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Columns | Friday, November 25, 2022

Adviento: Dios actúa para salvarnos

Columna del Arzobispo Wenski para la edición de noviembre 2022 de La Voz Católica

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Cuando nos sentamos a ver una película, por lo general no nos adelantamos rápidamente para ver primero las escenas finales. Más bien comenzamos la película desde el principio. Pero el Adviento procede de otra manera: comienza con el final. La palabra “Adviento” nos advierte que "velemos", pero esto no es como sentarnos simplemente a ver una película. Primero vemos la película, y después opinamos, emitimos nuestro juicio sobre si fue una buena película o no. El Adviento nos dice que “velemos”, que estemos vigilantes —porque seremos examinados, nuestra vida será juzgada; debemos mantenernos vigilantes, estar atentos porque no sabemos el día ni la hora.

Un barco que no conoce su destino simplemente se desplazará sin rumbo por los mares. Y si no conocemos nuestro paradero final podemos ir a la deriva, sin rumbo por la vida. Por eso el Adviento comienza con el final, porque es importante que entendamos que nuestras vidas van hacia algún lugar determinado, y ese lugar se resolverá en el Día del Juicio, cuando Cristo regrese para juzgar a los vivos y a los muertos. Como Isaías, uno de esos profetas de “Adviento” que escuchamos en las liturgias de Adviento, hacemos bien en orar a Dios diciendo: “Te haces encontradizo de quienes se alegran y practican justicia y recuerdan tus caminos.”

Seremos juzgados, y eso debería preocuparnos; pero no nos paralicemos de miedo, porque, así como el tiempo de Adviento comienza con el final, termina con el principio: el comienzo del reino de Dios en la tierra, cuando el Hijo de Dios toma nuestra carne y nace de la Virgen María. Ese comienzo que la temporada de Adviento nos prepara para celebrar, revela que el juicio de Dios es que nosotros, todos nosotros, somos dignos de ser salvados. Jesús es el juicio de Dios sobre el mundo, pero Jesús viene en misericordia y gracia. Porque Dios envió a su Hijo unigénito al mundo no para condenar al mundo, sino para salvarlo.

Isaías parece estar describiendo nuestro mundo tanto como estaba describiendo su mundo: “No hay quien invoque tu nombre, quien se despierte para asirse a ti...” El secularismo ascendente de nuestros tiempos ha empujado a Dios a los márgenes de la vida, y un mundo sin Dios es como un desierto: un lugar seco, árido, hostil; un lugar sin vida, sin esperanza.

Las lecturas de las Escrituras de Adviento, extraídas principalmente de Isaías, nos cuentan cómo Dios preparó a Israel y al mundo para la venida del Mesías prometido. Como rezamos en la cuarta Plegaria Eucarística: “Y cuando por desobediencia (el hombre) perdió tu amistad, no lo abandonaste al poder de la muerte, sino que, compadecido, tendiste la mano a todos, para que te encuentre el que te busca. Reiteraste, además, tu alianza a los hombres; por los profetas los fuiste llevando con la esperanza de salvación. Y tanto amaste al mundo, Padre santo, que, al cumplirse la plenitud de los tiempos, nos enviaste como salvador a tu único Hijo.”

Dios actúa para salvarnos, porque tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo para ser nuestro Salvador. Jesús es Emmanuel, que se traduce como “Dios está con nosotros”, pero también significa “Dios es por nosotros”.

Dios nos salva gratuitamente, pero no nos salva sin nuestro consentimiento, sin nuestra colaboración, sin nuestra aceptación obediente de su Voluntad.

Jesús viene a nuestro mundo para traernos paz, alegría; viene a mostrarnos al Padre y a perdonar nuestros pecados. Y así como Dios escogió a un pueblo en el Antiguo Testamento para colaborar con él en la realización de su plan, así Jesús escogió apóstoles y discípulos: nos elige a nosotros, para colaborar con Él “anunciando al mundo la buena noticia de la salvación”.

El Adviento nos permite ver el final de la historia incluso mientras nos preparamos para celebrar el comienzo de la historia en un pueblo llamado Nazaret, donde el Ángel Gabriel fue enviado a una joven doncella llamada María.

Sabemos adónde vamos, y por eso avanzamos con esperanza. Debemos estar convencidos de que, si el Señor nos lleva a ello, nos ayudará a superarlo. Después de todo, el Adviento nos recuerda que tanto amó Dios al mundo que nos envió a su Hijo. Para Dios, somos dignos de salvación.

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