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Homilies | Sunday, August 21, 2016

Jesús es una puerta angosta pero siempre abierta

Homilía del Arzobispo Wenski en Misa con la comunidad hispana de la parroquia de San Enrique

Homilía del Arzobispo Thomas Wenski en Misa con la comunidad hispana de la parroquia de San Enrique. Domingo 21 de agosto de 2016.  

¡Qué bueno estar con ustedes este domingo celebrando la Eucaristía! Me complace saber que la asistencia a esta Misa en lengua castellana sigue creciendo en esta parroquia de San Enrique. Les felicito – también quiero agradecer la apertura del padre Francis, su párroco y, por supuesto, la entrega del padre Muñiz y del padre Freites al ofrecerse a celebrar esta Misa dominical para la comunidad hispana de esta zona. 

La primera lectura – tomada del libro de Isaías - nos habla de que Dios ha llamado a hombres de todas las naciones, de todas las razas, de todas las lenguas. No hay excepción. De lejos y de cerca, de todas partes. Y esta realidad se vive aquí en St. Henry – el párroco es de África, el Padre Muñiz de Nicaragua, el Padre Freites de Venezuela – y yo soy un polaco americano que haba también Haitiano. La salvación es una llamada universal, no sólo para los judíos – y mucho menos solo para los anglosajones. Somos católicos – y la palabra “católico” viene del griego y quiere decir “universal”.  Así, Dios quiere que todos nos salvamos. Y en este año de la misericordia, la Iglesia ha hecho hincapié e insiste que Dios nos ama incondicionalmente. Sin embargo, alguien le hace a Jesús una pregunta durante una de sus enseñanzas, mientras iba camino a Jerusalén. “Señor: ¿es verdad que son pocos los que se salvan?” Y Jesús “pareciera” que no responde directamente sobre el número de los salvados. Pero con su respuesta nos da a entender varias cosas.

Primero: que hay que esforzarse por llegar al Cielo. Nos dice así: “Esfuércense por entrar por la puerta, que es angosta”. Lo segundo que vemos es que la puerta del Cielo es “angosta”.

¡Con razón nos dice el Señor que necesitamos esforzarnos! ¿Y en qué consiste ese esfuerzo? En buscar y en hacer la Voluntad de Dios. Se dice fácil, pero no es tan fácil. ¿Por qué? Porque nos gusta más hacer nuestra propia voluntad que la de Dios.

Hacer la Voluntad de Dios es, ante todo, cumplir sus Mandamientos. Pero significa también perdonar a los enemigos y a los que nos hacen daño, hacer el bien a los que nos ofenden, orar por los que nos persiguen, devolver bien por mal, no estar resentidos ni vengarnos, tratar a todos como queremos que nos traten a nosotros, etc. etc. etc.

Si actuamos así, estamos realizando ese esfuerzo que nos pide el Señor para poder entrar por la “puerta angosta” del Cielo. Pero si no buscamos la Voluntad de Dios, si no cumplimos con sus Mandamientos, si lo que hacemos es tratar de hacer lo que nos venga en gana sin tener en cuenta a Dios, podemos estar yéndonos por el camino fácil y ancho que no lleva al Cielo, sino al otro sitio.  En el caso del Evangelio de hoy, lo describe simplemente como “ser echado fuera”.

En la Fiesta de la Asunción de la Santísima Virgen María al Cielo la semana pasada, recordábamos el misterio de nuestra futura inmortalidad y de lo que nos espera en la otra Vida. Este Evangelio de hoy nos lleva a lo mismo: nos lleva a reflexionar sobre nuestro destino final para la eternidad.

Los seres humanos nacemos, crecemos y morimos. De hecho, nacemos a esta vida terrena para morir; es decir, para pasar de esta vida a la Vida Eterna. Así que la muerte no es el fin de la vida, sino el paso a la Vida Eterna, el comienzo de la Verdadera Vida… si transitamos “el camino estrecho” de que nos habla el Señor en el Evangelio.

Sepamos que el Cielo es la meta para la cual fuimos creados, pues Dios desea comunicarnos su completa y perfecta felicidad llevándonos al Cielo.

Pero, para que entendamos bien esta invitación del Señor, “Esfuércense por entrar por la puerta, que es angosta” hay que recordar las palabras de Cristo en el evangelio según San Juan: “Yo soy la puerta: el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos. El ladrón no viene sino para hurtar, y matar, y destruir: yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia."

O sea, entrar por la puerta angosta es seguir a Jesús, es aprender vivir como el, es cargarse con su cruz y confiar en el Padre que lo resucitó de entre los muertos.

Cuando seguimos al Señor, no podemos hacer lo que nos da la gana – tenemos que responder fielmente al amor del Padre. Afirmar que Dios es misericordioso no quiere decir que no existen el pecado o sus consecuencias – pues el mismo Cristo habla de los que serán “echados fuera”. Afirmar que Dios es misericordioso es afirmar que su gracia siempre es más poderosa que nuestras desgracias mientras hagamos como el hijo pródigo y pasemos por las puertas de la casa de nuestro Padre celestial buscando ser reconciliados.

Si, Dios quiere que todos se salven. Y la salvación es una gracia que el Señor nos hace gratis, no por nuestros propios méritos sino por los de su Hijo, Jesucristo. Pero, no nos salvará sin nosotros, sin nuestra cooperación, no nos salvará en contra de nosotros. De ahí, la necesidad de esforzarnos y transitar ese camino estrecho.

Pero, a fin de cuentas, Jesús puede ser una puerta angosta, bien estrecha, pero también es una puerta siempre abierta. No tengamos miedo en cruzar sus umbrales.

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