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Columns | Saturday, March 29, 2014

Examine su conciencia �a la luz del Evangelio�

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Como católicos, procuramos hacer la voluntad de Dios y estamos llamados a examinar frecuentemente nuestras conciencias. De hecho, un examen de conciencia diario, en el cual revisemos nuestro día a la luz del Evangelio, es tan importante para nuestro bienestar espiritual como un examen físico de rutina es importante para nuestra salud corporal. Pero vale la pena enfatizar que estamos llamados a examinar nuestra conciencia “a la luz del Evangelio”.

En las últimas décadas hemos experimentado —tanto en la sociedad como en la Iglesia— una crisis del significado de conciencia. En la Iglesia, “seguir tu conciencia” llegó a ser el código para favorecer las preferencias personales en contra de las enseñanzas de la Iglesia, especialmente en lo que se refiere a la sexualidad, la bioética, las segundas nupcias y la comunión.

Desde 1968, cuando el Papa Paulo VI publicó Humanae Vitae, el desacuerdo general ha sido justificado frecuentemente por las apelaciones a la supuesta supremacía de la conciencia sobre la obediencia a la autoridad de la Iglesia.

La frase “Sigue a tu conciencia” fue utilizada como una “vía de escape” para eludir la responsabilidad de seguir una enseñanza particularmente severa o profunda, y así reclamar la “inmunidad” ante el argumento razonado o la ley moral.

“Sigue a tu conciencia” ha sido, tal vez, el consejo más perjudicial que se haya dado en la era que siguió al Vaticano II. Ha llevado a tomar muchas decisiones personales desastrosas, y ha traído ruina a la vida pastoral de la Iglesia.

Aunque la “libertad de conciencia” ha sido justamente enfatizada (pues es una ofensa contra la dignidad de la persona humana el obligarla a actuar contra su conciencia), la conciencia no es “libre” de ser indiferente a las verdades morales o a las normas objetivas, tal como un cuerpo físico no es “libre” de ignorar las leyes de la gravedad. Si la conciencia va a ser algo más que una “guía ciega”, debe significar algo más que las inclinaciones subjetivas o las preferencias personales de uno. Si la conciencia va a guiar a la mente humana en la elección del bien o de lo que es de Dios, debe estar bien formada para mediar con precisión y aplicar la “ley natural” escrita en el corazón humano.

Todo ser humano está obligado a buscar, aceptar y vivir fielmente la verdad. En otras palabras, tenemos el deber de formar e informar correctamente a nuestra conciencia: asumir la responsabilidad de nuestras acciones y tratar de distinguir siempre la opción correcta, forma parte del desafío que significa la madurez humana.

Para cumplir con ese desafío, los católicos no pueden prescindir libremente del Magisterio de la Iglesia, de su autoridad en la enseñanza de la fe y la moral. Como católicos, procuramos formar e informar nuestra conciencia mediante la obediencia de la fe, sometiendo nuestra experiencia, conocimientos y deseos al juicio del Evangelio.

Como el Concilio Vaticano II nos enseña, la conciencia debe formarse y educarse adecuadamente para garantizar que esté “debidamente conforme con la ley divina, y sometida al Magisterio de la Iglesia, que interpreta auténticamente esa ley a la luz del Evangelio”. El Evangelio no sobrecarga a la conciencia, sino que la “ilumina” y así permite que ella crezca hacia una madurez más plena —y hacia la libertad. La fe y las doctrinas de la Iglesia son normativas para cualquier persona que desee pertenecer a ella. Una vez que pertenecemos a ella, ciertas prácticas y creencias “vienen con el paquete”, por decirlo así. Es por esto que podemos decir que no se puede estar a favor del aborto y ser católico —o a favor de la eutanasia, o a favor de la clonación o a favor de los matrimonios homosexuales.

El Papa Juan Pablo II, en Veritatis Splendor, reafirmó la enseñanza del Concilio Vaticano II según la cual Cristo y la Iglesia pueden enseñar, tienen que enseñar y, definitivamente, enseñan en cuestiones morales. Una conciencia cristiana bien formada estará conformada por tales enseñanzas autorizadas. Y por lo tanto, estamos llamados a “examinar nuestras conciencias” a la luz del Evangelio, siempre listos para reformarnos a nosotros mismos de acuerdo a la mente de Cristo, tal como la Iglesia la trasmite auténticamente.

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