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Feature News | Monday, October 28, 2013

La importancia de la Nueva Evangelizaci�n

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LA IMPORTANCIA DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN

1.    Introducción: 

No podemos hablar hoy de la Iglesia ni de la Iglesia de hoy sin remitirnos a ese momento central de la historia contemporánea que ha significado para ella el Vaticano II como un evento de gracia y como un referente paradigmático.

El Cardenal Maradiaga habla con la prensa después de pronunciar su discurso en la clausura del sínodo arquidiocesano.

Fotógrafo: JUAN A. DI PRADO | FC

El Cardenal Maradiaga habla con la prensa después de pronunciar su discurso en la clausura del sínodo arquidiocesano.

La Iglesia se levanta. Hay un notable incremento de la fe en África, donde ha habido un tremendo crecimiento de la Iglesia en el siglo XX. Se puede ver también la vitalidad de algunas partes de la Iglesia en Asia, en la India, Vietnam, Filipinas. Pero a la vez, en sentido contrario, se ven en Europa instituciones grandes, pero con muy poca energía. Y una cultura muy hostil, alimentada por el secularismo y el laicismo. Al tiempo que se nota un continente que “está suicidándose demográficamente de modo alarmante”. También aquí en los Estados Unidos de América, no todo es gris, no todo es escándalo ni pecado. No. También aquí el Evangelio de Cristo es vivo y eficaz. Por ejemplo, George Weigel en “El coraje de ser católico: crisis, reforma y futuro de la Iglesia” (Editorial Planeta, 2003), asegura que en la Pascua del 2002, fueron  200.000 personas se incorporaron a la Iglesia Católica en los Estados Unidos, número alegre y optimista para nosotros,  y “eso es un signo de vida”.

2. El Vaticano II

El concilio Vaticano II ha sido el acontecimiento más importante de la Iglesia en el siglo XX. Supuso, en principio, un final de las hostilidades de la Iglesia con la modernidad, condenada en el concilio Vaticano I. en cambio: El mundo –son conclusiones claras del Vaticano II- no es el lugar del mal y del pecado, ni la Iglesia solamente el lugar del bien y de la virtud. La modernidad era, las más de las veces, una respuesta reaccionaria contra arbitrariedades y abusos que no respetaban la dignidad y derechos de la persona.

El concilio Vaticano II reconocía oficialmente que las cosas habían cambiado y dejó plasmada la necesidad de ese cambio en unos Documentos, que subrayaban verdades como éstas:

1º) La Iglesia no es la jerarquía sino el pueblo de Dios. “Pueblo de Dios” es para el Concilio esa realidad englobante de la Iglesia, que remite a lo básico y común de nuestra condición eclesial, es decir, a nuestra condición de creyentes. Y, en esa condición, estamos todos. La jerarquía no tiene razón de ser en sí y para sí, sino en referencia y subordinación a la comunidad. La función de la jerarquía es redefinida con relación a Jesús, siervo sufriente y no "Pantocrator" (señor y emperador de este mundo); solo desde un crucificado por los poderes de este mundo se puede fundar y explicar la autoridad de la Iglesia. La jerarquía es un ministerio (diakonía=servicio) que exige reducirse a la condición de siervo. Ocupar ese lugar (el de la debilidad y la pobreza) es lo suyo, lo verdaderamente propio.

2º). No hay dentro de ese pueblo una doble categoría de cristianos: laicos y clérigos, esencialmente diferentes. Desaparece la Iglesia como “sociedad de desiguales”: “No hay por consiguiente en Cristo y la Iglesia ninguna desigualdad” (LG, 12).

Nigún ministerio puede ser colocado por encima de esta dignidad común. Los clérigos no son los “hombres de Dios” y los laicos “los hombres del mundo”. Esa dicotomía es falsa. Hablamos correctamente si, en lugar de clérigos y laicos, hablamos de comunidad y ministerios. Todos los bautizados son consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo (LG, 10). No sólo, por tanto, los curas somos “sacerdotes” sino que, junto al ministerio ordenado, está el sacerdocio común de los fieles. Este cambio en el concepto de sacerdocio es fundamental: “En Cristo se ha producido un cambio de sacerdocio” (Hb 7,12). En efecto, el primer rasgo del sacerdocio de Jesús es que “se hace en todo semejante a sus hermanos".

