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Cuando he tratado de hacer mención de este asunto en los medios en que me relaciono, siempre encuentro las mismas respuestas: “Don Victor, es que usted no se ha dado cuenta que los tiempos han cambiado hacia la robótica”. Lo lamentable de esta respuesta es que cada día tenemos más personas sin trabajo a los que ahora llaman desechables, porque los van dejando rezagados de este nuevo modelo de cambiar hombres por maquinas, porque lo hacen igual y son más baratas.

Ante esta disyuntiva irrumpe nuestro Papa Francisco con una palabra que a veces y para muchas personas es olvidada: misericordia. Esta frase para algunos es como una inyección que los retorna a la humanidad, porque se habían olvidado de ser humanos. Si todos nosotros acogiéramos esta palabra y lo más importante, la pusiéramos en práctica, yo estoy seguro que podríamos ir cambiando el mundo y en vez de llenar los bolsillos de algunos pocos, quizás elevaríamos de la pobreza a muchos.

Esta palabrita yo sé que a muchos no les gusta y le temen, porque cuando hacen sus estudios de mejoras para ganar más, se olvidan que todos somos hermanos y que nadie se merece el mote de “ya está muy viejo”, “no entiende la tecnología moderna”, “esto es un negocio y no una conferencia de ayuda a los pobres”, “nuestro único objetivo es ganar dinero y no ayudar a los necesitados” – y así van quitando de la circulación los trabajos disponibles.

Pudiera citar muchos ejemplos. Recuerdo uno que todos hemos podido comprobar: En los puntos de cobranza de las grandes carreteras, habían algunas personas que nos cobraban el peaje; ahora nos lo cobran por tarjeta de crédito y con una simple calcomanía en el carro podemos pasar automáticamente. Y yo me pregunto ¿Cuántos hombres y mujeres quedaron desplazados con esta medida?

Esta verdad nos duele porque hombres y mujeres valen por igual; todos tenemos derecho al trabajo de acuerdo con nuestras posibilidades. Pensemos bien, nosotros nos necesitamos unos a otros. No perdamos el espíritu de servicio, el respeto, la comprensión, la tolerancia y sobre todo aquello de “ahogar el mal en abundancia del bien”.

Vamos todos a luchar por erradicar el gran flagelo de la pobreza. Yo sé que no es fácil y el camino es dificultoso, porque siempre hay quien está buscando ser millonario a expensas de que otros se hundan en la desesperación de la miseria. Vean las encuestas: cada día son más los que ingresan a las filas de la miseria y la clase media está desapareciendo. Esto es alarmante.

Nosotros, los voluntarios de la Sociedad de San Vicente de Paul, entidad dedicada a la ayuda al que nada tiene, sabemos que el porcentaje de personas que se nos acercan pidiendo ayuda es un espiral; y lo más triste es que en muchos casos no podemos remediar estas carestías. Vemos como se acercan a nuestras iglesias personas que no les alcanza la canasta familiar para darle de comer a sus hijos con lo que ganan, o lo que reciben del Social Security, y tienen que recoger una bolsa de alimentos para remediar esta situación.

Vamos a juntar a los que tienen trabajo, una posición económica alta, los académicos y todos aquellos que puedan ayudar, porque ¿quieren que les diga un secreto que he podido aprender como voluntario por más de 30 años? Los pobres ayudan a los pobres.

Hoy les pido que hagan una diferencia y aquellos acomodados que por favor lleven su mano a la cartera y la otra al corazón y ayuden al necesitado que más cerca tengan. Lo único que tienen que hacer es dejar de juzgar y mirar con misericordia a sus vecinos en problemas. Recuerden la frase de “amar al prójimo como a ti mismo”.

Es fácil. No tienes que darlo todo y seguir a Jesús. Solo te pido que des un poquito de lo que Él te regala todos los días. Y esto me recuerda una frase: No perdamos la ambición de la vida eterna que nos evoca la palabra misericordia.

 

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