ser presentada de una manera humana y personalista, una que reconociera tanto el deber moral de planificar una familia, y las exigencias del sacrificio propio en la vida conyugal; una que afirmara métodos de regulación de la fertilidad que respetaran la dignidad del cuerpo y su “gramática” moral integrada; una que reconociera la igualdad moral y la responsabilidad de equidad moral de hombres y mujeres, en vez de dejar todo el peso de la regulación de la fertilidad exclusivamente sobre la esposa. Al proponer esta nueva presentación de las verdades morales en un área delicada del cuidado pastoral, los teólogos cracovianos se basaron en el trabajo pionero realizado por su arzobispo, Karol Wojtyla, en Amor y Responsabilidad, trabajo que Wojtyla, como Juan Pablo II, desarrollaría más adelante en la Teología del Cuerpo. 

Entonces… ¿qué tal si Pablo VI hubiese adoptado la propuesta cracoviana de presentar las verdades que enseñó en Humanae Vitae? ¿Qué tal si la encíclica se hubiera basado en una visión menos formal, quizás abstracta, de la persona humana y la sexualidad humana? ¿Qué tal si HumanaeVitae hubiera utilizado una antropología humanística muy elaborada, que no fuera susceptible a las imputaciones de “biologismo”? 

Al ser 1968 el año que fue, y al ser lo que eran las políticas teológicas del momento, me imagino que todavía hubiese un alboroto. Pero si el informe cracoviano hubiese provisto un marco para Humanae Vitae, la Iglesia hubiera estado en una mejor posición para responder a tal preocupación. 

La Iglesia Católica ahora cuenta con abundantes materiales para dar sentido, enseñar y aplicar sus determinadas convicciones  sobre la moralidad del amor conyugal y la procreación: la Teología del Cuerpo; la magnífica exhortación apostólica Familiaris Consortio, escrita por Juan Pablo II en 1981; el documento pastoralmente sensible Vademécum Para los Confesores Sobre Algunos Temas de Moral Conyugal, de 1997. Y contamos con un excelente análisis sobre los efectos del la cultura contraceptiva en Adán y Eva Después de la Píldora, por Mary Eberstadt, que es lectura obligatoria para cada obispo que asista a los sínodos sobre la familia. 

Aún así, me pregunto, ¿qué hubiera sucedido? 

Comments from readers

Donna S Holt - 10/14/2014 07:24 PM
It is unfortunate that our pastors did not have better preparation in conveying these truths in a way that the laity would be more receptive to this vital message.

Powered by Parish Mate | E-system

This site is protected by reCAPTCHA and the Google Privacy Policy and Terms of Service apply