El sacerdocio original de Jesús es el que hay que proseguir en la historia. Y es la base para entender el sacerdocio presbiteral y, por supuesto, el sacerdocio común. Según esto, la Iglesia entera, pueblo de Dios, prosigue el sacerdocio de Jesús, sin perder la laicidad, en el ámbito de lo profano y de lo inmundo, de los “echados fuera”; sacerdocio no centrado exclusivamente en el templo con un culto sino en el mundo entero con una praxis samaritana de justicia y amor. Este sacerdocio pertenece al plano sustantivo, el otro -el presbiteral- es un ministerio y no puede entenderse desentendiéndose del sacerdocio común.

Desde que se proclamó todo esto, han pasado 50 años. Pero aún hoy, el desafío mayor es el de someter a revisión  la misión de la Iglesia para ajustarla a la misión de Jesús. Por eso en Latinoamérica hablamos de "Misión Continental" a la par de una "conversión pastoral"; los documentos de la Conferencia de los Obispos en Aparecida en Mayo del 2007, insisten en que para acertar y volverse auténtica, la Iglesia  no tiene sino que volver a Jesús.

Hoy, la Iglesia se encuentra ante un cambio exigente, es el más profundo de su historia desde la época primitiva. De una Iglesia de Europa  culturalmente más o menos unitaria y, por lo tanto, monocéntrica, la Iglesia está en camino hacia una Iglesia universal, con múltiples raíces culturales y, en este sentido, culturalmente policéntrica. El Concilio Vaticano II puede entenderse como expresión institucionalmente manifiesta de este paso (Cfr. Concilium, Unidad y pluralidad: problemas y perspectivas de la inculturación, nº 224, julio 1989.p. 91). Por eso es simbólico que los últimos tres Papas no sean italianos; la tentación de europeizar e italianizar la Iglesia ha existido ligada a pretensiones de poder. Menos mal que eso ya no es así.

3. Los retos que esta situación nos plantea a los cristianos

El nuevo pensamiento del Concilio Vaticano II  se había ido fraguando lentamente en la conciencia cristiana y había llegado la hora de formularlo con claridad ante la Iglesia universal. La realidad socio eclesial planteaba problemas e interrogantes, algunos desafíos serios a los que el Concilio quiso responder. Señalo los siguientes:

3. 1.- Volver a Cristo, norma fundante y fundamental de la Iglesia

No hay reforma posible en la Iglesia sino es volviendo a Jesús. La Iglesia sólo tiene futuro y puede considerarse grande cuando ensaya humildemente el seguimiento de Jesús. Para discernir lo que es abuso o infidelidad en la Iglesia no tenemos más medida que el Evangelio. Muchas de las tradiciones establecidas en la Iglesia pueden llevarla a un verdadero auto-cautiverio. La verdad nos hace libres, la humildad nos da alas y nos abre nuevos horizontes.

Si la Iglesia pretende seguir a Jesús, no tiene sino que seguir contando al mundo lo que ocurrió con Jesús, proclamar su enseñanza y su vida. Jesús no fue un soberano de este mundo, no fue rico, sino que vivió como un aldeano pobre, proclamó su programa –el Reino de Dios- y los grandes de este mundo (imperio romano y sinagoga) lo persiguieron y eliminaron. Su condena a morir en la cruz, fuera de la ciudad, condenado como un criminal, es la muestra más clara de que no se quiso congraciar con los señores de este mundo. Destrozado por el poder, es el Siervo Sufriente, imagen de otros innumerables siervos, derrotados por los que gobiernan y se hacen llamar "señores", pero él, pobre, silenciado y humillado fue reconocido por su Padre como el Hijo amado y resucitado por Dios mismo al tercer día.

3.2.  Con la Nueva Evangelización re-partimos (volvemos a partir) del principio: volvemos a ser  una Iglesia anunciadora, servidora y samaritana.

“La Iglesia recibe la misión de anunciar el reino de Cristo y de Dios e instaurarlo en todos los pueblos” (LG, 5). La Iglesia, si algún encargo tiene, es el de manifestar lo hecho por Jesús. Nunca la Iglesia es meta de sí misma. La salvación viene de Jesús, no de la Iglesia. La Iglesia es mediación, no es fin en sí misma ni de sí misma. Nunca tuvo ella otro Señor. Por eso el Papa Francisco nos dice que hemos de buscar a los alejados, hay que ir a las periferias del mundo, a las nuevas fronteras misioneras del mundo contemporáneo.

