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En su mensaje para la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, que celebramos el Cuarto Domingo de Pascua (25 de abril), el Papa Francisco nos invitó a rezar con San José. San José fue un buen pastor, aunque era carpintero. En medio de su trabajo, de su vocación como esposo y padre, seguía entregando su vida por las ovejas que tenía a su cargo. La única manera en que San José lo pudo hacer fue con una profunda comunión con su Padre celestial. Conocía la voz del Pastor.

El Papa Francisco afirma que San José "con su vida ordinaria, realizó algo extraordinario a los ojos de Dios". A veces tenemos la tentación de pensar que nuestras vidas son tan ordinarias que Dios no puede estar llamándonos. Tenemos la tentación de pensar que estos grandes santos son los únicos que tuvieron la oportunidad de ser llamados. En cada uno de nosotros existe un deseo, una aspiración a hacer algo extraordinario. Es en este profundo deseo del corazón que el Papa Francisco dice que el corazón de San José "estaba orientado hacia Dios... su vigilante ‘oído interno’ reconoce su voz". Al reconocer la voz de Dios, podremos responder a su llamada.

Esto me recuerda la historia de Dios al llamar a Samuel. Mientras Samuel y Elí dormían, Dios llama a Samuel tres veces y éste se despierta pensando que es Elí quien le pide ayuda. Elí finalmente se da cuenta de que es Dios quien llama y ordena al joven Samuel que diga: "Habla, que tu siervo te escucha" (1 Samuel 3:10). En la pastoral vocacional todos tenemos un papel que desempeñar. Todos somos importantes, ya sea como Samuel, tratando de escuchar a Dios, o como Elí, enseñando a los jóvenes a escuchar la voz de Dios.

Este próximo sábado tendré una conversación muy importante y pública con el Arzobispo Wenski. Delante de toda la Iglesia de la Arquidiócesis de Miami, diré: "Reverendísimo Padre, la santa madre Iglesia pide que ordenes presbíteros a estos hermanos nuestros".

El Arzobispo hará una pregunta muy importante: "¿Sabes si son dignos?"

Yo, con gran alegría y gran confianza, responderé: "Según el parecer de quienes los presentan, después de consultar al pueblo cristiano, doy testimonio de que han sido considerados dignos".

Entonces el Arzobispo elegirá a los hombres para el sacerdocio diciendo: "Con el auxilio de Dios y de Jesucristo, nuestro Salvador, elegimos a estos hermanos nuestros para el Orden de los presbíteros". A continuación, todos daremos nuestro asentimiento diciendo "Te damos gracias, Señor", acompañado de un estruendoso aplauso.

Recuerdo que la noche anterior a mi propia ordenación pensaba en el peso de esas palabras: "Doy testimonio de que Matthew ha sido hallado digno". En medio de mi pecado, en medio de mi quebrantamiento, en medio de mis heridas, en medio de mis defectos, en medio de mis dudas, fui encontrado digno. ¿Cómo? ¿Por qué?

La realidad es que nunca seremos dignos del llamado que hemos recibido. Sin embargo, en su misericordia, compasión y bondad, Dios nos llama. Es en la libertad de recibir la llamada, en la lucha por discernir la llamada y en el hecho de que Dios es quien hace la llamada, que somos encontrados dignos.

Durante los últimos años, los ocho hombres que serán ordenados este sábado, 8 de mayo, han discernido cómo el Señor les llama a servirle. Han tenido su dosis de momentos como los de Elí y Samuel. Han afinado su "oído interno" para escuchar la voz de Dios, como José. Pronto serán pastores modelados según el corazón de Jesús, el Buen Pastor. Nosotros, la Iglesia, los hemos considerado dignos de ser esos ministros que darán la vida por sus ovejas. ¡Oremos por ellos!

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