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Después de pasar un mes trabajando en Roma en el Sínodo 2018 y ayudando en eventos en Bruselas y Varsovia para celebrar el 40mo aniversario de la elección de Juan Pablo II, de regreso hallé que la indignación católica ante la fase más reciente de la crisis por los abusos era incesante y se había intensificado en algunos sectores. Que esta crisis no sea reconocida como lo que es por parte de las más altas autoridades de Roma, es un tema para reflexionar en otro momento. La pregunta de hoy es: ¿Cuáles son las raíces del enfado y la actual indignación católica?

Parte de la respuesta es, sin duda, el agotamiento. ¿Por qué debemos pasar por esto otra vez? ¿No fue suficiente la larga Cuaresma de 2002? ¿No se arreglaron las cosas en aquel momento?

Aquellos cuyo enojo se alimenta por estas preguntas comprensibles, pueden echar un vistazo a un artículo reciente y reflexivo por Kenneth Woodward en Commonweal (https://www.commonwealmagazine.org/print/40277). Woodward entiende que levantar la cubierta de las depredaciones sexuales en serie del ex arzobispo de Washington, Theodore McCarrick, provocó arcadas entre los laicos católicos que parecen no haber surgido en la mayoría de los sacerdotes católicos, tanto aquí en los Estados Unidos como en Roma. Sin embargo, el veterano editor de religión de la revista Newsweek también identifica otro factor para la actual indignación católica que debe motivarnos a todos a hacer una pausa y pensar por un momento. Al escribir sobre el informe del gran jurado de Pensilvania, que elevó la indignación católica por las nubes este verano, mi amigo Woodward presentó un punto crucial:

“... la manera en que el fiscal general de Pensilvania, Josh Shapiro, presentó el informe, y la manera en que a menudo se describía en la prensa, permitió suponer que el gran jurado había desenterrado trescientos abusadores clericales nuevos, cuando en realidad la mayoría del abuso cubierto en el informe ocurrió en el siglo pasado, y aproximadamente ocho de cada diez de los presuntos abusadores han fallecido. En un informe por lo demás desalentador, fue fácil pasar por alto las buenas noticias, esto es, que desde que los obispos de EE. UU. establecieron nuevos procedimientos estrictos para manejar las denuncias de abuso sexual en 2003, solo dos sacerdotes de las siete diócesis investigadas han sido acusados”.

La “narrativa” de una cultura de violación constante, extendida y desatendida en la Iglesia Católica en los Estados Unidos, es falsa. Todavía existen sacerdotes católicos abusadores en los Estados Unidos que deben ser arrancados y expulsados del ministerio. Todavía hay obispos que no lo entienden, y ellos también deben irse. Pero en la medida en que un fiscal general estatal tras otro encuentra ventaja política mediante la investigación del pasado católico, es esencial que los católicos entiendan que una gran parte del horror que volverá a resurgir, tanto en términos de sacerdotes abusadores como de obispos negligentes, pertenece al pasado. La indignación efectiva de hoy se centrará en el presente. Y no se limitará a las situaciones locales, sino que incluirá la torpeza (y más) de los funcionarios en Roma.

Al profundizar más, aparece otra pregunta: ¿Por qué tantos católicos, que no creen mucho más de lo que leen en los periódicos o ven en la televisión, estuvieron dispuestos a creer las malas interpretaciones del informe del gran jurado de Pensilvania? Sospecho que parte de la respuesta tiene que ver con la indignación católica que se ha acumulado contra el narcisismo clerical.

Un sacerdote o un obispo que se mete con el Misal y lo reescribe a su gusto mientras celebra la misa, es un narcisista. El sacerdote u obispo que divaga sin propósito durante la homilía de la misa diaria, abusando del tiempo de su pueblo, es un narcisista. Un obispo que se comporta como si fuera nobleza hereditaria, pero carece la “noblesse oblige” que caracteriza al hombre verdaderamente noble, es un narcisista. Y los católicos están hartos del narcisismo clerical. Durante décadas, ese narcisismo ha avivado la indignación del presente; el colmo fue la combinación mortal de McCarrick y Josh Shapiro. Quien no lo reconozca, no será de mucha ayuda para resolver el problema.

Al mismo tiempo, hay que tener presente que la mayoría de los sacerdotes y obispos en los Estados Unidos no son narcisistas; más bien, son hombres con un profundo sentido de la vocación y saben que son vasijas de barro a través de las cuales fluye una gracia inmerecida pero sobreabundante. Esos hombres merecen nuestro apoyo, afecto y gratitud ya que, como el resto de nosotros, enfrentan las consecuencias de esta temporada de humillación y purificación.

En cuanto a los narcisistas, necesitan ayuda… y disciplina.

Comments from readers

james - 12/03/2018 08:41 PM
George Weigel and dearly beloved parishioners, Excellent writings. Thank you for your continued effort in making us all aware of the battle before us. WE must all band together to stand up for Catholic leaders. Thank you and God bless, In Unity,
JOSE IGNACIO JIMENEZ - 12/03/2018 10:29 AM
Thank you for this excellent and insightful article that adds an important dimension for Catholics to consider when responding to media reports about the abuse in the Church.

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