La vocación de la Iglesia, a semejanza de Jesús, es anunciar el Reino de Dios. Cristo mismo no se anunció ni se predicó a sí mismo sino al Reino. La Iglesia, discípula y servidora, debe hacer lo mismo. Su vocación es servir, no dominar: “Sirvienta de la humanidad”, la llamaba el Papa Pablo VI. Este servicio lo hace viviendo en el mundo, sintiéndose parte del mundo y en solidaridad con él, pues “el mundo es el único tema por el que Dios se interesa”.

Y la Iglesia ahí, con humilde acompañamiento, ayuda a hacer inteligible y digna la vida, y hace de ella una comunidad de iguales, sin castas ni clases, sin ricos ni mendigos, sin imposiciones ni anatemas. Su objetivo primero es cuidar de lo penúltimo (hambre, vivienda, ropa, calzado, salud, educación…) para cuidarse de lo último, aquellos problemas que no nos dejan dormir después de haber trabajado (finitud, soledad ante la muerte, sentido de la vida, el dolor y el mal…). La respuesta que da la Iglesia a lo "penúltimo" le da derecho de hablar de "lo último". Por eso la Iglesia se muestra samaritana en la tierra para poder así un día participar de los bienes eternos.

A esta tarea de misión y testimonio la Iglesia debe llegar siempre equipada por la fe y espíritu de servicio a la humanidad. Demasiadas veces da la impresión de que le sobran certezas y le faltan dudas, libertad, disenso y diálogo. Nunca más, pues, excomuniones del mundo o soluciones a sus problemas con vuelta al autoritarismo, a la rigidez y  al moralismo, sino teniendo siempre como fuente única de inspiración el mensaje de Jesús.

3.3 Volver a una Iglesia "comunión".

Es decir,  que haga real la igualdad de entre los miembros de la Iglesia, porque “En el Pueblo de Dios es común la dignidad de los miembros, común la gracia de la filiación; común la llamada a la perfección: una sola salvación, única la esperanza e indivisa la caridad. No hay, por consiguiente, en Cristo y en la Iglesia ninguna desigualdad por razón de la raza, de la nacionalidad, de la condición social o del sexo, porque no hay judío ni griego; no hay siervo o libre; no hay varón ni mujer. Pues todos vosotros sois “uno” en Cristo Jesús (Gal 3,28 gr.; Col 3, 11)” (LG, 32). “Existe una auténtica igualdad entre todos en cuanto a la dignidad y a la acción común a todos los fieles en orden a la edificación del Cuerpo de Cristo” (LG, 32).

La comunión de la Iglesia es un asunto vital para que pueda adquirir credibilidad en la sociedad actual. Pero esta nota suya no es mera democratización; es trabajar por  lograr una auténtica convivencia de hermanos e iguales. Y este objetivo no se logra ciertamente por la comprensión jerárquica, entendiendo  el Orden Ministerial  como un sacerdocio presbiteral superior, privilegiado y excluyente, tal como aparecía configurado, con la concentración absoluta del poder en el vértice y delegado en los demás grados de la jerarquía.

Para emprender este camino hay que partir de la vida de Jesús, el cual, siendo laico, “produjo un cambio de sacerdocio” (Hb 7,12). La vida entera de Jesús fue una vida sacerdotal, en el sentido de que se hizo hombre, fue un pobre, luchó por la justicia, fustigó los vicios del poder, se identificó con los más oprimidos, los defendió, trató sin discriminación a las mujeres, entró en conflicto con los que tenían otra imagen de Dios y de la religión y tuvo que aceptar por fidelidad ser perseguido y morir crucificado fuera de la ciudad. Este original sacerdocio de Jesús es el que hay que proseguir en la historia. Su entrega en la Cruz le da a Cristo la facultad de poder "atraer a todos hacia Él" (Jn 8, 27), pues evidente que todas las gentes "miraron al que traspasaron" (Zac 12, 10-11a).  La Iglesia si quiere ser fiel debe seguir también purificándose por el martirio y la santidad de sus fieles.

Consecuentemente, es esto lo que enseña el Vaticano II: “Todos los bautizados son consagrados como sacerdocio santo” (LG, 10). Como enseña el apóstol Pablo hay en la Iglesia diversidad de funciones, pero ninguna de ellas se traduce en rango, superioridad o dominio. Todos son hermanos y hermanas y, en consecuencia, iguales.

