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Homilies | Tuesday, October 29, 2013

Llevemos acabo el 'plan de Dios' para que el mundo pueda creer

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La imagen del arzobispo se proyecta en una pantalla gigante durante la misa de clausura del Sínodo, que fue televisada en vivo por EWTN y por el sitio Web de la Arquidiócesis de Miami y de Radio Paz 830 AM.

Fotógrafo: ANA RODRIGUEZ-SOTO | FC

La imagen del arzobispo se proyecta en una pantalla gigante durante la misa de clausura del Sínodo, que fue televisada en vivo por EWTN y por el sitio Web de la Arquidiócesis de Miami y de Radio Paz 830 AM.

“Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las naciones”

Este versículo evangélico ha sido llamado la “Gran Comisión” —y con estas palabras, Jesús nos ha dado lo que debe ser nuestro plan estratégico. Estamos llamados a ser “discípulos fieles y misioneros de la esperanza”. La Iglesia no existe por ninguna otra razón que para evangelizar. Por lo tanto, es posible que ustedes se pregunten: si “hacer discípulos a todas las naciones” es nuestro plan estratégico, entonces ¿para qué necesitamos un Sínodo?

El Arzobispo Thomas Wenski escucha el Evangelio durante la misa de clausura del Sínodo.

Fotógrafo: ANA RODRIGUEZ-SOTO | FC

El Arzobispo Thomas Wenski escucha el Evangelio durante la misa de clausura del Sínodo.

El propósito de este sínodo, aquí en Miami, fue simplemente el de examinar lo que debemos hacer como comunidad de fe para poner en acción, como dijo el Beato Juan Pablo II en la encíclica Novo Millennio Ineunte, el “plan recogido por el Evangelio y la Tradición viva, de que Cristo sea conocido, amado e imitado, para que en Él podemos vivir la vida de la Trinidad y transformar con Él la historia hasta su plena realización en la Jerusalén celestial”.

El fruto que esperamos de este Sínodo —mediante la implementación de sus muchas recomendaciones— es ayudarnos a todos nosotros, sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas y fieles de Cristo, a convertirnos en discípulos más fieles y, de este modo, en misioneros de la esperanza: una esperanza que, por estar centrada en Cristo, no decepcionará a nadie.

La crisis de nuestro tiempo puede ser descrita como una crisis de la esperanza. Muchas personas —en nuestras comunidades, en nuestro país, en nuestro mundo—están llenas de enojo; muchas personas tienen miedo, muchas otras están desesperadas. Los problemas sociales de nuestra época revelan esta desesperación: ¿acaso no podemos decir que el consumo de drogas, la promiscuidad, el divorcio y la ruptura de la familia, el aborto, son síntomas de esa pérdida de la esperanza? Una persona que se envenena a sí misma mediante el consumo de drogas, es una persona que no tiene ninguna esperanza para sí. Una madre que va a matar el fruto de su vientre, ha perdido la esperanza en el futuro —pues los niños son la esperanza del futuro. La exclusión de Dios promovida por las ideologías del siglo pasado (lo mismo desde el colectivismo comunista que desde el consumismo individualista), ofrecen a la humanidad sólo falsas esperanzas. Esta crisis ha provocado el cierre del corazón y de la mente humana al Infinito; ha dado lugar a una pérdida del sentido de la trascendencia —es decir, del hecho de que estamos llamados a algo más que esta vida, de que fuimos hechos para algo más que a morir un día. Incluso el abuso y la manipulación de la religión, como lo vemos entre los terroristas, revela la desesperación de un mundo que ha olvidado su relación correcta con su Creador.

Para que no nos dejemos intimidar por los desafíos que enfrentamos, Cristo nos asegura que Él permanece con nosotros hasta el fin de los tiempos. Por lo tanto, al igual que Pedro en el Mar de Galilea, “remamos mar adentro” con confianza, porque es el Señor quien nos dice que lo hagamos. Como el Papa Francisco escribe en la encíclica Lumen Fidei: “Con fe en Él, en su palabra, se encuentra el camino no sólo a la felicidad eterna, sino también para construir ya un futuro digno del hombre en esta tierra”. (Lumen Fidei)

Entonces, pues, ¿cómo lo hacemos? ¿Cómo cumplir con esta “Gran Comisión” que hemos recibido en virtud del bautismo? Parafraseando a San Pablo: Para que las personas invoquen a Dios, deben creer en Él. Para que crean en Él, necesitan saber de Él. Para que las personas sepan de Él, alguien tiene que hablarles de Él. Para que alguien pueda hablarles de Él, tiene que haber sido enviado a hacerlo.

El tema de nuestro Sínodo y de nuestro plan pastoral es “Discípulos en la fe, misioneros de la esperanza”. Con la ayuda de Dios y la continua colaboración activa de nuestros sacerdotes, diáconos, y de todos los fieles de Cristo, la puesta en práctica de las prioridades y objetivos del Sínodo promete ser el inicio de una apasionante tarea de revitalización pastoral, para que, por medio de nuestros esfuerzos y con la gracia de Dios, el mundo pueda creer.

El Arzobispo Thomas Wenski consagra la Eucaristía con el Cardenal Oscar Rodríguez Maradiaga de Honduras a su lado.

