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Columns | Thursday, December 25, 2014

La alegr�a del Evangelio puede transformar nuestras vidas

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“Que se regocije el mundo: ¡el Señor ha venido!” A principios de este mes, durante una de sus Misas matinales, el Papa Francisco insistió en que el Adviento nos recuerda nuestra vocación, que es el llamado a vivir nuestras propias vidas como cristianos en “alegría”. Los cristianos tristes —o, tal como él los caracterizó— “desabridos”, dan un testimonio negativo, pues el Evangelio siempre debe inspirar alegría.

A raíz de su primera exhortación apostólica, titulada “El Evangelio de la Alegría” (Evangelii Gaudium), Francisco continúa predicando el tema de la alegría, y llama a la Iglesia a experimentarla y a manifestarla al mundo. De este modo, proclamó: “No se puede imaginar una Iglesia sin alegría; y la alegría de la Iglesia consiste precisamente en esto: en proclamar el nombre de Jesús. En decir: Él es el Señor. Mi esposo es el Señor. Él es Dios. Él nos salva. Él camina con nosotros. Y el gozo de la Iglesia consiste en que, en esta alegría de ser la novia, ella se convierte en madre”.

Los Evangelios nos hablan de momentos en que Jesús “se regocijó en el Espíritu Santo”. Por ejemplo, en San Marcos leemos: “Jesús se regocijó en el Espíritu Santo, y dijo: Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los doctos, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así lo has querido”.

Puesto que el Adviento nos prepara para la Navidad —y la Navidad es para los pequeños— tenemos que redescubrir cómo ser “como los niños”, con el fin de estar abiertos a esas “cosas ocultas” que Dios quiere revelarnos, y para recibirlas con alegría.

Jesús estaba lleno de alegría. Esa alegría vino de su intimidad con su Padre: es decir, de su relación con el Padre en el Espíritu. Esta intimidad es la fuente de su alegría: una alegría que Él desea compartir con nosotros.

El Beato Pablo VI dijo que la alegría de la Iglesia consiste, precisamente, en evangelizar, en salir a hablar de su Esposo. Y también en transmitir esa alegría a los hijos que ella da a luz y nutre. Pero, ¿experimentamos nosotros la alegría del Evangelio? ¿Transmitimos la alegría del Evangelio a los demás? Las dificultades, el estrés y las experiencias dolorosas son parte de nuestra vida en este “valle de lágrimas”, y, si estamos agobiados por esas experiencias, ¿podemos sentirnos alegres? Sí, podemos aprender a regocijarnos en todas las circunstancias, siempre y cuando empecemos, realmente, a creer que el Señor está cerca. Incluso las pruebas pueden convertirse en combustible para encender la alegría del Evangelio si las aceptamos como invitaciones a una Fe viva.

La alegría cristiana encuentra su raíz en la relación que —en Jesucristo y por medio de Jesucristo—sostenemos con el Padre en el Espíritu Santo. Esa relación no sólo sobrevive a las luchas, sino que se desarrolla en las luchas. Es decir, así les sucede a quienes tienen una fe viva. Por medio del poder del Espíritu Santo, la vida de un creyente puede transformarse de tal manera, que incluso nuestras cruces pueden convertirse en fuentes de alegría para nosotros.

Sin embargo, debemos invitar al Espíritu Santo a que, en medio de las luchas de nuestra vida diaria, nos ilumine, a que abra nuestros ojos para ver el propósito de esas luchas, y a que nos dé la sabiduría celestial que necesitamos para comprender sus lecciones. Por supuesto, también podemos rezar para ser liberados o aliviados de esas luchas. Sin embargo, si las pruebas no desaparecen, prefiramos confiar en que el Señor Jesucristo nos acompañará a través de ellas. Como dice el refrán: “Si el Señor nos lleva a eso, Él nos llevará a salir de eso”.

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