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Columns | Wednesday, April 18, 2018

Siria no es un blanco en los mapas

 

Mapa con la ubicación de las principales poblaciones cristianas en Siria.

Fotógrafo:

Mapa con la ubicación de las principales poblaciones cristianas en Siria.

En el año 2011, un conjunto de rebeliones populares que poco después serían conocidas como la Primavera Árabe, dio inicio a un proceso de esperanzadoras transformaciones en varios países del Cercano Oriente, sobre los cuales pesaban severos regímenes autoritarios. En el caso de Siria, una nación sometida por largo tiempo al control de sus fuerzas armadas, una sucesión de protestas pacíficas que el ejército reprimió duramente, desencadenó una compleja guerra civil en que grupos étnicos, religiosos y políticos han luchado ferozmente por el poder, causando destrucción, muerte y miseria en una nación cuyas raíces históricas se remontan a la más remota antigüedad.

Entre los cristianos sirios, el horror de la guerra ha intensificado el flujo migratorio, impuesto sobre ellos desde antes por la intolerancia religiosa de las mayorías musulmanas. Decenas de miles de personas han muerto, y decenas de miles han abandonado todo lo que tenían para salvar sus vidas del genocidio.

Las facciones en pugna, con el apoyo de algunos de los países más poderosos del mundo, se acusan mutuamente de una barbarie de la que ninguna es inocente. Los ataques de unos y las represalias de los otros no han dejado mejor saldo que más muerte y destrucción sobre un pueblo rico en valores culturales y espirituales. Un pueblo que ha pagado con su sangre su desesperado deseo de vivir en paz.

En estos momentos, se debate un nuevo enfrentamiento de potencias sobre el cielo y el suelo de Siria. Pero Siria no es un blanco en los mapas, ni un tablero de ajedrez para ensayar unas cuantas movidas tácticas a costa de más personas muertas, de más familias rotas.

Y sobre todo, Siria no es una carta para que las potencias del mundo se ladren mutuamente ante la mesa de apuestas, y luego se avengan entre ellas sobre unos cuantos miles más de cadáveres.

Es necesario poner fin a este juego macabro, en Siria y en el mundo.

Editor de La Voz Católica


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