El Vaticano II no pone el fundamento de la Iglesia en el esquema de dos polos, “clérigos-laicos” que quita protagonismo, participación y responsabilidad a la asamblea cristiana. El presbítero es, antes que nada, “ministro de la Palabra”, que debe comunicar a todos la vida que emana de Cristo, por eso se dedica primordialmente al altar y a la celebración de los sacramentos. En eso nadie lo puede suplir. Pero el campo del laicado ofrece muchos espacios, alternativas y escenarios donde todavía no se hace sentir de una manera incisiva, decidida y valiente. Ciertamente la Iglesia es más que una democracia, la vivencia religiosa de la fe le permite abrirse al diálogo en el pluralismo y compartir en la acción las grandes causas comunes de la vida y de todo el ser del universo.

4. En un mundo globalizado:

“La globalización de los intercambios de servicios, de capitales, de patentes ha llevado durante los diez últimos años al establecimiento de una dictadura mundial del capital financiero. Las reducidas oligarquías transcontinentales, que detentan el capital financiero, dominan el planeta… Sobre miles de millones de seres humanos, los señores del capital financiero mundializado ejercen un derecho de vida y muerte. Mediante su estrategia de inversión, sus especulaciones bursátiles, las alianzas que organizan , deciden día a día quién tiene derecho a vivir en este planeta y quién está condenado a morir” (J. Ziegler, Derechos Humanos y democracia mundial, Latinoamérica 2007, p. 26).

No es difícil descubrir los efectos y consecuencias a que nos lleva la dictadura neoliberal instalada en las democracias: nos invaden con la industria de la diversión, hace que nos olvidemos de los derechos humanos, nos llega a convencer de que no hay nada que se pueda hacer, no hay alternativa posible. Para cambiar el sistema, habrá que destruir el poder de los nuevos señores feudales. ¿Quimera? ¿Utopía?
La Iglesia apuesta decididamente a vivir la globalización de la misericordia y de la solidaridad.
¿Cómo puede la Iglesia encaminarse a contrarrestar el efecto nocivo de la preponderancia del economicismo y sus postulados fundamentales?

5- Volver a una Iglesia de los pobres
Hubo un buen grupo de Obispos que llevaron esta opción al corazón del concilio, estimulados seguramente por aquellas palabras que el papa Juan XXIII pronunció el 11 de septiembre de 1962: “La Iglesia de Jesucristo es la Iglesia de todos, pero para los países subdesarrollados es la Iglesia de los pobres”.

El Concilio recogió esta profunda orientación doctrinal: “Cristo fue enviado por el Padre a evangelizar a los pobres, así también la Iglesia abraza con su amor a todos los afligidos por la debilidad humana; más aún reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su Fundador pobre y paciente, se esfuerza en remediar sus necesidades y procura servir en ellos a Cristo” (LG,8).

Fue el Episcopado Latinoamericano quien de una manera especial en sus Conferencias de Medellín y Puebla, impulsaría esta pauta fundamental conciliar: “Las tremendas injusticias existentes en América Latina no puede dejar indiferente al episcopado latinoamericano” (Iglesia y Liberación, Documentos Medellín, 14, I, 1); ”El particular mandato del Señor de evangelizar a los pobres debe llevarnos a dar preferencia efectiva a los sectores más pobres y necesitados y a los segregados por cualquier causa” (Idem, 14, III, 9). “La solidaridad con los pobres significa hacer nuestros sus problemas y sus luchas, hablar de ellos. Esto ha de concretarse en la denuncia de las injusticia y la opresión, en la lucha cristiana contra la intolerable situación que soporta con frecuencia el pobre, en la disposición al diálogo con los grupos responsables de esa situación para hacerles comprender sus obligaciones”. (Idem, 14, III, 10).

Ciertamente, esta opción conciliar hizo que muchísimos cristianos se replantearan la orientación de su vida, llevó a muchas congregaciones religiosas a revisar sus normas y modos de vida, hizo surgir en buena parte del episcopado un talante reformador, libre, profético e hizo florecer en muchísimos lugares el martirio como fruto del compromiso por la liberación.

