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Casi todos los años me acuerdo de esta historia que me contaron sucedió en una aldea bien pobre de esas fértiles tierras gallegas. Fue hace tantos años que es posible que algo se me haya olvidado y lo demás lo he inventado yo. No crean mucho porque cuando visitaba aquellos lares, una vez me contaron de buena tinta que Jesús era gallego; pero vamos al meollo de la historia.

Era la noche antes de la Navidad, en muchos lugares la llamamos Nochebuena, y en la iglesita del pueblo el padrecito discutía con algunos de sus parroquianos pues él quería hacer su Misa de medianoche.

“Padre, perdone, pero usted debiera reconsiderar esa propuesta de hacer la Misa de medianoche hoy precisamente pues hasta una ventisca hay anunciada.”

“No me importa la santa ventisca. ¿Es que acaso tienen el privilegio de celebrar los que viven en ciudades grandes y nosotros porque somos pobres vamos a quedarnos sin Misa? Así que no se hable más, con ventisca o sin ventisca tendremos nuestra Misa de medianoche. Eso sí, vengan abrigados porque ustedes saben que la calefacción está dañada.”

¡En verdad que este cura para ser tan terco tiene que ser montañés!

Antes de comenzar la Misa, el padrecito envió a algunos jóvenes del pueblo que trajeran ramas secas para hacer una gran candelada en la puerta de la iglesita y así calentarse algo los de adentro.

El frio era fuerte. Más de uno estaban temblando adentro, a pesar de que tenían experiencia de esos fríos en la iglesia. Pero al padrecito nada le importaba. Seguía con su celebración eucarística.

Cuando llegó el momento de la elevación de la hostia consagrada, miles de luces se encendieron por toda la iglesia. Los sirios comenzaron a encenderse en todos los altares; se encendieron por toda la iglesia. Una estrella gigantesca de cinco puntas se posó sobre la hostia, dando a entender que allí estaba el niño Jesús. Inmediatamente se escucharon los más hermosos villancicos por todo el pueblo, voces de niños cantores lo interpretaban, a pesar de que en la iglesia no existían amplificadores.

El padrecito había significado un pesebre muy modesto en una esquina del altar e inmediatamente tomaron figuras reales con miles de luces multicolores. Todos cayeron de rodillas ante aquel espectáculo que solo Dios había reservado para los más pobres.

Cuenta la historia que aquella noche se embarazaron cinco damas del pueblo y al otro día fueron a visitar al padrecito seis jóvenes, los cuales habían recibido en su corazón el deseo de ser sacerdotes y presentarse en el seminario. 

Nunca más paso nada parecido en este pueblo perdido en las tierras gallegas.

Es obvio que el padrecito no subió a los altares, ni ningún obispo acreditó esto a un milagro. Pero de lo que sí estoy seguro es que este hecho se recuerda en aquellas tierras, donde una vez más Dios se acerca a los más pequeños.

Pidamos que esta Navidad también se acerque a nosotros, para sentirlo muy fuerte en nuestro corazón durante todo el año.

Este blog se publicó por verz primera como una columna en la edición de diciembre 2022 de La Voz Católica.

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