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Statements | Monday, October 12, 2015

'Ninguna persona es un problema'

Charla del Arzobispo Wenski a Conferencia Respeto a la Vida en Indiana

El Arzobispo Thomas Wenski dio esta charla el 7 de octubre en la Conferencia Respeto a la Vida organizada por las Caridades Católicas de la Diócesis de Evansville, Indiana. El mes de octubre es el mes de Respeto a la Vida.

Gracias por invitarme a hablarles en esta Conferencia de Respeto a la Vida. Yo vengo desde Miami – y siempre me gusta decirles a las personas que lo mejor de Miami es que está tan cerca de los Estados Unidos.

Miami está solamente a 40 minutos por avión de la Habana; y Puerto Príncipe en Haití está más cerca de Miami que de Atlanta. Así es que, aquí en Evansville, me siento que estoy realmente en el corazón de esta tierra.

Hace unas semanas, el Papa Francisco se dirigió a una sesión conjunta del Congreso. (¡Yo estuve allí!) Él le dijo al Congreso: “Los desafíos que enfrentamos hoy en día nos llaman a tener una renovación de un espíritu de cooperación, el cual – a través de toda la historia de los Estados Unidos – ha hecho tanto bien”. Claro está, que uno de esos desafíos es la reforma migratoria –la cual sucesivos Congresos han fallado en emprender por más de una década. Sin duda, el fracaso del Congreso en promulgar una justa reforma migratoria, es también una falta en poner en práctica la Regla de Oro – citada por el Papa Francisco en su discurso: “Haz a los demás como te gustaría que te hicieran a ti”.

Por supuesto, alguien podría decir: somos una nación de leyes, no podemos tolerar infractores de la ley. Y, sin duda, otro podría argumentar: ¿qué parte de ilegal tu no entiendes?

Pero, a todos aquellos que acusaron a Jesús de violar las leyes de su época, él les contestó: “El sábado fue hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado”. (Marcos 2: 27) Esta enseñanza pone de relieve el punto de que la ley positiva, incluso la ley positiva Divina, debe de beneficiar y no esclavizar a la humanidad. Los patriotas,  que violaron la ley al lanzar el té en el Puerto de Boston, comprendieron esto – como lo entendió Rosa Parks, quien violó la ley al negarse a cederle su asiento en el autobús a un hombre blanco. Cuando las leyes no logran avanzar el bien común, esas leyes pueden y deben ser cambiadas.

Nuestras leyes de inmigración necesitan ser cambiadas: están anticuadas e inadecuadas para las exigencias de la vida en el siglo 21. En este punto, parece que todo el mundo está de acuerdo. Sin embargo, las soluciones propuestas no deben empeorar la situación actual. Las leyes anticuadas, mal adaptadas (a la creciente interdependencia de nuestro mundo) y de la globalización de la mano de obra, son malas leyes, injustas leyes. Sin embargo, es necesario que los propuestos cambios tomen en consideración tanto la dignidad humana como el interés nacional; de otra  manera, lo que sucederá es que las malas leyes serán sustituidas por otras peores.

Los Obispos Católicos de los Estados Unidos y otros, desde las Cámaras de Comercio hasta los sindicatos, han apoyado una amplia reforma migratoria que, mientras se enfrenta a las necesidades futuras de la mano de obra – al proveer por un establecimiento de un programa de trabajadores legales a plazos temporales – también les ofrece un camino hacia la legalización a los 11 millones o más de inmigrantes indocumentados que ya están en el país, así como el arreglo de los retrasos inaceptables para las visas familiares que mantienen a las familias separadas por periodos de tiempo intolerables.

Una legislación mezquina solamente enfocada en "cerrar la frontera” seguirá empeorando las cosas. De hecho, en los últimos diez años, un billón de dólares se han gastado en la vigilancia fronteriza – y la inmigración ilegal se ha incrementado cuando el mercado laboral ha exigido trabajadores dispuestos y capaces. La pared o muralla a la que algunos candidatos se han referido – ya está construida. Sin reformas, la inmigración ilegal se convierte en inevitable.