5.1 Primacía de los últimos. La Iglesia debiera proclamar y testimoniar que como criterio de organización sociopolítica y de educación debiera adoptarse el criterio de que todos los hombres son hermanos y, si somos hermanos, hay que luchar para que las relaciones sean de igualdad y desaparezcan los obstáculos que más lo hacen imposible: el dinero y el poder. Hay que establecer como prioridad el que esas mayorías, que se encuentran en la miseria y exclusión (los últimos) sean los primeros. Si Jesús llama a los pobres bienaventurados es porque les asegura que su situación va a cambiar y para ello es preciso crear un movimiento que sea capaz de lograrlo, devolviéndoles la dignidad y la esperanza. Hay que dar la primacía a los últimos:

“El cristianismo originario se enfrenta al reinado del dinero y del poder como mecanismo de dominación e introduce una pasión en la historia: que los últimos dejen de serlo, que se adopten comportamientos y se organicen políticas y economías que les den la primacía para construir una sociedad sin últimos ni primeros o, al menos, con la menor desigualdad entre los seres humanos convocados a ser hermanos” (R. Díaz Salazar, La Izquierda y el cristianismo, Taurus, 1998, p354.).

ESCUCHE EL AUDIO
El Cardenal Oscar Andrés Rodríguez Maradiaga no leyó directamente este texto cuando habló en la Asamblea de Clausura del Sínodo. Pero el blog católico, Whispers in the Loggia, incluyó una grabación del discurso, que el cardenal pronunció en inglés. Pinche aquí para oirlo. 
Anteponer las necesidades de los últimos supone crear una voluntad colectiva que sea capaz de anteponer las necesidades de los últimos y que articule políticas y comportamientos sociales solidarios, con la consiguiente adopción de esfuerzos y renuncias comunes. Si la pasión por los últimos se convierte en idea y fuerza moral movilizadora, tendremos entonces la posibilidad de políticas internacionales de solidaridad, de democracia económica, de asunción de la pobreza evangélica, llegando a crear nuevos sujetos sociales, con una nueva escala de valores antropológicos y una nueva finalidad para la vida personal y colectiva, inspiradas en Cristo y en sus Bienaventuranzas.

5.2. Detectar las causas de la desigualdad. De acuerdo con esta pasión por los últimos, tener sensibilidad y criterio para saber detectar dónde se encuentran en nuestro mundo las causas y mecanismos que producen los primeros y mayores problemas de desigualdad e injusticia.

5.3. Cultura del Buen Samaritano. Hacer propia la cultura del Buen Samaritano ante el prójimo necesitado: sentir como propio el dolor de los oprimidos, aproximarse a ellos y liberarlos. Sin este compromiso, toda la religiosidad es falsa. Es lo que ya decía San Pablo: " si no tengo amor, nada soy" (1 Cor 13, 1-13).  A ellos las democracias -eurocéntricas- les arrebatan todo: vida, cultura, dignidad y libertad. Y ante esos pueblos crucificados no hay otra postura honesta que la de “bajarlos de la cruz” porque en ellos hay presencia de Dios.

No puede desarrollarse una cultura de la compasión, no se puede asumir el dolor ajeno como propio ni implicarse en la realidad del que sufre si no se actúa con amor, como el Buen Samaritano.

La injusticia hace que muchos seres humanos mueran de hambre, sean asesinados. La bondad de Dios, que es bueno con todas sus criaturas, tiene que aparecer en la concreta transformación de un mundo injusto en otro justo. La justicia se opone al desprecio, la violencia, la mentira, la esclavitud, la muerte. En la medida en que eliminemos eso la vida será justa y será humana.

En la práctica, la hiperventilación de la economía ha producido grandes cantidades de dinero, fruto de la erosión de la administración gubernamental y síntoma del fracaso del materialismo. Pero siempre queda como resultado una categoría particular de víctima "el pobre". Hay una advertencia de Jesús de Nazaret con la que debieran confrontarse todos los poderes: civiles y religiosos, democráticos, monárquicos, socialistas, de cualquier signo: “Sabéis que los jefes de las naciones gobiernan como señores absolutos y los grandes oprimen con su poder. No sea así entre vosotros. Que el primero sea el último y el señor sea servidor” (Mc 10,41: Mt 20,25).

6. Volver a una Iglesia profundamente humana que establezca una nueva relación con el mundo

La Iglesia no podía seguir erigiéndose ya como una realidad frente al mundo, como una “sociedad perfecta”, paralela, que proseguía su curso en autonomía, fortaleciendo sus muros contra los errores e influencia del mundo. Esa antítesis de siglos, debía superarse.

