Reflexiones sobre un 'mes de muerte y dolor'
Monday, July 11, 2016
Deacon James Dugard
En la Primera Lectura del sábado, 9 de julio, el profeta Isaías describe su llamado de Dios. El llamado al profeta está unido a la vocación del pueblo de Israel a arrepentirse, o sucederá una calamidad. En el Evangelio de ese día encontramos una continuación de la lectura en la que Jesús envía a sus discípulos como ovejas en medio de lobos. Jesús insiste en que no debemos temer a lo que puede destruir al cuerpo, sino a lo que puede destruir al alma y al cuerpo en el Gehena.
Leemos estas palabras a la luz del mes aberrante que hemos vivido como pueblo en los Estados Unidos, un mes lleno de dolor y perturbación. Al reflexionar sobre las lecturas, pregunto: "¿Qué es lo que Dios nos llama a hacer?"
Me parece que algo de lo que estoy llamado a hacer me fue revelado el jueves por la noche en una conversación que tuve en las redes sociales con un amigo que se graduó conmigo de la escuela superior Cardinal Spellman (en Nueva York) en 1984.
Mi amigo José publicaba #blacklivesmatter en respuesta a los ataques del miércoles y el jueves que involucraron a la policía. Respondí a su publicación indicando que todas las vidas son importantes, y tenemos que ser el cambio que haga realidad que todas las vidas sean importantes; que no sea sólo un sueño de otra época. Tenemos que ser el cambio para alguna vez hacer realidad el sueño de la generación del Dr. Martin Luther King. Aprendamos de Jesús, Gandhi y el Dr. King: la no violencia obtiene más victorias que los ataques violentos y la opresión.
José respondió: “Doc, tú eres un hombre de paz y respeto tus pensamientos. Ojalá fueras capaz de entender lo que significa ser un hombre negro; un hombre que tiene que preocuparse de sus hijos porque uno puede ser detenido por la policía a causa del color de su piel”. Y continuó: “Todas las vidas son importantes. Sólo deseo que todas tengan la misma importancia”.
Le indiqué que estoy de acuerdo con que todas las vidas tienen la misma importancia, y que él estaba en lo cierto: soy un hombre blanco y no sé qué se siente ser un hombre negro. Sin embargo, aun tenemos que ser el cambio que logre que todas las vidas sean igualmente seguras. Le expresé que él es un buen hombre, que no permita que la violencia del país lo cambie; y le deseé que Dios mantenga seguros a él y a su hijo.
Triste realidad
La realidad de este hombre que teme por sus hijos y por su propia vida debido al color de su piel es muy triste. Me parece que nuestro país necesita que nos levantemos y digamos: “¡Basta ya!” El racismo y la violencia deben terminar en nuestro gran país. Como Iglesia, necesitamos manifestar la realidad de que todas las vidas tienen la misma importancia, desde la concepción en el seno materno hasta la muerte natural.
Repasé el último mes y me di cuenta de que ante nosotros había pasado un mes muy difícil de muerte y dolor. Yo asistí como diácono en la misa funebre de un hombre de 31 años de edad que murió asesinado en Orlando. Vimos la violencia y el asesinato de dos jóvenes negros en dos ciudades diferentes dos días seguidos. Para colmo de males, en una manifestación por la paz el jueves por la noche, los encargados de protegernos se convirtieron en víctimas. Los informes noticiosos indican que el tirador estuvo motivado por la tensión racial, entre otras razones.
En las calles de los Estados Unidos hay demasiada violencia y asesinatos. Me quedé reflexionando sobre una nación cuyo tejido social parece estar rasgándose a lo largo de líneas raciales. ¿Qué podemos hacer? En mi corazón siento que hay que responder al llamado de Dios, el mismo llamado que recibió Isaías. A través de esa convocatoria, estamos obligados como católicos a predicar un mensaje de amor y de apoyo a todas las vidas, desde la concepción hasta la muerte natural y en todas las etapas entra ambas.
Para superar la oscuridad
El Dr. King parafraseó las Escrituras y dijo: “La oscuridad no puede expulsar a la oscuridad; sólo la luz puede hacerlo. El odio no puede expulsar al odio; sólo el amor puede hacerlo”.
Creo firmemente que las palabras de san Francisco parecen apropiadas en este momento:
“Señor, haz de mí un instrumento de tu paz.Donde haya odio, siembre yo amor;
donde haya ofensa, perdón;
donde haya duda, fe;
donde haya desesperación, esperanza;
donde haya oscuridad, luz; donde haya tristeza, alegría.
Oh Maestro, que yo no busque tanto ser consolado, como consolar;
ser entendido, como entender;
ser amado, como amar.
Porque es al dar que recibimos;
es al perdonar, que se es perdonado;
y es al morir, que nacemos a la vida eterna”.
Jesús nos exhorta a temer aquello que puede destruir al alma y al cuerpo en el Gehena. Oro para que esta crisis de odio y oscuridad no sea lo suficientemente potente para matar nuestras propias almas como católicos, y nuestro país como una nación de libertad.
Oro para que Dios nos dé la fortaleza para responder a nuestro llamado, un llamado que nos obliga a anunciar a Cristo cuando enfrentamos con la no violencia y el amor al mal que parece estar a nuestro alrededor.
Todas las vidas son importantes desde la concepción hasta la muerte natural. Que Dios bendiga y fortalezca a todos nosotros, no sólo para proclamar este mensaje, sino para vivirlo todos los días de nuestras vidas.
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