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Columns | Friday, May 22, 2015

La paz exige la libertad religiosa

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Habiendo transcurrido quince años del siglo XXI, unos 150,000 cristianos son asesinados cada año a causa de su Fe. En el siglo XX, unos 45 millones de cristianos murieron a causa de su Fe. Lo que tal vez distinga lo que ocurrió en el siglo XX de lo que está sucediendo ahora, es que en el siglo XX la religión fue perseguida por ideologías ateas, pero en el siglo XXI algunos de los mayores crímenes son perpetrados por quienes dicen actuar en el nombre de Dios.

Aunque se cometen atrocidades contra personas e instituciones de todas las religiones del mundo, la Sociedad Internacional de los Derechos Humanos estima que el 80 por ciento de todos los actos de discriminación religiosa en el mundo de hoy se dirigen contra los cristianos.

La difícil situación de los cristianos en el Medio Oriente debe preocuparnos a todos, pues el cristianismo puede desaparecer pronto de la región donde se predicó el Evangelio por primera vez. Al mismo tiempo, sin embargo, no podemos permanecer indiferentes ante los cristianos que sufren persecución en otras partes del mundo, especialmente en el subcontinente de Asia, y en África. La Era de los Mártires, como el Papa Francisco ha señalado, no terminó con la Paz de Constantino. De hecho, hay más mártires hoy que los que había en los primeros siglos de la Fe cristiana.

En el año 2007, en una reunión en Nápoles con líderes musulmanes, judíos y de otras religiones del mundo patrocinada por la comunidad de San Egidio, el entonces Papa Benedicto XVI dijo: “Ante un mundo desgarrado por conflictos, donde a veces se justifica la violencia en nombre de Dios, es importante reafirmar que las religiones jamás pueden convertirse en vehículos de odio; jamás, invocando el nombre de Dios, se puede llegar a justificar el mal y la violencia. Al contrario, las religiones pueden y deben ofrecer valiosos recursos para construir una humanidad pacífica, porque hablan de paz al corazón del hombre”.

La paz sólo puede construirse sobre las bases sólidas del respeto a los derechos humanos. La libertad religiosa —el derecho de toda persona a establecer una relación con Dios en la intimidad de su conciencia— es el derecho humano que garantiza todos los demás derechos. Por lo tanto, la paz en cualquier lugar y en todas partes exige la libertad religiosa.

Los países con mayor libertad religiosa son, en general, los más pacíficos —y esto es cierto incluso en aquellos pocos países del Medio Oriente donde hay una mayor libertad religiosa. El Arzobispo Silvano Tomasi, representante de la Santa Sede ante el Consejo de los Derechos Humanos de la ONU, en Ginebra, dijo: “... las religiones son comunidades basadas en convicciones, y su libertad garantiza una contribución de valores morales sin los cuales no es posible la libertad de cada uno”.

La culpa por la violencia, incluso por la violencia “en nombre de Dios”, no es de la fe religiosa en general o de cualquier fe religiosa en particular. Se encuentra en esa corrupción del corazón humano que se llama pecado. Matar en nombre de Dios es un pecado blasfemo.

No podemos olvidar que la dimensión religiosa de la persona es parte de la experiencia humana en todas las culturas y contextos sociales. Por lo tanto, en lugar de hostilidad hacia la religión, puede y debe articularse una correcta relación entre las normas religiosas y la esfera pública. Es sobre esa relación correcta, que fomenta una apertura mutua entre creyentes de diferentes religiones y no creyentes de buena voluntad, como el bien común y la paz pueden promoverse.

En un mundo cada vez más secularizado, las personas de fe deben tratar de construir puentes de entendimiento y no muros de división y desconfianza. Para asegurar la paz y la protección de las minorías religiosas en el Medio Oriente y en otras partes del mundo, debemos comprometernos a rechazar el odio, pues todas las religiones consideran que el odio es contrario a la voluntad de Dios. Para que haya paz, debemos descubrir los valores comunes que nos unen. Estos valores pueden promover la cohesión social entre las personas de diferentes religiones y sistemas de creencias, y permitir así la convivencia pacífica basada en el respeto a la libertad religiosa de todos. 

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