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Columns | Saturday, November 18, 2017

Acci�n de Gracias, inmigrantes y bendiciones

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Los niños aprenden en la escuela la historia del primer Día de Acción de Gracias organizado por los peregrinos de Inglaterra en Plymouth Colony, en 1621. Pero, para aquellos que saben, el primer Día de Acción de Gracias tuvo lugar cerca de San Agustín, La Florida, no en 1621, sino el 8 de septiembre de 1565, cuando el explorador español Pedro Menéndez de Avilés y sus compañeros asistieron a una Misa seguida de una comida con los nativos.

Según el famoso historiador Michael Gannon, el ya fallecido profesor de historia de La Florida en la University of Florida, aquella Misa y la comida de Acción de Gracias fueron el primer acto comunal religioso y el primer Día de Acción de Gracias en el primer asentamiento europeo permanente en América del Norte. ¡Y aquello ocurrió años antes de que los Peregrinos desembarcaran en Plymouth Rock!

Tanto los que fundaron la colonia de la bahía de Massachusetts como los que fundaron San Agustín, según las palabras que el Papa Francisco dirigió al Congreso en septiembre de 2015, “vinieron a esta tierra para realizar su sueño de construirse un futuro en libertad”.

Dado que los peregrinos no eran católicos sino protestantes, pocos de nosotros podemos afirmar que nuestros antepasados ​​vinieron en el Mayflower, pero, aquí en el Sur de La Florida, sin duda hay bastantes personas que podrían, posiblemente, afirmar que algunos de sus distantes antepasados estuvieron con Pedro Menéndez de Avilés en San Agustín. Pero todos nosotros somos inmigrantes o descendientes de inmigrantes. Incluso las poblaciones aborígenes de América emigraron a través del Estrecho de Bering.

En el Día de Acción de Gracias, la mayoría de nosotros nos sentaremos a una suntuosa fiesta preparada con la gran riqueza de la agricultura estadounidense. Demos gracias a los granjeros, a los camioneros y a los tenderos que lo hacen posible. Y agradezcamos especialmente a los más de dos millones de trabajadores agrícolas, muchos de ellos con apellidos hispanos, que recogen frutas y verduras en La Florida y California, que cosechan manzanas en el noroeste del Pacífico y partes de Nueva Inglaterra, y melocotones y tabaco en los estados del Sur, y que trabajan con aves de corral, productos lácteos, y en granjas ganaderas en el Medio Oeste y en partes del Suroeste. La mitad de ellos son indocumentados, y todos ellos trabajan largas horas en las ocupaciones más peligrosas, expuestos a los pesticidas y a los elementos, y a maquinarias implacables.

Cuando el Papa Francisco habló al Congreso hace dos años, les recordó a nuestros legisladores que “miles de personas se ven impulsadas a viajar al Norte en busca de una vida mejor para ellos y sus seres queridos, en busca de mayores oportunidades. ¿No es esto lo que queremos para nuestros propios hijos? No debemos sorprendernos por sus grandes cantidades, sino más bien verlos como personas, ver sus caras y escuchar sus historias, tratando de responder lo mejor que podamos a su situación. Responder de una manera siempre humana, justa y fraterna. Tenemos que evitar una tentación común hoy en día: descartar lo que resulte problemático”.

Desafortunadamente, hoy en esta “nación de inmigrantes” muchos de nosotros percibimos a los nuevos inmigrantes como “problemáticos”. La inmigración se ha convertido, para la política estadounidense, en un “problema de cuña”, con contenidos de izquierda y de derecha que han dado lugar a un estancamiento que permite a cada parte apelar a su “base”. Mientras tanto, nuestro quebrado sistema de inmigración continúa desorganizando vidas y dividiendo familias, y quitando la esperanza a quienes sueñan con “construir un futuro en libertad” para ellos y sus hijos.

Al dar gracias a Dios por las libertades y oportunidades que los estadounidenses disfrutamos en este país, un país que ha sido descrito “como una nación con alma de iglesia”, rezamos para que podamos convertirnos en una nación más justa y fraterna, una nación que no tema al extranjero, porque nosotros también fuimos extranjeros.

La Acción de Gracias —y la posibilidad de sentirnos agradecidos— llegan cuando reconocemos que todo lo que tenemos, todo lo que somos —gracias a Dios— lo hemos recibido gratuitamente. Y el haber recibido tantas bendiciones, no como un derecho sino como un regalo de Dios, debería inspirarnos, a todos los que hemos recibido gratuitamente, a compartir estas bendiciones, también gratuitamente, con los demás.

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