Ahora bien, la inmigración ilegal no debe de ser tolerada – porque conduce al abuso y a la explotación de los propios inmigrantes; y en definitiva, las empresas que dependen de su mano de obra – y al hacerlo, ayudan a impulsar el crecimiento de la economía estadounidense – yo diría que la mayoría de las empresas preferirían y se beneficiarían de tener una fuerza de trabajo confiable y legal.

Pero arreglar las leyes migratorias no requiere que convirtamos los llamados “ilegales” en los chivos expiatorios de nuestra época. Estos “ilegales” no están tanto violando la ley, sino más bien están siendo violados por la ley. Los Estados Unidos siempre ha sido una tierra de oportunidad para todos aquellos que están dispuestos a trabajar duro. Podemos proveer por nuestra seguridad nacional y asegurar nuestras fronteras – sin hacer de los Estados Unidos, una nación de inmigrantes, una tierra que niega oportunidades para los inmigrantes de hoy.

En su discurso ante el Congreso, el Papa Francisco dijo que la Regla de Oro “nos recuerda nuestra responsabilidad de proteger y defender la vida humana en todas las etapas de su desarrollo”. En otros discursos y homilías, él ha denunciado los delitos en contra de la vida humana, en contra de personas humanas – gente de carne y hueso – que se han considerado desechables.

Lamentando lo que él ha llamado “la globalización de la indiferencia” o “la  cultura del descarte”, él sigue en la misma línea de la doctrina social de la Iglesia, la cual ha sido enseñada por todos los Papas desde León XIII.

Ahora bien, estas enseñanzas pueden a veces parecer bastantes complejas – y los argumentos difíciles. (Sé que algunos han sugerido que el leer una encíclica papal puede ser un buen remedio para el insomnio). Sin embargo, yo sugiero que toda la doctrina social de la Iglesia se puede resumir en una simple frase: ningún hombre es un problema.

Ningún hombre es un problema: cualquier antropología que reduce a la persona humana a ser solamente un problema es una antropología defectuosa y errónea – indigna del hombre creado a imagen y semejanza de Dios.

Cuando nos permitimos pensar en la persona humana como un problema, estamos ofendiendo su dignidad. Y cuando vemos a otro ser humano como un problema, a menudo nos damos permiso para buscar soluciones. La trágica historia del siglo 20 demuestra que el pensar así incluso conduce a “soluciones finales”.

Esta es la razón por la cual las enseñanzas de la doctrina social de la Iglesia Católica proclaman una ética positiva y coherente de vida: ningún hombre es un problema. Por lo tanto, para nosotros, los católicos, no hay tal cosa, como un “embarazo problemático” – sino más bien, un niño que debe de ser bienvenido a la vida y protegido por la ley. El refugiado, el inmigrante, no es un problema. Él tal vez pueda ser un extraño, pero un extraño a quien debemos abrazar como a un hermano. Incluso los criminales – aún a pesar de todos los horrores cometidos por sus crímenes – no pierden su dignidad dada por Dios como seres humanos. Ellos también deben de ser tratados con respeto, incluso en su castigo.

Esta es la razón porque la doctrina social de la Iglesia Católica condena la tortura y trabaja para la abolición de la pena de muerte.

Nuestro mundo de hoy está cada vez más globalizado. Es un mundo donde los bienes y mercancías fabricadas en un continente se compran y se venden en otro a medio mundo de distancia; donde la información y el dinero pueden cruzar las fronteras en un instante; y donde la gente también cada vez más se mueven más allá de las fronteras –muchas veces en formas dramáticas.

El Papa Francisco dijo en Washington: “Nosotros, el pueblo de este continente no tenemos miedo de los extranjeros, porque la mayoría de nosotros alguna vez también fuimos extranjeros”. Pero, al parecer, muchas personas tienen poca memoria – y quizás más de un poco de disminución en su capacidad para la empatía.

Y así es como la Iglesia nos enseña a no temerle al inmigrante, la Iglesia nos advierte de no maltratar al inmigrante. En cierto modo, al igual que nosotros llamamos a Jesús, el Rey de Reyes, podemos referirnos a él como el migrante de los migrantes. Al convertirse en un hombre como nosotros, él “emigró” del cielo. Él se convirtió en un ciudadano de nuestro mundo para que, a su vez, nosotros nos podamos convertir en ciudadanos del mundo por venir.

Y todos aquellos que entrarán en la patria celestial lo harán porque, como él mismo nos dirá: “Fuí forastero, y me acogisteis”.