El concilio se proponía aplicar la renovación al interior de la Iglesia misma, pues la Iglesia no era el Evangelio ni era seguidora perfecta del mismo, en ella vivían mujeres y hombres, los mismos que en todas las demás partes y desde su condición limitada y pecadora se habían establecido en ella muchas costumbres, leyes y estructuras que no respondían a la enseñanza y práctica de Jesús.

Son muchos los textos en que el concilio habla “de tender un puente hacia el mundo”, “de querer entablar un diálogo con él”, “de sentirse solidario con su historia”, etc. El concilio se abría con inmensa simpatía al mundo, a la ciencia, al progreso, a los valores humanos, a la colaboración entre la ciencia y la fe, al respeto de la autonomía de lo creado y a los derechos de la razón, de la ciencia y de la libertad.

Me complace volver a recordar unas palabras históricas del Papa Pablo VI: “Vosotros, humanistas modernos, reconoced nuestro nuevo humanismo: también nosotros –y más que nadie- somos promotores del hombre” (Pablo VI, 7-XII-1965, nº 8).

“La Iglesia Católica en el siglo XXI es una Iglesia de misión, que está emergiendo”, dice George Weigel, intelectual norteamericano, autor del best seller “Testigo de esperanza”, una biografía pormenorizada de Juan Pablo II.  De esta verdad, que la Iglesia está en estado de misión, al impulso de la nueva evangelización podemos sacar tres líneas de acción:

6.1 Primera: Presencia de una Iglesia abierta y dialogante:

La Iglesia, portadora del Evangelio, sabía que no podía cerrar la puerta al diálogo, sin anular la verdad que podía brotar en cualquier parte, pues era Dios quien la había plantado generosamente. La Iglesia ya no era la monopolizadora de la verdad ni podía sentar cátedra en mil cuestiones humanas ni podía, por tanto sostener actitudes que denotasen arrogancia o superioridad. Debía, más bien, salir al arena común, llanamente y con humildad y compartir esa búsqueda común de la verdad.

El diálogo debía preceder a la misión como una simple actitud de escucha, para construir sobre lo común antes que insistir en lo diferenciador, contar con la aportación de los humanismos y religiones no cristianas que nos vuelven a la base constitutiva de todo credo e ideología. Lo cristiano tiene su sustrato, primero y más importante, en lo humano. No se puede ser cristiano sin ser primero persona. Y la persona ofrece una estructura y un abanico de características y posibilidades que no son patrimonio de nadie sino de la humanidad entera.

6.2 Segunda: la Nueva Evangelización

La identidad cristiana debía construirse a la par con lo verdaderamente humano, a modo de fermento y servicio, lo cual requiere estar presente allí donde se ventilan las grandes causas humanas, aunque sea sin figura pública, sin renombre, sin visibilidad apenas, pero sí con la fuerza del testimonio, de la acción comprometida, del amor incondicional. Presencia escondida como un  fermento.

Esta presencia la iba a compartir con cuantos de una manera u otra llevasen en su entraña el fuego del amor, de la justicia, de la caridad, de la construcción de los derechos humanos. Podíamos denominar a esta presencia santidad política, anticipatoria de la plenitud escatológica.
Seguramente esta presencia no iba a contar con el amparo y fuerza de la institución, por estar creada desde abajo, desde los reducidos a insignificantes y avanzaría en diáspora, en pequeños grupos o comunidades abriendo un nuevo modelo de vida cristiano, en el que el actuar es más diluido, más capilar, pero testimonial y profético. Las Parroquias vuelven a tener la primacía referencial de la vida cristiana, y los grupos, asociaciones y movimientos se supeditan a ella pero se conglomeran de manera activa y complementaria.

El movimiento misionero en la Iglesia es la emergencia de una corriente profunda, iniciada hace 125 años por el papa León XIII y que se revitaliza en el Concilio Vaticano II, en la autorizada interpretación de los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI. Y señala una visión de esperanza en su misión evangelizadora, en medio de los desafíos, conflictos y oportunidades del mundo actual. La misión no es nueva en la Iglesia sino que nace con ella y con ella crece y se desarrolla.

