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Homilies | Saturday, June 25, 2016

No nos amoldemos al 'desierto' que nos rodea

Homilía del Arzobispo Wenski en la Misa de clausura del Encuentro Cuba-Diáspora 2016

El Arzobispo Thomas Wenski predicó esta homilía durante la Misa de clausura del Encuentro Eclesial Cuba-Diáspora 2016, celebrada el 25 de junio en la Ermita de la Caridad, Miami.

Queridos hermanos y hermanas, un año más nos reunimos en este querido santuario dedicado a la Patrona de Cuba para clausurar con la Eucaristía el encuentro eclesial Cuba-Diáspora. Se trata de una posibilidad más de acercarnos fraternalmente para compartir la labor pastoral que realizamos en favor del pueblo cubano, tanto en Cuba como aquí en Miami, ciudad donde se concentra el mayor número de cubanos después de la Habana. Un solo pueblo, al que estamos llamados a servir, y a entregarle a aquel a quien María de la Caridad lleva en sus brazos. 

Una vez más el Señor nos invita a reflexionar sobre el valor del amor fraterno, y como consecuencia inevitable, la urgente necesidad de reconciliación. Qué momento particular de gracia nos ofrece este Año Jubilar de la Misericordia convocado por el Papa Francisco, el cual, una y otra vez nos recuerda que encontrándonos con Dios y recibiendo su perdón estaremos en mejor capacidad de re-encontrarnos y reconciliarnos con el hermano. Como diría recientemente el Papa en una de sus audiencias para los miles de fieles que peregrinan hasta la Puerta Santa: “Tener la experiencia de la reconciliación con Dios nos permite descubrir la necesidad de otras formas de reconciliación: en las familias, en las relaciones interpersonales, en las comunidades eclesiales, así como también en las relaciones sociales e internacionales” (Papa Francisco, Audiencia Jubilar, 30 de abril, 2016).

Y qué marco tan especial nos ofrece además este templo, que hemos querido designar también como Puerta Santa, para que en él, y a los pies de la Virgen de la Caridad, experimentemos el abrazo del Padre Misericordioso, al mismo tiempo que nos re-encontramos como hermanos, testigos y mensajeros de una reconciliación verdadera que brota del perdón y la justicia.

Hermanos, ha sido este, precisamente, el tema que ha centrado la reflexión de este encuentro recién concluido: “Reconciliación en Cuba y en la Diáspora a la luz del Año de la Misericordia”. Se trata de un contenido genuinamente cristiano al que no puede renunciar la Iglesia, y que tiene su origen en la experiencia de fe que brota de esa reconciliación plena que nos alcanzó el Señor Jesús derramando su sangre por nosotros. Como nos recuerda el Apóstol Pablo en la Carta a los Corintios: “Todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo, y nos ha confiado el ministerio de la reconciliación” (II Corintios 5,18). Se trata entonces de una misión con la que debemos todos sentirnos comprometidos, no por opción, sino, y ante todo, por vocación.

Mucho tiempo ha pasado desde el comienzo de estos encuentros, y también nuestro contexto vital a experimentado cambios, especialmente acelerados en los últimos tiempos. Nuevas posibilidades de acercamiento y conocimiento mutuos se han abierto, así como nuevos retos que nos desafían en nuestro esfuerzo de seguir anunciando a los cubanos el verdadero Reino de vida y verdad, de amor, de justicia y de paz. 

Ayer, la Iglesia celebró la natividad de San Juan Bautista. En esta fiesta la Iglesia nos presenta una figura de la cual tenemos mucho que aprender; uno que ha sido llamado a ser profeta desde el vientre de su madre, y para serlo deberá tener los pies puestos en el presente, mirando al pasado y aprendiendo de él, para así comprender mejor el futuro que se avecina. Es Juan el Bautista, profeta humilde, valiente e incansable, quien nos recuerda la misión a la que nunca la Iglesia podrá renunciar: anunciar al que es el verdadero camino, la verdad que nos salva y la vida que no termina. 

Él es el gran profeta que cierra el Antiguo Testamento anunciando la cercanía del Mesías. Sólo de María y de este hombre tan singular celebramos litúrgicamente su nacimiento. Su irrupción en la historia de la nueva alianza es el gran anuncio de la proximidad del tiempo de la salvación. Juan, hijo de Isabel y Zacarías, predica en el desierto alzando su voz a todo el que quiera oírlo, y sin pelos en la lengua grita sin tapujos ni componendas el mensaje que Dios le ha encomendado. Así, con lengua de fuego, llama “raza de víboras” a los que se creen salvados por ser hijos de Abraham. Desde su auténtica austeridad está convencido de que el camino del Señor no se construye con palabras, sino con acciones; por eso invita a compartir con el pobre, clama por los que pasan hambre, y exige practicar la justicia evitando toda forma de abuso y de opresión. 

