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Columns | Saturday, September 17, 2016

Los buenos empleos son indispensables para que haya familias saludables

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Entre el Día del Trabajo y el Día de las Elecciones, nuestra atención debe centrarse en nuestros hermanos y hermanas que se enfrentan a crisis paralelas: profundas pruebas tanto en el mundo del trabajo como en el de la familia.

Vemos señales que se han vuelto demasiado familiares en los años posteriores a la Gran Recesión: estancamiento de los salarios, pueblos y ciudades dependientes de las industrias que se quedan detrás, y una abrupta caída de la tasa del trabajo organizado en el sector privado, que se redujo en más de dos tercios entre 1973 y 2009, bajando hasta el 7 por ciento.

Millones de familias que aún siguen viviendo en la pobreza, no encuentran cómo salir de ella. Las tasas de pobreza entre los niños son alarmantemente altas, y casi el 40 por ciento de los niños estadounidenses pasan al menos un año en la pobreza antes de cumplir los 18 años.

A pesar de que esta realidad se hace sentir en todo el país, este año han surgido nuevas investigaciones que ponen de manifiesto el agudo dolor de la clase media y rural de los Estados Unidos como consecuencia de la pérdida de las industrias. Habiendo sido anteriormente el centro del trabajo y la promesa de salarios capaces de mantener a las familias, las investigaciones muestran el colapso de estas comunidades hoy en día, el aumento en el abuso de sustancias como el alcohol y las drogas, y un incremento en el número de familias deshechas.

Cuando empezamos a buscar respuestas a estas realidades, ganamos menos confianza por parte de muchos de nuestros líderes políticos de hoy. En lugar del diálogo y de soluciones constructivas que unan a las personas, vemos cada vez más esfuerzos para dividir como un medio de obtener apoyo.

Pero más divisiones nunca son el fruto del Espíritu Santo (Gal. 5:19-21). Cuando nuestros líderes nos deberían llamar hacia una visión del bien común que eleve el espíritu humano y trate de calmar nuestras tendencias hacia el miedo, nos encontramos con que nuestras inseguridades son explotadas en favor de agendas más partidistas. Nuestros líderes nunca deben usar la ansiedad como un medio para manipular a las personas en situaciones desesperadas, o enfrentar a un grupo de personas contra otro para obtener beneficios políticos. Para que nuestra dinámica cambie, hay que reemplazar el temor con una visión más completa, que pueda llegar a ser de gran alcance con el apoyo de nuestra fe.

La primera respuesta es local: mirar a nuestro prójimo necesitado, a aquellos de nuestros hermanos y hermanas que podrían carecer del trabajo suficiente para sostener a sus familias, y debemos ofrecerles ayuda. Esa ayuda puede tomar la forma de alimentos, dinero, consejo, amistad, apoyo espiritual u otras formas de amor y bondad. Debemos esperar este tipo de compromiso por parte de los cristianos en medio de las dificultades, y debemos orar para encontrar maneras de proporcionarlo como miembros de la Iglesia.

Si usted es un empleador, está llamado a respetar la dignidad de sus trabajadores por medio de un salario justo y de condiciones de trabajo que permitan una vida familiar segura.

Debemos abogar por empleos y salarios que realmente proporcionen una vida digna para los individuos y sus familias, y por condiciones que sean seguras y permiten un pleno florecimiento de la vida fuera de los centros de trabajo. Los sindicatos y las asociaciones de trabajadores, aunque imperfectos, son una parte esencial de este esfuerzo, y las personas de fe y de buena voluntad pueden ser una poderosa levadura para garantizar que estos grupos, tan importantes en la sociedad, sigan poniendo la dignidad humana en el centro de sus gestiones.

A medida que los frutos de la solidaridad y de nuestro cuidado por los otros aumenten, a medida que empecemos a influir realmente en favor de políticas que ayuden a las personas a crear familias estables y a vivir de acuerdo con su dignidad, el agotado paradigma que sirve de combustible a la política nacional se verá cuestionado.

Como el Papa Francisco ha escrito: “toda teoría o acción económica y política debe plantearse el proporcionar a cada habitante del planeta los medios mínimos para vivir con dignidad y libertad, con la posibilidad de mantener a su familia, de educar a sus hijos, de alabar a Dios y de desarrollar su propio potencial humano”.

Con el tiempo, comenzaremos a restaurar un sentido de esperanza y de cambio duradero que ponga a nuestros sistemas económicos y políticos al servicio de la persona humana una vez más.

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