Así es que podemos encontrar un paralelo con la venida de Jesús entre nosotros como hombre y la llegada de un recién llegado a una tierra extraña. De esta manera, tal vez, podemos contemplar el rostro de Jesús en el rostro del inmigrante.

Políticas xenófobas que se centran en el “inmigrante ilegal” como un problema oscurecen el rostro humano de la inmigración. Los arrestos dramáticos “a mano dura” de los trabajadores pobres con salarios bajos no van a resolver nuestra crisis de  inmigración. El verdadero problema no es el inmigrante – sino el sistema roto que cínicamente tolera una subclase creciente de personas vulnerables, fuera de la protección de la ley.

Al igual que el inmigrante que llega a nuestra tierra, el Hijo eterno de Dios, con su encarnación, plantó su tienda en medio de nosotros. Y como Jesús que nació en un establo porque no había lugar para él en la posada, hoy en día, incluso mientras trabajan en empleos que los estadounidenses no pueden o no quieren hacer, los inmigrantes escuchan otra vez lo que escucharon María y San José tantas veces hace dos milenios: no hay lugar en la posada para ustedes.

Es por esto que la Iglesia continuará hablando en nombre de los inmigrantes en todas partes. Nosotros hablamos en defensa de ellos, especialmente los jóvenes, que son utilizados como objetos traficados a través de las fronteras para ser explotados en el comercio sexual.

Continuaremos abogando por una reforma justa y equitativa de un sistema de inmigración que no funciona, que continua separando familias por períodos  inaceptables de tiempo y que no proporciona ningún camino a la ciudadanía para millones de personas que trabajan en trabajos que de otra manera no se hubieran llenado.

Defenderemos los derechos de los refugiados y los solicitantes de asilo que huyen de la persecución y de la violencia. Y porque cada hijo de Dios debe de sentirse como en su casa en la casa de su Padre, como una comunidad Católica continuaremos asegurándonos que en nuestro patronal hacia los recién llegados hablaremos con ellos la lengua de sus madres.

Si, los católicos deben de ser una luz para las naciones, debemos de modelar como luce un mundo reconciliado. Tenemos que demostrar que la diversidad enriquece a la Iglesia y no la divide — pues nuestra comunión en Cristo es más grande que cualquier otra cosa que pudiera dividirnos. Pues solamente el pecado divide.

Que nuestra Iglesia, en su maravillosa diversidad de culturas y lenguas, en un mundo lleno de promesas incumplidas y esperanzas frágiles, pueda siempre ser un faro de esperanza, y una luz para el mundo. Al modelar como un mundo reconciliado puede lucir, podemos — con la ayuda y la gracia de Dios— mostrar a todos a los que la globalización ha hecho vecinos como vivir como hermanos y hermanas.

La novela del siglo 19 de Victor Hugo, Los Miserables, cuenta cómo la soberbia y la falta de la misericordia representados en el legalismo amargamente celoso del Inspector Javert finalmente lo destruye. Hoy en día, los Javerts modernos, en la radio o en los programas de televisión, y en algunos ayuntamientos, incitan con llamas de resentimientos en contra de los supuestos infractores de la ley – asemejándolos a los terroristas decididos a hacernos daño. Sin embargo, estas personas sólo piden la oportunidad de convertirse legales en este país, de salir de las sombras en las que viven con el temor de un toque a su puerta en medio de la noche o una redada de inmigración en su lugar de trabajo.

Al igual que Jean Valjean, los inmigrantes hoy en día solo buscan la oportunidad de redimirse a través de un trabajo honesto.

Una nación que honra a los infractores de la ley, como fueron los patriotas del “Boston Tea Party”, una nación que puede permitir el desafío digno de Rosa Parks en su acto de violar la ley que le toque su conciencia, es una nación que también puede dar lugar a los Jean Valjeans modernos. Podemos ser una nación de leyes, sin llegar a ser una nación de Javerts. Como Jesús recordó a los fanáticos amargados de su época, las leyes están diseñadas para el beneficio – no el daño – de la humanidad. Hace falta que escuchemos más a Mateo, Marcos, Lucas y Juan; y que no hagamos caso a Sean, Rush, Bill o Donald.

 

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