En el magisterio pontificio contemporáneo, tenemos dos importantes puntos de referencia: la encíclica Redemptoris Missio, de Juan Pablo II, de 1990, y la carta apostólica Novo Millennio Ineunte, del mismo pontífice, del año 2001. “En Redemptoris Missio, el Papa enseña que la Iglesia es una misión. No es que tenga una misión, como se tienen otros caracteres: es una misión. Todo en la Iglesia debería ser medida, sopesada, en orden a la misión de convertir al mundo”.

Y en Novo Millennio Ineunte, el Beato Juan Pablo II desafía a la Iglesia a fin del gran jubileo del año 2000, a dejar las aguas bajas de mantener la institución y pasar a las aguas profundas de la evangelización. Es lo que dice Jesús a sus discípulos en el capítulo 12 de San Lucas, agrega: “Duc in altum, navegar mar adentro”. Esto significa que  la Iglesia convertirá al mundo no por argumentos sino por ejemplos. Indudablemente la argumentación doctrinal es importante pero la gente se sentirá atraída por la humanidad de los cristianos, que viven de la fe, que viven de un modo humano, que transmiten la alegría de la vida, la coherencia en su conducta.

7. CONCLUSIÓN:

Sabemos que en los últimos años, sobre todo en tiempos del Papa Benedito XVI los comentarios de muchos medios han  sido, en general, de desprecio, de ironía, de crítica despiadada.  Hay evidencias de una "emboscada" mediática a la Iglesia Católica. Los Mass Media han tenido tanta influencia en sus insidias que muchos católicos se han ido distanciando de la práctica de la fe cristiana y afectivamente se han ido retirando de sus propias comunidades, parroquias y compromisos.

Pasado el pontificado de Benedicto XVI, un tiempo que fue virtuoso y heroico, llega la persona del Papa Francisco. No es un optimismo ingenuo si decimos que  estamos en el comienzo de un nuevo y dinámico período de la historia del catolicismo, en el cual la Iglesia será un movimiento misionero para la conversión de la cultura, propiciando y multiplicándose signos de crecimiento, de gran vigor y esperanza, como las jornadas mundiales de la juventud, el crecimiento de movimientos eclesiales,  las comunidades de base, los sacerdotes jóvenes que surgen a lo largo del mundo, los celebradores y delegados de la Palabra de Dios, la Lectio Divina, las nuevas formas de vida consagrada, en el compromiso de laicos muy activos en parroquias que entienden la fe como una antorcha que debe alumbrar a su alrededor, etc.

VINOS NUEVOS EN ODRES NUEVOS

El pasado 6 de septiembre, en la Misa diaria celebrada en Santa Marta, el Papa Francisco se ha detenido sobre dos actitudes que el cristiano debería tener en las bodas: sobre todo "la alegría, porque es una gran fiesta". Ha explicado que "el cristiano es fundamentalmente alegre. Y por esto al final del Evangelio, cuando llevan el vino, cuando habla del vino, me hace pensar en las bodas de Caná: y por esto Jesús ha hecho ese milagro; por eso la Virgen, cuando se ha dado cuenta que no había más vino, porque si no hay vino no hay fiesta... Imaginaba terminar las bodas, bebiendo el té o el jugo: no funciona.... es fiesta y la Virgen pide el milagro. Y así es la vida cristiana. La vida cristiana tiene esta actitud alegre, alegre de corazón". (Cfr. Zenit. 06.09.13)

Del mismo modo, ha señalado el Papa que hay momentos de cruz, momentos de dolor, "pero siempre hay esa paz profunda de la alegría, porque la vida cristiana se vive como fiesta, como las bodas de Jesús con la Iglesia".

La segunda actitud que el cristiano debe tener se encuentra en la parábola de las bodas del hijo del rey. Ha explicado el papa: "A nosotros nos viene la idea: 'pero, padre, ¿cómo es posible?' Se han encontrado en los cruces de las calles y se les pide que vayan con vestido de fiesta? Esto no funciona...¿Qué significa esto? ¡Es muy simple! Dios solamente nos pide una cosa para entrar en esta fiesta: la totalidad. El esposo es el más importante, ¡el esposo llena todo!"

Sobre la persona de Jesús, el Papa Francisco ha añadido que es también la cabeza del Cuerpo de la Iglesia; Él es principio. Y Dios le ha dado a Él la plenitud, la totalidad, porque en Él se reconcilian todas las cosas.

