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Columns | Friday, May 20, 2016

Permanencia y compromiso en la Iglesia de Cuba

El Obispo Juan García, de Camaguey, Cuba, fue nombrado Arzobispo de La Habana por el Papa Francisco, el 26 de abril. Sucede al Cardenal
de La Habana, Jaime Ortega Alamino.

Fotógrafo: ARACELI CANTERO | LVC

El Obispo Juan García, de Camaguey, Cuba, fue nombrado Arzobispo de La Habana por el Papa Francisco, el 26 de abril. Sucede al Cardenal de La Habana, Jaime Ortega Alamino.

Temprano en la mañana del día 26 de abril, recibí una llamada con la noticia del nombramiento de Mons. Juan García Rodríguez como nuevo Arzobispo de La Habana, y le llamé de inmediato para ofrecerle mi apoyo y para decirle que me ponía en camino hacia Camagüey para abrazarle y compartir el almuerzo.

En el recorrido hacia Camagüey, provincia que linda con la Diócesis de Holguín, tuve tiempo para hacer memoria, pensar, rezar… y en silencio sonreír. También sentí que se me humedecían los ojos por sentimientos profundos de fe y de gratitud por la vida de esta Iglesia, por las personas que en ella sirven y la han ido construyendo.

A partir de la fecha de hoy, 26 de abril, el Cardenal Jaime Ortega Alamino y Mons. Alfredo Petit Vergel (hasta ahora Auxiliar de la Habana) son dos obispos eméritos que se unen a los otros dos que permanecen entre nosotros: Mons. Héctor Peña Gómez, en Holguín, y Mons. José Siro González Bacallao, en Pinar del Río. Ya, también, Mons. Mario Mestril Vega, de Ciego de Ávila, arribó a los 75 años y presentó su renuncia, tal como está indicado en el Código de Derecho Canónico.

En estos cinco obispos hay dos generaciones que se imbricaron en el pastoreo de nuestro pueblo en estas últimas décadas. Una es la de “los mayores”, que fueron ordenados sacerdotes en la década del 50 y vivieron su ministerio pastoral parroquial a la par que cambiaba la realidad sociopolítica en Cuba y, a su vez, sesionaba el Concilio Vaticano II entre los años 1962-1965. A ellos, en esa década, se unieron “los que regresaron”, es decir, los que fueron a España, Roma o Canadá para cursar Teología y, al concluir, decidieron volver para ejercer su ministerio en Cuba. Unos vinieron a recibir la ordenación sacerdotal en su Diócesis, mientras que otros la recibieron fuera y vinieron siendo sacerdotes.

¡Qué hermoso testimonio nos brindaron esos jóvenes sacerdotes que regresaban a Cuba; unos diocesanos, otros religiosos! Algunos, posteriormente, volvieron a salir del país, pero otros permanecieron no sin tener que afrontar situaciones difíciles de incomprensión y sacrificio. Al paso de los años, tres de ellos fueron nombrados obispos por el Papa San Juan Pablo II, los tres que ahora se jubilan.

A la sombra de esas dos generaciones creció una nueva generación de seminaristas que comenzamos a ser ordenados a partir del 3 de diciembre de 1970 hasta dos décadas más. En aquellos años de la Reflexión Eclesial Cubana (REC) en las diócesis y durante el Encuentro Nacional Eclesial Cubano de 1986 (ENEC), nos identificaban como “los jóvenes”.

El nuevo Arzobispo de La Habana, Mons. Juan García Rodríguez, forma parte del entonces grupo de sacerdotes jóvenes. Entró de adolescente en el Seminario San Basilio Magno, de El Cobre, y formó parte del grupo de “menores”; después pasó a La Habana, primero al Seminario El Buen Pastor y, al ser ocupado éste, continuó en el Seminario San Carlos y San Ambrosio, que abrió nuevamente sus puertas para acoger a los futuros sacerdotes cubanos. En años siguientes, nos incorporamos otros más, entre ellos el actual auxiliar Mons. Juan de Dios Hernández Ruiz, Mons. Willy Pino Estévez, Obispo de Guantánamo-Baracoa, y Mons. Arturo González Amador, Obispo de Santa Clara.

A modo de injerto, durante esos mismos años, se sumaron varios jóvenes profesionales que dejaron a un lado sus diplomas y su carrera para entrar en el Seminario. Dos de ellos, Jorge Serpa y Manolo de Céspedes, fueron ordenados en Colombia y Venezuela respectivamente, y regresaban a Cuba con experiencia pastoral y, años después, fueron nombrados obispos. Otros, ordenados en Cuba, se unieron al episcopado después de varios años de sacerdocio: Mons. Salvador Riverón Cortina (fallecido aún joven), Mons. Álvaro Beyra Luarca, hoy Obispo de Bayamo-Manzanillo, y Mons. Dionisio García Ibáñez, hoy Arzobispo de Santiago de Cuba. Los cuatro ya llevan sobre sus espaldas más de 70 primaveras.

En ese tiempo y, específicamente, en la década de 1970, el entonces P. Jaime Ortega y el P. Alfredo Petit, que hoy se jubilan como obispos, fueron nuestros profesores en el Seminario. El P. Petit impartió hebreo, introducción a la Sagrada Escritura y al Misterio de Cristo para, posteriormente, en Teología, dar la Patrología y el Derecho Canónico. Por su parte, el P. Jaime Ortega viajaba todos los miércoles desde Matanzas y nos impartía clases de Moral, amén de compartir la ilusión y la alegría de la vida pastoral, en lo que familiarmente llamábamos “clases de pasillo”.

Esta narrativa marca etapas, generaciones, momentos… Pero lo esencial es que expresa una experiencia de comunión eclesial en la que se destacan la permanencia y el compromiso.

El Obispo Juan García, de Camaguey, Cuba, fue nombrado Arzobispo de La Habana por el Papa Francisco, el 26 de abril. Sucede al Cardenal
de La Habana, Jaime Ortega Alamino.

Fotógrafo: ARACELI CANTERO | LVC

El Obispo Juan García, de Camaguey, Cuba, fue nombrado Arzobispo de La Habana por el Papa Francisco, el 26 de abril. Sucede al Cardenal de La Habana, Jaime Ortega Alamino.

Mientras recuerdo la historia a modo de anamnesis (memoria agradecida a partir de una lectura creyente de la historia vivida), soy consciente de que cada uno como persona, y cada grupo como generación o momento circunstancial, con sus respectivas características, hemos experimentado y vivido una misma vocación: querer ser para nuestro pueblo “otros Cristos”, a partir de la entrega y de la caridad pastoral.

Hay que continuar. Ayer, a “los jóvenes” nos sirvieron de referencia quienes he identificado como “los mayores” y “los regresados”. Hoy, varios de ellos son semilla y otros continúan brindándonos su testimonio de vida, cargando el peso de los años transcurridos y las experiencias acumuladas. Mientras tanto, los que antes fuimos jóvenes, esperamos que el brote nuevo prolongue lo que, a modo de antorcha, pasamos de unos a otros en fidelidad a Dios, a la Iglesia y a Cuba.

El Señor continúa siendo el mismo “ayer, hoy y siempre”. Gracias a Dios, así somos, y por eso experimentamos libertad de espíritu, paz interior y serena esperanza.

Al celebrar en mi diócesis la fiesta de San Isidoro, nuestro santo patrono, le pido que interceda por todos nosotros y, de manera especial, por nuestra Iglesia que peregrina en Cuba.


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