Pero Juan el Bautista no ignora que su destino, como el de todo profeta, está marcado por el rechazo que provoca decir siempre la verdad; invitando a una conversión radical, retando incluso al mismo rey Herodes, y denunciando el abuso de los poderosos. Se trata de un clamor urgente porque el tiempo nuevo se avecina; tiempo en que el Señor quemará como paja a los indiferentes y acomodados. 

Como el profeta, hemos sido llamados para gritar el anuncio de la Verdad a tiempo y a destiempo, no poniendo el acento en la eficacia o en los medios que empleamos sino en la gracia siempre actuante de aquel que nos envió. Pobres han sido los medios con los que la Iglesia en Cuba ha llevado adelante su misión evangelizadora, y en tiempos de mayor aceptación y en otros donde nadie escuchaba, se ha mantenido siendo la voz que anuncia la esperanza y el amor misericordioso de Dios. Ese es el papel de la Iglesia en toda circunstancia, contexto y momento. 

También son grandes los retos que enfrentamos como Iglesia en esta otra orilla y muchos los esfuerzos por alzar nuestras voces ante tantos desafíos. Y como Juan, nosotros todos, que somos la Iglesia, debemos tener clara conciencia de ser la voz que clama; el eco de una Palabra más fuerte: Jesucristo, el verbo de Dios encarnado.

Se trata de un compromiso con la verdad que no trata de amoldarse o acomodarse a las realidades cambiantes que nos rodean, y que nos lleva necesariamente a ser signos de contradicción, hasta tal punto que por momentos pudiera parecernos estéril todo el empeño que ponemos en la misión. Cuando escuchamos a Juan queriendo saber: "Eres tú o debemos esperar a otro", no podemos pasar por alto que quien habla está encarcelado, con riesgo de perder su vida, viviendo de pura fe.

Y es que ser profeta no significa tener todo bajo control. Se trata ante todo de no callar aunque nos dejen solos, de gritar en el desierto aunque vayamos contracorriente, y de asumir con todas las consecuencias, el testimonio de querer ser fieles a Dios, aún cuando no lo entendemos, cuando nos desconcierta, cuando nos saca de nuestras seguridades. Es, a fin de cuentas, no amoldarnos nosotros al "desierto" en que quiere convertirse nuestra sociedad actual, marcada por ideologías que quieren ocupar el lugar de Dios, y herida por el odio, el egoísmo o la violencia. Se trata de un compromiso de fe, con la verdad, con la historia y con la Iglesia.

Así, contra toda esperanza, quiere el Señor que confiemos en su gracia para seguir siendo la voz que, aunque muchas veces le toque clamar en el desierto, nunca desista en el anuncio ni en la misión encomendada. Como aquel otro profeta a quien la gente no escuchaba, que al no lograr cambiar a nadie, le preguntaron por qué mejor no se callaba. Y entonces respondió: "Es que si yo callo serán ellos los que me cambien a mí". 

María, profeta de la esperanza, a quien veneramos como Madre del Amor, Virgen de la Caridad, es para nosotros un modelo de fe confiada, en medio de la misión que a todos nos ha querido el Señor encomendar. Ella es un puente seguro en el que siempre podrán encontrarse y reconciliarse los que se sienten cobijados bajo su mismo manto. Es por eso que el lema "La Caridad nos une" ha sido motivador para los cubanos de ambas orillas. Haber podido recibir aquí en la Ermita esta hermosa imagen, entregada al Papa Francisco en Santiago de Cuba como signo de amor hacia la familia cubana en la diáspora, ha significado un gesto profético de fraterna inclusión, promesa de esa futura y plena reconciliación a la que todos aspiramos en medio del pueblo cubano. Ojalá que por su maternal intercesión, y al visitar a sus hijos como Virgen Peregrina por diversas ciudades de los Estados Unidos, muchos corazones se abran al amor misericordioso de un Dios que siempre viene a nuestro encuentro.

Que la Virgen de la Caridad nos ayude a mantenernos firmes en la fe y en nuestra misión profética, y nos siga animando a trabajar por la verdadera reconciliación, inseparable del amor, del perdón, de la paz y la justicia.

Virgen de la Caridad, ruega por nosotros.

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