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Cuando escribo, por lo general trato de llegar a una audiencia lo más amplia posible. Pero a medida que comenzamos este nuevo año, me gustaría dirigirme a aquellos que sienten que están envejeciendo.

Se preguntarán: “¿No estamos envejeciendo todos?” ¡Pues si y no!

Aunque el Papa Francisco expresa con frecuencia su estima y aprecio por los ancianos, también habla de “avejentar” como algo que debe evitarse a toda costa. Se refiere a un cierto tipo de envejecimiento: avejentar “por la tristeza, los rencores, los miedos, las dudas o los fracasos”, por estar “encerrado en el pasado” y permitir que se reduzcan nuestros horizontes.

En su libro sobre el envejecimiento, La Sabiduría Del Tiempo, el Papa se lamenta de las personas mayores que se han vuelto cínicas. "Se vuelven reacios a compartir su experiencia", escribe. “Desprecian a los jóvenes. Siempre se están quejando. No pueden compartir la sabiduría. Solo pueden mirar infructuosamente hacia atrás, a tiempos anteriores”.

Al mismo tiempo, el Papa Francisco afirma la amonestación bíblica de que “sean sumisos a la autoridad de los ancianos” (1 Pedro 5:5). “La Biblia nunca deja de insistir en que se muestre un profundo respeto a los ancianos, ya que tienen una gran experiencia”, escribe. “En el silencio de su corazón, tienen una gran cantidad de experiencias que nos pueden enseñar a no cometer errores ni ser engañados por falsas promesas”.

“Jesús nos dice que los sabios pueden sacar de sus armarios cosas nuevas y viejas (cf. Mt 13, 52)”, continúa el Papa Francisco. En esto radica la clave para envejecer sin avejentar: continuar con flexibilidad, acumular sabiduría y saber cómo sacar del armario tanto lo viejo y lo nuevo.

Me parece que esta sabiduría y flexibilidad son cruciales en la actualidad si esperamos revertir la crisis de vocaciones y la marea de jóvenes que abandonan la Iglesia. La Hermana Mary Johnson, de las Hermanas de Notre Dame de Namur, socióloga, escribe: “Mantenerse mentalmente flexible lo suficiente para comunicarse a través de cualquier límite cultural –sea de origen étnico, clase o generación– es un trabajo arduo. Como resultado, la mayoría de las personas no se molestan con mucha frecuencia en hacerlo. Tendemos a elegir a nuestros amigos entre aquellos como nosotros... Por lo tanto, cuanto más envejecemos, más nos parecen extraños los veinteañeros, y nosotros a ellos, a menos que hagamos intentos concertados para cerrar la brecha”.

Los veinteañeros nos muestran cuán extraños somos para ellos. Estudios recientes indican que 50 por ciento de los jóvenes que se criaron católicos ahora se identifican como “nones”, es decir que no adoptan ninguna religión. Al comenzar este nuevo año, ¡preguntémonos qué podemos hacer para detener este éxodo trágico!

En el documento Christus Vivit, que el Papa Francisco escribió después del Sínodo sobre la Juventud de 2018, nos aconseja que regresemos a las fuentes de nuestra fe católica. “Jesús ha resucitado y nos quiere hacer partícipes de la novedad de su resurrección. Él es la verdadera juventud de un mundo envejecido, y también es la juventud de un universo que espera con ‘dolores de parto’ (Rm 8,22) ser revestido con su luz y con su vida. Cerca de Él podemos beber del verdadero manantial, que mantiene vivos nuestros sueños, nuestros proyectos, nuestros grandes ideales, y que nos lanza al anuncio de la vida que vale la pena”.

El Santo Padre dijo que cuando comenzó su ministerio como Papa, Dios amplió sus horizontes y le otorgó una renovada juventud. “Lo mismo puede ocurrirle a un matrimonio de muchos años, o a un monje en su monasterio”, escribe. “Una institución tan antigua como la Iglesia puede renovarse y volver a ser joven en diversas etapas de su larguísima historia. En realidad, en sus momentos más trágicos siente el llamado a volver a lo esencial del primer amor”.

¿Qué es este “primer amor”?

El Papa Francisco nos dice: “...más de su amistad, más fervor en la oración, más hambre de su Palabra, más deseos de recibir a Cristo en la Eucaristía, más ganas de vivir su Evangelio, más fortaleza interior, más paz y alegría espiritual”.

Nos desafía a “dejar ir” lo que nos obstaculice, y a estar abiertos a recibir nuevos regalos de Dios. “La verdadera juventud es tener un corazón capaz de amar”, exclama.

En este nuevo año, sacudamos lo que nos sobrecarga y lo que limita nuestros horizontes, para que podamos abrir brazos y corazones para acoger a las generaciones más jóvenes en la Iglesia y mostrarles lo mucho que Dios les ama y espera por ellas.

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