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Hace veinticuatro años, por estas semanas, estuve en Jerusalén para cubrir la épica peregrinación del Papa Juan Pablo II a Tierra Santa, para la NBC. Después de ir a la Iglesia del Santo Sepulcro para rezar en las estaciones undécina y duodécima, fui a cenar con un compañero de estudios, el Padre Michael McGarry, en ese entonces director del Instituto Ecuménico Tantur. Atravesamos Jerusalén Este en coche hasta "Filadelfia", un restaurante palestino que el Padre McGarry nos recomendó, donde disfrutamos de la deliciosa gastronomía local, preparada y servida por personas amables que estaban evidentemente agradecida por nuestro intercambio (gran parte de Jerusalén Este estaba totalmente callada). La única nota discordante fue cuando, al salir del restaurante, vi un enorme cartel a colores con una foto trucada de Juan Pablo II y el líder de la OLP, Yaser Arafat, con el título "Bienvenido a Tierra Santa Palestina", una variante del tema "Jesús palestino" que Arafat había estado propagando.

En la medida en que había algún contenido religioso en este burdo y nada sutil intento de desjudaizar a aquel a quien los cristianos reconocen como el Mesías —el Mesías prometido al pueblo judío y nacido de una mujer judía— se remontaba a la antigua herejía de los marcionitas: una secta del siglo II que rechazaba el Antiguo Testamento en su totalidad. Marción y sus seguidores afirmaban que el Dios Creador del Génesis y el Dios del Éxodo del pueblo judío no era el Dios "Padre" al que rezaba Jesús; de hecho, los marcionitas afirmaban que la misión de Jesús, tal y como él la entendía, era derrocar y desplazar a este "Dios de la Ley" por el "Dios del Amor". Marción rechazó tres de los cuatro Evangelios canónicos, aceptando sólo una versión editada del Evangelio de Lucas. Y ahí radicó la única contribución positiva de este hereje al cristianismo: obligó a la Iglesia a clarificar su propio canon de las Escrituras, que por supuesto incluye los Evangelios que Marción rechazó.

En los últimos 1,800 años, otros pensadores cristianos desviados han intentado "quitarle lo judío a Jesús", por así decirlo. Y para que no pensemos que tales perversiones se limitan hoy a los políticos, consideremos que, en los últimos meses, algunos líderes cristianos politizados han repetido la patraña de que Jesús era un "palestino" o un "judío palestino". Lo cual, sugiero, tiene tanto sentido como referirse a Jesús como un judío letón o un judío luxemburgués, ya que "Palestina", tal como se concibe hoy, no existía en la época de Jesús, como tampoco existían Letonia o Luxemburgo.

La Cuaresma es un buen momento para reflexionar sobre el hecho indiscutible de que Jesús de Nazaret, a quien creemos Hijo de Dios encarnado, era hijo del pueblo judío. Fue circuncidado al octavo día (Lc 2,21) y presentado al Dios de Abraham, Isaac, Jacob y Moisés en el Templo (Lc 2,22ss). Fue educado dentro de los ritmos y rituales temporales del judaísmo y aprendió sus escritos sagrados (Lc 2,41-52). Vivió como un judío fiel y enseñó como un judío fiel ("No piensen que he venido a abolir la ley o los profetas. No he venido a abolir, sino a cumplir" [Mateo 5:17]). Fue escarnecido por los romanos que lo crucificaron como "el Rey de los judíos" (Mateo 27:37 y paralelos). Y murió como un judío fiel, invocando el Salmo 22 y su confesión del reinado definitivo del Dios de Israel ("Todos los confines de la tierra se acordarán y volverán al Señor; todas las familias de los pueblos se postrarán en su presencia. Porque el dominio pertenece al Señor...")

El biblista anglicano N.T. Wright, que escribe como historiador utilizando herramientas críticas modernas, describe la autocomprensión judía de Jesús en estos términos: "Jesús de Nazaret era consciente de una vocación: una vocación, que le fue dada por aquel a quien conocía como 'Padre', de representar en sí mismo lo que, en las escrituras de Israel, Dios había prometido cumplir... Él sería la columna de nube y fuego para el pueblo del nuevo éxodo. Encarnaría en sí mismo la acción redentora del Dios de la Alianza". O dicho de otro modo (de nuevo por Wright), "Jesús creía que su vocación era encarnar aquello de lo que hablaban los símbolos judíos del Templo, la Torá, la Palabra, el Espíritu y la Sabiduría, a saber, la presencia salvadora [de Dios] en el mundo, o más plenamente, en Israel y para el mundo...". Así, en su pasión, muerte y resurrección, el "nombre y carácter" del Dios de Israel "serían plena y finalmente desvelados, dados a conocer".

Hoy en día, el antisemitismo adopta muchas formas. Si los que invocan al "Jesús palestino" no lo entienden, que se lo piensen mejor.

Comments from readers

Luis - 04/30/2024 08:05 AM
A professor said “racism is like a virus, once exposed to it it does not go away”. Antisemitism is racism. I have witnessed this racism in Catholic gatherings and meetings. Seen it in people who offend Jews and talk nonsense , or distort facts just to go against Jews.

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