Fotógrafo: ANA RODRIGUEZ-SOTO | FC

El Arzobispo Thomas Wenski consagra la Eucaristía con el Cardenal Oscar Rodríguez Maradiaga de Honduras a su lado.

No podemos ser misioneros sin crecer en nuestro discipulado, y no podemos seguir creciendo en nuestro discipulado sin aceptar el llamado a ser misioneros. Estamos llamados no a anunciar una idea o una ideología, sino a ser testigos de una persona, Jesucristo, que sufrió, murió, fue sepultado y ha resucitado de entre los muertos.

Si vamos a llevar a otros a la fe, también debemos crecer en esa fe nosotros mismos. Sólo seremos testigos si a la vez somos discípulos comprometidos y misioneros consecuentes. Entonces, la evangelización, la predicación del Evangelio, significa simplemente compartir lo que hemos vivido en la plena intimidad de nuestra comunión con Cristo.

Lo que nos corresponde a cada uno de nosotros, entonces, es la necesidad de crecer en nuestra vida personal, en la relación viva con Cristo, y garantizar que nuestras parroquias, escuelas y otros ministerios sirvan como “escuelas” de oración y comunión que fomenten el crecimiento; la necesidad de llevar a nuestro hermanos y hermanas a una nueva experiencia de la santidad y de la vida abundante en Cristo ; la necesidad de compartir el amor de Dios, aportando desinteresadamente nuestro tiempo, talento y tesoro, para ofrecer un futuro de esperanza a todos, especialmente a los más necesitados.

Nuestros planes para los próximos años le proporcionarán a cada uno de nosotros la oportunidad de hacer eso y mucho más. Vamos a desarrollar y a compartir programas de formación en la fe para los discípulos de todas las edades, para que podamos ser testigos más creíbles y seguros de nuestra fe. Vamos a fortalecer nuestra trasmisión del mensaje del Evangelio por medio de una mejor coordinación de las actividades de servicios y de divulgación. Y como adultos católicos que somos, sabemos que el servicio misionero más importante es con los adultos del mañana, los católicos de hoy más necesitados de nuestro testimonio auténtico: la juventud.

En medio de todas las actividades y programas que iniciamos, nunca debemos perder de vista el hecho de que, en última instancia, estamos tratando de compartir el amor de Dios, lo cual requiere del amor de todos ustedes. Sí, esto requiere del tiempo de ustedes, requiere del talento de ustedes, y, por supuesto, puede requerir del tesoro de ustedes, sobre todo cuando su Arzobispo lo pide. Pero siempre requiere del amor de todos ustedes.

Como el Papa Francisco ha señalado, la puerta al alma de una persona es su corazón. Por lo tanto, la única expresión de la Iglesia capaz de convencer a un mundo escéptico que duda, es nuestro amor, un amor que convence al mundo sólo en la medida en que refleja y encarna el auto-sacrificio, el amor incondicional de Jesucristo.

Como dijo Teresa de Ávila: “Cristo no tiene otro cuerpo que el vuestro”. Hoy en día, es a través de nuestros ojos como Cristo mira con compasión a este mundo; es con nuestros pies como camina para hacer el bien; es con nuestras manos como bendice al mundo entero.

A medida que avanzamos para poner en práctica este plan pastoral (plan con el que asumimos en este momento y en este lugar el desafío de la Gran Comisión, de “ir y hacer discípulos a todas las naciones”), debemos recordar que, en definitiva, éste no es mi plan: yo sería un tonto si pensara esto, o si pensara que puedo llevarlo a cabo por mí mismo. Éste es nuestro plan, y es el resultado de muchas consultas y de mucha colaboración, y sólo se realizará si seguimos caminando juntos, y trabajando juntos. Pero —lo que es más importante aún—, hay que recordar que, así como nosotros somos la Iglesia pero la Iglesia no es nuestra sino también del Señor, este plan es más que nuestro: es su plan, y como Él nos asegura en la lectura del Evangelio de hoy, Cristo está siempre con nosotros “hasta el fin de los tiempos”.

Y así, mientras avanzamos, tenemos en la mente las palabras que el Papa Emérito, Benedicto XVI, escribió en Deus Caritas Est: “Con toda humildad vamos a hacer lo que podamos, y, con humildad, confiaremos el resto al Señor. Dios es quien gobierna el mundo, no nosotros. Nosotros le ofrecemos nuestro servicio sólo en la medida en que podemos, y durante el tiempo que Él nos dé fuerzas. Hacer todo lo posible con las capacidades que tenemos, sin embargo, es la tarea que mantiene al siervo bueno de Jesucristo siempre en su trabajo: ‘El amor de Cristo nos apremia’”. ( 2 Cor. 5, 14). # 35 Deus Caritas Est.
Vista del altar durante la misa de clausura del Sínodo.

Fotógrafo: ANA RODRIGUEZ-SOTO | FC

Vista del altar durante la misa de clausura del Sínodo.

Comments from readers

Brian Wade - 10/29/2013 03:19 PM
Thanks Archbishop Wenski for a magnificent Synod Closing Assembly Mass which communicated your concern for the local flock, interest of the Vatican in what you are doing and our connections to the global Church. Every best effort and gift was called upon and the "fullness of the priesthood" was apparent in so many ways. Thanks also to your priests and the gathered bishops.

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