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Homilies | Sunday, June 25, 2017

Trabajando para construir el Reino de justicia, amor y paz de Cristo

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El Arzobispo Thomas Wenski predicó esta homilía en la celebración Eucarística por el aniversario del Congreso de Trabajadores del Hogar del sur de la Florida, en la Catedral de St. Mary en Miami, el 25 de junio de 2017. 

Queridos hermanos y hermanas, nos reunimos un domingo más para celebrar el gran banquete de la Eucaristía, la actualización del sacrificio de Cristo en la cruz para darnos vida. En el se prolonga su presencia en medio de nosotros, siendo nuestro alimento en el camino hacia la patria celestial. Y cada vez que participamos de esta acción de gracias recibimos como un manjar la Palabra de Dios, que en este domingo nos invita a vivir, no en el temor sino con la fe puesta en el Señor, quien ya ha vencido por nosotros el mal. Porque con frecuencia el discípulo de Cristo, en contacto con las realidades de este mundo y enfrentado a sus retos, siente el acecho de la tentación, la duda y el miedo; una experiencia común a los creyentes de todos los tiempos, como podemos comprobar en la primera lectura.  

El profeta Jeremías experimenta la debilidad en medio de la misión. Su anuncio de la verdad provoca el odio de los poderosos y rechazo en el pueblo. Quisiera rendirse, no volver a hablar en nombre de Dios; siente miedo, y a la vez, la fuerza que Dios le da: “Oía el cuchicheo de la gente: "Pavor en torno”; “pero el Señor está conmigo, como fuerte soldado; mis enemigos tropezarán y no podrán conmigo”(Jer. 20, 10). También el evangelio, en la misma línea, nos recuerda que el Señor no abandona a su suerte a los que ha enviado, sino que por el contrario, los fortalece con su gracia en medio de las dificultades. Por eso escuchamos decir a Jesús, en tres ocasiones: “No tengan miedo”. Son palabras que los discípulos supieron agradecer en medio de las pruebas, y que también deberían resonar en nosotros cada vez que enfrentamos el temor o el desaliento.  

Jesús nos invita en este día a no sentir temor de proclamarlo delante de los hombres; nos garantiza que seremos reconocidos por él delante de Dios, pero nos recuerda con palabra firme que si lo negamos, él también nos negará delante de su Padre celestial. Una invitación a vivir con autenticidad nuestro compromiso cristiano, sin que el miedo al qué dirán o el cuidado por la propia imagen nos lleven a silenciar principios y convicciones, o a dejar de buscar el Reino de Dios y su justicia. “Porque hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (He. 5, 29). 

Hermanos y hermanas, hoy el Señor continúa inspirando y llamando profetas, comprometidos con el bien común y la defensa de los derechos de los más desfavorecidos de la sociedad. Hombres y mujeres de nuestro tiempo que enfrentando incomprensión y en ocasiones rechazo, trabajan por construir ese Reino de justicia, amor y paz que Cristo vino a establecer. Son los inconformes con una “cultura del descarte” -como la ha llamado el Papa Francisco- que pretende excluir de la sociedad a los desposeídos, a los migrantes y a muchos explotados en el ámbito laboral, a quienes no se les reconocen sus derechos. Tal es el caso de tantas mujeres, en su mayoría inmigrantes, que cada día y en condiciones difíciles laboran como trabajadoras domésticas. Siendo ellas de invaluable ayuda para tantas familias en la comunidad, deben conformarse con sueldos mal retribuidos para poder sostener a las suyas propias. Son de todos los colores y credos; realizan labores de gran responsabilidad, y no sólo al cuidado de los hogares; más importante aún, al cuidado de niños, ancianos, enfermos y personas con discapacidades. 

Hoy tenemos con nosotros a un grupo de esas trabajadoras, que también realizan un importante esfuerzo en favor de la justicia, y por el respeto a los derechos y la dignidad de tantas trabajadoras del hogar en el sur de la Florida. Con el lema: “El trabajo doméstico hace que todos los demás trabajos sean posibles”, celebraron hace un año en Miami su primera asamblea, donde se dieron cita para debatir acerca de sus problemas, especialmente la necesidad de lograr el marco legal que les garantice la protección a sus derechos laborales, al cuidado de su salud, etc. Se trata de un tema que en los últimos años ha ido ganando apoyos, en la medida que se ha ido adquiriendo mayor conciencia de las condiciones abusivas en que laboran miles de mujeres en la esfera del trabajo domestico. 

Precisamente en este mes se cumple otro aniversario de la conferencia de la Organización Mundial del Trabajo, que realizada en Ginebra el año 2011, adoptó una convención nombrada “Trabajo Decente para los Trabajadores Domésticos”, y en la que se aboga por la protección legal de millones de personas en el mundo entero, dedicadas a esta actividad. Seis años después muchos países aún no la han ratificado, entre ellos los Estados Unidos.    

Aprovecho entonces la ocasión para expresar el reconocimiento de la Iglesia por la contribución a la sociedad de las trabajadoras del hogar y elevo mis votos para que con la ayuda de Dios sean respetadas en su dignidad y puedan superar las condiciones de explotación en que muchas de ellas se encuentran. Como nos recuerda el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia: “La persistencia de muchas formas de discriminación que ofenden la dignidad y vocación de la mujer en la esfera del trabajo, se debe a una larga serie de condicionamientos perniciosos para la mujer, que ha sido y es todavía olvidada en sus prerrogativas, marginada frecuentemente e incluso reducida a esclavitud. Estas dificultades, desafortunadamente, no han sido superadas, como lo demuestran en todo el mundo las diversas situaciones que humillan a la mujer, sometiéndola a formas de verdadera y propia explotación. La urgencia de un efectivo reconocimiento de los derechos de la mujer en el trabajo se advierte especialmente en los aspectos de la retribución, la seguridad y la previsión social” (CDSI, 295).  

Como escuchamos al inicio, hoy el Señor nos invita a ser profetas del amor y la verdad en cualquier ámbito de la sociedad donde desenvolvemos nuestra vida, anunciando su Reino y denunciando la injusticia que se opone a él y que daña a sus hijos e hijas.  Que con su auxilio podamos mantenernos siempre firmes, y cuando lleguen a nosotros el temor o el desánimo, podamos escuchar una vez más las palabras de Jesús: “No tengan miedo”.  Así sea.

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