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Cuando era pequeña, me parecía un maratón permanecer sentada durante la cena. Comer mis vegetales y la carne parecía mucho trabajo; era aburrido. Quería pasar de inmediato a la parte más divertida de la cena: el postre.

Un día, le dije a  mis padres que yo sería completamente feliz si sólo pudiera comer helado. Mis padres intentaron explicarme que eso no sería beneficioso para mí, pero sentí que sólo intentaban restringir mi libertad para disfrutar la vida. El helado era riquísimo, y estaba segura de que no necesitaría algo más.

APRENDA MÃS
La iglesia de St. Augustine y la Pastoral Católica Universitaria presentarán una serie en inglés de cinco partes sobre la Teología del Cuerpo, llamada “Freedom to Love†(Libertad para Amar). La serie comenzó el 6 de marzo y continuará los miércoles a las 7:30 p.m. Para información, visite www.ucatholic.org.
Al día siguiente, un tazón de helado me esperaba para el desayuno. ¡Estaba muy entusiasmada! Al fin podía darme el gusto de disfrutar mi “alimento†preferido.

Para el almuerzo, me sirvieron helado de nuevo. Comencé a tomarlo con entusiasmo pero a mitad del tazón, no me resultaba tan delicioso. De todos modos, lo terminé porque era lo que yo quería, o pensaba que quería.

Cuando llegó la hora de la cena, el tazón de helado que me esperaba ya había perdido su atractivo. Ya deseaba alimento “de verdad†– lo auténtico.

Me di cuenta de que el helado era más bien el “premio†que se recibía al concluir la cena; valía la pena ir poco a poco, y al final, sería más dulce por el esfuerzo que había hecho al esperar durante la cena.

Esta es una comparación un tanto simplista sobre la dinámica de las relaciones en nuestros días. La sociedad sólo desea que saltemos hasta el “postreâ€, en vez de comprometernos con lo que es auténtico y merece la pena. Se nos bombardea con una actitud consumista hacia otros seres humanos: “Yo quiero aquello. Quiero un pedazo de eso. Por qué esperarâ€.

Se nos empuja hasta convertirnos en patanes insaciables y glotones. La gente no toma tiempo para valorar a los demás. Gracias a la falsedad de lo que se conoce como “amigos con beneficiosâ€, la gente no ve razón para comprometerse con una relación saludable o hasta el matrimonio, si sólo puede "entendérselas" sin asumir una responsabilidad con alguien.

¿Qué sucedió con el amor?

La Teología del Cuerpo, de Juan Pablo II, nos enseña que dejarse llevar por nuestra compulsión es una negación del amor. La verdadera felicidad es estar libres de obsesión.

En la serie “Freedom to Love†(Libertad para Amar), sobre la Teología del Cuerpo, Christopher West observa que el mundo ha definido la libertad como “Hacer lo que uno quiera, cuando lo quiera, como lo quiera, y con quien uno quieraâ€. Al hacerse eco de las enseñanzas de Juan Pablo II, West pregunta: “¿Cómo es que carecer de la capacidad de decir ‘no’ es una libertad verdadera?â€

¿No es esa forma de pensar similar a estar atado a una adicción? Como humanos, no estamos esclavizados a los instintos, como lo están los animales. Tenemos libre albedrío. Y al negarnos el permiso para tomar actitudes egoistas, desenfrenadas e immoderadas, nuestro libre albedrío puede darnos el poder para dejar de tratarnos como objetos desechables.

La Teología del Cuerpo llegó en el momento en que nuestra sociedad más lo necesita, cuando debemos reclamar la dignidad de la persona humana, y darle al sexo, a las relaciones, y a la identidad el valor que merecen.

Ante todo, la Teología del Cuerpo me ha enseñado que Dios me creó para ser una persona, particularmente una mujer, y para qué me creó. Al entenderlo, puedo reconocer la dignidad de quienes me rodean, y reconocer el propósito que Dios tiene para todas estas cosas—sexo, relaciones, e identidad.

Gracias a la Teología del Cuerpo, conozco lo que deben ser la vida y el amor.

Comments from readers

Joe - 03/11/2013 03:47 PM
Good article- and very true!

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