Y ha insistido el Papa, que si la primera actitud es la fiesta la segunda es reconocerle a Él como el Único. Así mismo ha recordado que no se pueden servir a dos patrones: o se sirve a Dios o se sirve al mundo.

Finalizando ha hablado sobre la tentación de echar el vino nuevo en odres viejos; "Los odres viejos no pueden llevar el vino nuevo. Y la novedad del Evangelio. Jesús es el esposo, el esposo que se casa con la Iglesia, el esposo que ama la Iglesia, que da su vida por la Iglesia". El vino nuevo de la Evangelización no puede ser contenido en odres viejos, por eso lo primero es la conversión pastoral, es decir, la renovación espiritual de todo el Pueblo de Dios.  La nueva Evangelización supone antes la conversión pastoral y la conversión pastoral significa: volver a Jesús.

Y para concluir el Papa recuerda que la misión de la Iglesia es la misma misión de Jesús. Y para acertar y volverse auténtica no tiene sino volver a Jesús (ibídem).

Muchas gracias

Oscar Andrés Cardenal Rodríguez Maradiaga, sdb
Arzobispo de Tegucigalpa
El Arzobispo Thomas Wenski y el Cardenal Oscar Rodríguez Maradiaga entran en procesión a la misa de clausura del sínodo arquidiocesano.

Fotógrafo: JUAN A. DI PRADO | FC

El Arzobispo Thomas Wenski y el Cardenal Oscar Rodríguez Maradiaga entran en procesión a la misa de clausura del sínodo arquidiocesano.

Comments from readers

Michael John - 11/01/2013 01:01 AM
Cardinal Maradiaga says the following:

"Jesus' entire life was a priestly life, in the sense that He became a man, was poor, fought for justice, criticized the vices of power, identified Himself with the most oppressed and defended them, treated women without discrimination, clashed with the ones who had a different image of God and of religion, and was forced by His own faithfulness to be prosecuted and to die crucified outside the city. This original priesthood of Jesus is the one that has to be continued in history."

If I have understood him correctly, Cardinal Maradiaga's vision of the priesthood (and may we say Leonardo Boff's as well?) stands in pretty clear contrast with the mode of priestly life adopted by that great patron to all parish priests, Jean-Marie Vianney. This suggests either of two things: that Cardinal Maradiaga's conception of the priesthood is inadequate, or that Jean-Marie Vianney's conception of the priesthood is inadequate. Which do you suppose is more likely?
James Michael - 10/30/2013 07:06 PM
Clearly, the good Cardinal must have overlooked mentioning the 1907 encyclical of Pope St Pius X on Modernism.."Pascendi Dominici Gregis" @ http://www.vatican.va/holy_father/pius_x/encyclicals/documents/hf_p-x_enc_19070908_pascendi-dominici-gregis_en.html.

Otherwise, it is difficult to understand the Cardinal's following comment at the beginning of his address:
"The Second Vatican Council was the main event in the Church in the 20th Century. In principle, it meant an end to the hostilities between the Church and modernism, which was condemned in the First Vatican Council. On the contrary: neither the world is the realm of evil and sin �these are conclusions clearly achieved in Vatican II—nor is the Church the sole refuge of good and virtue. Modernism was, most of the time, a reaction against injustices and abuses that disparaged the dignity and the rights of the person.
The Vatican II Council officially acknowledged that things had changed, and captured the need for such a change in its Documents, which emphasized truths such as these"

One only has to read the opening paragraphs of the encyclical to determine that Pope St Pius X would profoundly disagree with the good Cardinal's assessment that..."Modernism was, most of the time, a reaction against injustices and abuses that disparaged the dignity and the rights of the person."

To the contrary he characterized it as a compendium of all the heresies in the Church up to that time, the foundation of which is Agnosticism.

A reading of the encyclical confirms that Pope St Pius X was prescient.

God Bless the Cardinal. I don't believe he meant to lightly dismiss the damage the heresy of "modernism" has and continues to inflict on the Church and society.



MANUEL PELAEZ,MA - 10/30/2013 05:39 PM
El haber tenido al Cardenal en medio de nosotros, con un mensaje tan claro y directo, ha sido una "teofania" en el a�o de nuestro Sinodo, en el gran A�o de la Fe. "La Iglesia esta viva, la Iglesia es Joven! PAx at Bonum
Tim Cronin - 10/29/2013 09:34 AM
Amazing! Thy Kingdom Come!

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